Ante las reiteradas conductas delictivas de funcionarios nacionales que, y hasta la fecha, exhiben su impunidad, me queda el recurso de recurrir como ejemplo a aquellas personalidades que con sus actos serán siempre modelos de dignidad, entereza, honradez, desinterés y patriotismo. Por lo expresado acompaño, con la presente, copia de la carta que publicara el diario “La Prensa” con fecha 03/09/1991 y que fuera enviada por el Dr. Jaime Luis Anaya.
“... En la última parte de los años treinta me domiciliaba en la avenida Rivadavia, exactamente frente al Congreso de la Nación. Atribuyo a esa circunstancia el hecho de haber visto transitar por ese barrio, en varias oportunidades, a una figura que no podía pasar inadvertida. Magro, frágil, hombros encorvados, con larga barba poco usual en aquellos años, el decoro con que vestía no podía disimular el desgaste de su ropa ya brillosa. Pero lo más impresionante del personaje era la mansedumbre de su expresión que, en feliz semblanza, Arturo Capdevilla describió como “venerable por esa blancura del alma que se le asomaba hecha dulce vejez al noble rostro”.
La identidad de aquel modesto transeúnte, que siempre llevaba una pequeña valija con la inscripción de la marca de una conocida anilina, me fue revelada por el diariero que tenía su puesto en la esquina de la confitería El Molino quien, al verlo pasar mientras yo le compraba el diario, me informó: es “el doctor” Elpidio González.
Este probo político, de profundas convicciones religiosas -era terciario de la orden de San Francisco- desistió ingresar a la vida conventual que anhelaba “en atención a un momento en que la República se hallaba abocada a problemas múltiples y trascendentales”, según explicó en 1944, para “así poder prestar a mi patria la modestia de mi esfuerzo y capacidad, inspirándome en Dios y la Patria”.
En tanto, ganaba su cotidiano sustento con el corretaje de anilinas. Sin embargo, en 1938 se había promulgado la ley 12512 que, podía decirse, llevaba su nombre y apellido. Sancionada por iniciativa del diputado Adrián Escobar -otro gesto de grandeza porque era su adversario político- otorgaba una asignación mensual a ex presidentes y vicepresidentes de la Nación.
El más evidente destinatario era Elpidio González, quien sobrellevaba una pobreza tan notoria como digna. Sin embargo, en carta que dirigió al presidente Roberto M. Ortiz, haciéndole saber la “decisión irrevocable de no acogerme a los beneficios de dicha ley” en razón de íntimas convicciones, expresaba:
“Entregado desde los albores de mi vida a las inspiraciones de la Unión Cívica Radical, teniendo anhelos de bien público, jamás me puse a meditar en la larga trayectoria recorrida, acerca de las contingencias adversas y beneficiosas que los acontecimientos me pudieran deparar. No esperaba pues esta recompensa ni la deseo y, al renunciarla, me complace comprobar que estoy de acuerdo con mis ideales más arraigados. Confío en que, Dios mediante, he de poder sobrellevar la vida con mi trabajo sin acogerme a la ayuda de la República, por cuya grandeza he luchado. Si alguna vez he recogido amarguras y sinsabores, me siento reconfortado con creces por la fortuna de haberlo dado todo por la felicidad de mi patria”.
En tiempos que parecen signados por la apetencia de ventajas y privilegios y sospechados de una desoladora corrupción, es bueno evocar a quienes cultivaron las virtudes republicanas y dieron ejemplo de entereza, honradez y dignidad. Ellos nos hicieron sentir el orgullo de ser argentinos.
Fernando Ruiz Moreno - DNI 6.834.006