Muy pocos días antes de que Cristina Fernández eligiera con su dedo (y por la única razón de su dedo) a Alberto Fernández como candidato a presidente de la Nación, éste había afirmado taxativamente que si la expresidenta designaba así un candidato, éste jamás dejaría de ser un títere de ella. No lo decimos nosotros lo dijo él.
Lo cierto es que desde que asumió la presidencia Alberto no ha hecho más que intentar complacer a una Cristina que haga lo que haga el pobre hombre, nunca jamás se complace. Pero él insiste a morir, por eso ayer en el libro de entradas del Congreso estampó su firma adosándole la palabra “Sinceramente”. Y, por si fuera poco, el discurso ante la Asamblea Legislativa no fue nada más que eso: una plegaria a Cristina para que no lo siga castigando. Mientras Máximo lo miraba por tevé, si lo miraba.
En medio del discurso, Alfredo Cornejo -que lo conoce más que bien- tachó a Alberto Fernández de mentiroso y éste le retrucó: “Vós me conocés Alfredo, yo no miento”. Quizá el momento más profundo de toda la institucional ceremonia.
Aunque mienta o no mienta, el presidente sólo le habló, por millonésima vez, a la expresidenta, tratando esta vez de que a cambio de que lo deje hacer un acuerdo con el FMI que a ella no le gusta, todo lo demás que él diga y haga será lo que ella quiera, o lo que él cree que ella quiere. Por eso no fue un discurso, sino una confesión ante la divina sacerdotisa, un relato fantasioso tanto en lo que se refiere al pasado como al futuro.
Lo más rescatable de todo fueron esos primeros minutos donde el primer mandatario reiteró la posición en contra que acaba de tomar Argentina frente a esa misma Rusia a la que hace menos de tres semanas la misma persona le prometió ser su caballo de Troya para introducirla a América Latina, y así frenar el avance yanqui-efemeista. Ahora, en su alocución, se conformó con ofrecerle ese mismo papel a China. A rey muerto rey puesto. Por lo tanto, el Alberto que para complacer a Cristina hace unos días defendió como nadie en el mundo a Rusia, ahora para otra vez complacer a Cristina ataca a Rusia como todo el mundo. Porque ni Rusia ni nadie existen para Alberto, sólo Cristina. Como en una telenovela venezolana de amores chavistas no correspondidos. De diván.
Para el presidente el pasado es muy simple de narrar. Heredó una hipoteca impagable, derrotó a la pandemia batallando a través de la cuarentena más larga del mundo y pese a todo ahora estamos creciendo al 10% anual, con lo cual de aquí en más, con un buen plan de pagos, podrá pagar la hipoteca y si todo anda bien hasta meter presos a los que la contrajeron. Total, si Cristina se digna prestarle el apoyo ante el FMI, no necesitará de esa oposición a la que ayer no se cansó de lapidar. Persuadido de que eso es lo que quiere Ella para no humillarlo como hizo su hijito. En los próximos días se verá si la apuesta de Alberto dio resultado.
También les dio con toda la artillería a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, los acusó hasta de cómplices de delincuentes, sabedor que en las manos de esos cuatro hombres está la decisión final acerca del destino judicial de Cristina. El hombre será quizá, como dice Cornejo, un poquito mentiroso, pero no se le puede negar coherencia. Aunque esté motivada más por un temor reverencial a la dama que por una honrosa lealtad.
Hablando de otros actores del evento, buenos modales institucionales fueron los que demostraron los jueces supremos que ni se movieron cuando el Presidente los insultó feo. Lo mismo que hicieron cuando el ministro de Justicia fue a patotearlos a la Corte. Los buenos modales institucionales que no demostraron los opositores del PRO que se retiraron ofendidos del recinto legislativo frente a un amague provocativo de Alberto, mientras que los radicales y lilitos se mantenían firmes en la sala. Algunas diferencias en una fuerza política opositora pueden hablar de pluralidad y democracia interna, pero cuando ya son tantas las divisiones, se van pareciendo a un amontonadero. Si hasta Alberto los tiene para la cachetada...
En fin, nada nuevo bajo el sol. El presidente contando una historia que no fue y prometiendo un futuro que jamás será mientras sobrevive en un presente tenso jurándole a Cristina que él sinceramente la quiere aunque ella no lo quiera tanto a él. Como en esos amores de película destinados al eterno desencuentro. Un culebrón nacional y popular.