Muchas décadas de vigencia de las ideas políticas y económicas del populismo, en sus diversas versiones, han dejado arraigada, en una parte muy importante de la sociedad, lo que se puede denominar como la cultura de la gratuidad:
La creencia de millones de personas, que es posible recibir y consumir bienes y servicios esenciales como la luz, el gas, el agua, el transporte, sin pagar lo que ellos valen. La imaginación de que no hay costos, o no importan si los hay, que otros se hagan cargo.
Una cultura que ha llevado, al extremo, "el derecho a" cualquier cosa, lo que se antoje, sin por un momento razonar que donde hay un derecho para alguien, en otro lado hay una obligación de satisfacer ese derecho. Si tengo derecho al agua potable, derecho muy legítimo, debemos pensar quién tiene la obligación de proveerla.
Esta disociación entre derechos y obligaciones está en la raíz profunda de los enormes desajustes que muestra la sociedad argentina, insistimos, desde hace décadas.
Los conceptos básicos de derechos y deberes no están en el vocabulario de millones de personas.
La cultura de la gratuidad tiene al final el mismo origen o naturaleza, está asociada a la idea de que los bienes y servicios "están ahí", no los produce nadie, es cuestión de tomarlos, por eso la discusión para esta corriente de ideas gira siempre en torno al reparto, a la distribución.
Hace ya unos cuantos años, el economista y sociólogo Juan. J. Llach, caracterizó en forma muy interesante esta cultura económica de buena parte de los argentinos. Parafraseando la literatura de los '60 denominada del realismo mágico´, calificó como "economía del realismo mágico" a esta visión del funcionamiento de la economía.
Explicaba que mucha gente creía que los bienes provenían de "algún lugar externo a la sociedad". Que no eran, como realmente son, el resultado de la interacción de millones de habitantes de la Argentina.
A esta visión se agregan otras de profunda raíz cultural como la expresión de que "somos un país muy rico, ¿cómo es posible que haya pobres?". Que alude a que la riqueza parece ser "algo que está ahí", no algo que crean los humanos con el trabajo y su ingenio. A ello en regiones del interior, incluidos nosotros, y centros urbanos, desde hace un siglo aún prima la idea de que aquí para producir hay que "luchar contra la naturaleza", en tanto en la denominada Pampa Húmeda bastaba tirar una semilla al suelo y producía sola, sin intervención humana.
Todas estas cosas están por detrás de la presente discusión sobre los aumentos de las tarifas de luz, gas, agua, transporte. El populismo kirchnerista, en su largo y pésimo gobierno, convenció a mucha gente que estos bienes se podían consumir ilimitadamente, casi sin pagar. Muchos lo creyeron de buena fe. Otros, que sabían bien que tal cosa era imposible, los aprovecharon. Sólo unos pocos profesionales señalaron que el modelo era inviable, que el sistema energético iba a la quiebra.
Por cierto hubo otros beneficiarios, no sólo los consumidores: fabricantes e importadores de aparatos de aire acondicionado, comerciantes, tarjetas de crédito, entre otros. Aprovecharon como corresponde las reglas del juego; no las impusieron ellos, las impuso el populismo para conseguir votos y poder.
Como sabe cualquiera que tenga sentido común, en economía nada es gratis: producir tiene costos.
¿Y cómo se pagaba la producción de estos bienes? Con los famosos subsidios otorgados por el Estado. ¿Y de dónde salían esos recursos? De un incremento desmesurado de la presión tributaria, la emisión monetaria y el saqueo de cuanta caja del Estado tuviera dinero, como la Anses.
Pero llegó la hora la verdad, de terminar con un sistema mágico inviable. Lamentablemente el Gobierno de Cambiemos no supo aprovechar la fuerza política del inicio de su mandato para haber ordenado el desquicio de frente. Tuvo miedo a la reacción social, no supo explicar la naturaleza y gravedad del problema, siguió un camino gradual y hoy está pagando los costos.
Por eso hoy el gobierno tiene que explicar con claridad el problema; tiene que hacer docencia económica, no especulación política.