Hacer popó es una actividad diaria que le ocurre a todo ser humano, salvo estreñimiento. No es algo menor, es el momento en que devolvemos aquello de lo comido que no hemos asimilado, lo que nos sobra. El instante en que nos sacamos de adentro todo aquello que no vamos a usar, para descargarnos y volver a nuestro peso normal.
Generalmente el tipo es un tipo regular en estos menesteres, tiene su hora del día para desarrollar estas actividades y muy frecuentemente el lugar elegido es el baño de su casa. Digan lo que digan no hay baño como el de casa, uno se siente cómodo, seguro, protegido. No lo cambiaría por ningún otro baño aunque tuviera grifería de oro. Es su lugar en el mundo y ahí puede sacarse de encima todo lo que le pide una devolución.
Muchos utilizan esta actividad para desarrollar otras, como por ejemplo hablar por teléfono. No lo tomaría muy bien la fulana con quien habla si supiese que le está diciendo palabras de amor sentado en el inodoro, pero ocurre.
Otros aprovechan para leer, se meten al baño con una revista o con un libro y se eternizan en la sentada hasta que se sienten conformes con lo hecho y con lo leído. Es una biblioteca doméstica el baño.
Pero suele ocurrir que las ganas de “hacer” nos agarran en situaciones comprometidas.
Por ejemplo, cuando está en la cola de algún banco. Primero porque no sabe si el banco le va a prestar la piecita con artefactos y segundo porque si le hace caso a los retortijones puede perder la posición en la cola, o en la numeración y eso no es de ninguna manera grato.
Nos suele ocurrir en el cine cuando estamos viendo una película de terror y a lo mejor como consecuencia de la película que estamos viendo. El tipo trata de aguantarse hasta que el vampiro hinque sus colmillos en el cuello de la doncella pero es un sacrificio más grande que el que hace la doncella con su cuello.
Ahora, lo peor es cuando nos agarra en pleno trámite, caminando por el centro. El tipo trata de que se le pase, pero es inútil, el pedido es cada vez más imperioso. Entonces, ya en la fase de la desesperación, busca un lugar con baño, un bar por ejemplo, y se pide un café a las apuradas, que va a tomar después de ir al baño. Y se siente menguadamente aliviado cuando está dentro del recinto, pero no del todo. Busca un baño, pero le incomoda el baño público y está esperando que en cualquier momento le toquen la puerta y le aceleren el proceso que él pensaba desarrollar de acuerdo a sus normas y costumbres.
Pero lo más terrible suele ocurrir cuando impulsado por los deseos interiores crecientes, comienza su tarea y mientras se alivia nota que en el baño no hay ni bidet, ni papel, entonces piensa que puede sacrificar de lo que porta encima. Muchos billetes de cinco pesos han terminado de mala forma por estas circunstancias, aunque la víctima más propicia es el pañuelo, si es que usa. Si estas variantes no ocurren el tipo está perdido.
No tiene escapatoria y le da vergüenza ir hasta la barra del bar con los pantalones y calzoncillos a mitad de pierna a pedir aunque sea una mísera servilleta de papel.
Todos estamos sometidos a esta acción diaria (salvo estreñimiento) y todos la desarrollamos a nuestros modos y costumbres. No es un problema, salvo que nos agarre en las circunstancias mencionadas. Pero debemos estar tranquilos: dar lo que nos sobra es un gesto de generosidad.