El oficialismo nacional sufrió ayer una derrota en todo equivalente a la que padeció el oficialismo nacional de hace dos años, tanto en las PASO como -algo menos- en la general. Los ciudadanos los castigaron a ambos, a cada cual en su ocasión. No es fácil ser oficialismo en estos tiempos, sobre todo si no se cumple con lo prometido. Que es lo único en lo que lleva las de ganar el gobierno que perdió ayer: en no cumplir nada de lo prometido.
La derrota era imaginable, pero no por tanto y en tantos lugares. De haberse perdido por menos, los pases de factura eran más previsibles, sobre todo echarle la culpa a Alberto por sus colosales y reiterativos errores. Pero al haberse perdido por tanto, si en el oficialismo empiezan los pases de cuenta corren el riesgo de aumentar más las divisiones y por ende perder por más en las generales. Acá todos son responsables, en particular el que gobernó el país aunque no lo dejaran mandarlo, y la que mandó en el país aunque no quisiera gobernarlo. Los gestores de esa creación institucional contra natura harían bien en verse las caras frente a frente y admitirse sus propios errores.. horrores.
A diferencia de la elección anterior, esta vez no se dividió el país en dos: en aquel propenso a votar al peronismo (las provincias chicas y la más grande, la provincia de Buenos Aires) y aquel propenso a no votarlo salvo en sus variantes no populistas (las provincias grandes del centro del país). Esta vez el país se unificó con el voto: fue todo contra el gobierno nacional en dos tercios de las provincias, chicas y grandes, y en el tercio en que ganó el peronismo se achicaron bastante las diferencias. Lo cual demuestra que la Argentina no son dos países aunque haya una grieta en la clase dirigente. Cuando el pueblo quiere expresarse en conjunto lo hace con manifiesta claridad y esta vez quiso decir varias cosas que se veían venir pero que Alberto Fernández y Cristina Fernández no querían ver, más el primero que la segunda, porque ésta hace ya bastante tiempo que no confía en la gestión de Alberto y a partir de hoy se le confirmarán todos los prejuicios, aunque le sea difícil despegarse de la derrota compartida.
Si la madre de todas las batallas, la provincia de Buenos Aires, hubiera resultado cuando menos empatada, los resultados se podrían medir con algún grado de ambigüedad. pero al perder por seis puntos en el corazón del justicialismo, no hay duda que el pueblo argentino en su gran mayoría -casi como dejando ideas partidarias atrás- castigó a un gobierno que hasta ahora lo defraudó. Que como casi en ninguna parte del mundo logró hacer un desastre mayor tanto en la cuestión de la pandemia como en la política económica. Una suma de despropósitos e incluso hasta un desgobierno, pero un desgobierno raro que no está causado por la falta de poder, sino por el poder dividido en dos, uno con el formal, otra con el real.
Además asistimos a una de las más patéticas campañas de la era democrática que centró todo en dos cuestiones increíbles: la primera, hablar mucho más de Macri y sus culpas que de las cosas que ellos hicieron, con lo cual terminaron levantando -de tanto exponerlo en público- la figura de Macri que de ser endemoniado pasa a ser uno de los ganadores, aunque no el principal, de esta jornada. La segunda peor aún: la de apostar a la demagogia más chabacana con el afán de querer trasmitir alegría suponiendo que eso es lo que quería la gente luego de tantas amarguras. Hicieron una campaña con canciones como la vida es un carnaval, o diciendo literalmente que la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación tenían mucho que ver con el goce sexual. Creyendo que la gente es tonta, algo de lo que ya deben estar arrepentidos estos auténticos representantes de la frivolidad nacional y popular.
Cambiemos, Juntos, Juntos por el Cambio o como se lo quiera llamar acaba de ponerse los pantalones largos como oposición, se ha solidificado monumentalmente con este resultado, demuestra que no es como los amores de estudiante, flores de un día. Cumplió una proeza enorme hace dos años cuando pudo completar su mandato de cuatro años, cosa que durante los 70 años últimos nadie que no fuera peronista pudo cumplir. Después pasó la otra prueba de fuego al mantenerse unido luego de la debacle electoral, y ahora dibuja acabadamente el cuadro de un país que tiene una oposición tan fuerte como el oficialismo. Se alejan grandemente los vientos de hegemonía, ahora la cancha está equilibrada para el que juegue mejor entre dos equipos competitivos por igual. Una buena noticia para la democracia republicana necesaria de acuerdos estratégicos y una mala noticia para la grieta que no rindió como pretendían sus gestores.
Entre los ganadores las cartas sirven para que todos puedan seguir jugando los partidos con chances, pero quien mejor sale parado es Horacio Rodríguez Larreta que hizo un pase muy arriesgado, e incluso cuestionable, entre provincia y Capital, pero que le resultó bien en ambas partes. Está a un paso de ser el nuevo líder de la principal oposición. Por el otro lado, hubo una pequeña lid entre dos aliados nacionales: Mauricio Macri y Patricia Bullrich en la provincia de Córdoba donde ganaron por contundencia los aliados de esta nueva dama de hierro, que, además, por su protagonismo enorme sin ser candidata, pasa a ser una figura política a ser tenida en cuenta en las ligas mayores.
Nada importante pasó entre las terceras fuerzas salvo la aparición estelar de Javier Milei, un showman que atrae por derecha jóvenes decepcionados con la política. Veremos si se trata de una mera figura del espectáculo que ha tomado la política como escenario, o si expresa algunas nuevas tendencias sociales.