Las políticas de Estado son aquellas en que oficialismo y oposición coinciden, porque aceptan que debido a su importancia están más allá de las diferencias lógicas y necesarias entre los distintos sectores políticos en pugna. Es cuando determinados contenidos de las políticas públicas se desarrollan con el concurso concertado de todas las fuerzas políticas.
En Argentina hace tiempo que las enormes grietas existentes entre los rivales partidarios impiden que esas políticas de Estado se puedan concretar ni siquiera mínimamente. La última que se intentó, sin denominarla así pero cumpliendo sus requisitos en la práctica, fue el acuerdo el año pasado entre el presidente Alberto Fernández con el gobernador Axel Kicillof y el jefe de gobierno Horacio Rodríguez Larreta para encarar en conjunto el combate contra el virus del covid. Pero ni bien éste comenzó a concretarse, fuerzas adversas, especialmente del oficialismo, comenzaron con una tarea de desgaste hasta hacer volar por los aires esta inicial política de Estado. Y lo lograron.
Sin embargo, más allá de que los países puedan concretar o no acuerdos amplios sobre los contenidos de las grandes políticas, la sola existencia de una república democrática indica que un acuerdo ineluctable es aquel que hace referencia a las reglas del juego, a las normas que establecen la competición institucional, particularmente electoral, en el terreno político. Pues bien, en esta Argentina facciosa ni siquiera en eso nos podemos poner de acuerdo.
Ahora existe un debate sobre la prórroga de las elecciones primarias y generales de este año debido a los apremios y dificultades que genera el aumento de casos de coronavirus, algo que prima facie suena como enteramente lógico y sobre lo que no debería costar mucho llegar a un acuerdo de diferimiento. Sin embargo nada de eso está ocurriendo por las picardías con las que se intenta llevar agua para los molinos propios de la especulación electoral en vez de pensar en el bien general.
Por ejemplo, ahora se propone que las PASO y las elecciones generales se lleven a cabo en un solo acto comicial en un mismo día. Con lo cual se tergiversaría totalmente el sentido de ambas contiendas porque de hecho se transformaría en una ley de lemas, un sistema electoral tramposo y peligroso que se presta para las peores cosas. Del mismo modo se trata de dividir a la oposición para convocar al diferimiento en vez de conversar francamente con las autoridades constituidas. En suma, hay manos que intentan aprovechar el probable cambio de escenario para ver si pueden lucrar para sus intereses sectoriales, y eso genera más divisiones y enconos.
Con lo cual, y eso ya viene ocurriendo hace tiempo en la Argentina, ni siquiera sobre las reglas del juego pueden ponerse de acuerdo entre sí los políticos. Por eso ni siquiera es imaginable pensar en discutir contenidos de políticas de Estado que en un momento como el actual son imprescindibles ante dificultades que un solo sector político difícilmente pueda solucionar sin ayuda de los demás.
Y con respecto al tema de la pelea contra el coronavirus, hemos retrocedido enormemente. Desde siempre hubo un debate ideológico entre oficialismo y oposición acerca de las estrategias para encarar el combate contra el mal pandémico. El oficialismo tiende más al encerramiento porque dice priorizar la salud por sobre la economía, y la oposición quiere que se den las mayores aperturas dentro de lo posible porque sostiene que la economía sin funcionar puede producir tanto males como la enfermedad en sí misma. Son perspectivas diferentes para ambas entendibles y que con un poco de buena voluntad podrían bien encontrar su punto de acuerdo. Pero en un país donde todo se ideologiza, unos a otros se acusan de las peores cosas y ni siquiera se atreven a intentar lo que hicieron el año pasado cuando acordaron con bastante sensatez hasta que una mano negra derrumbase todo.
En síntesis, el espíritu de facción sigue siendo en la Argentina el modo principal de hacer política. Por eso ni siquiera podemos acordar sobre las cuestiones elementales para el funcionamiento republicano. El peor de los mundos es este que estamos viviendo, donde mientras más se complica la situación sanitaria, en vez de bajar los decibeles por mera necesidad de sobrevivencia, nos ponemos a jugar a ver quién es el más macho en la cubierta del Titanic a punto de hundirse. La virilidad de los cretinos.