Nunca escapó de las esperanzas de Sergio Massa ser el sucesor de Alberto Fernández en 2023, también con el apoyo de Cristina Kirchner. Ser el que pudiera hacer lo que Cristina quiso que hiciera Alberto y no hizo. Por eso el nuevo superministro se movió siempre manteniendo el equilibrio de una mesa de tres patas: buena relación con el presidente pero más aún con Cristina vía Máximo Kirchner, a la vez que aparecía como el único peronista importante al que se le permitía ser complaciente con los mercados e implacable con Venezuela.
Era evidentemente una pieza de recambio, el que podría llevarle los votos moderados a donde Cristina sola no llega, una vez desechado Alberto para esa tarea, ya que su incompetencia fenomenal le quitó toda nueva oportunidad.
El primer problema es que los tiempos se apresuraron y no hay tiempo hasta el 2023. Es ahora o nunca. Entonces Massa tiene que salir al ruedo a probar y probarse si puede ser un buen aspirante a sustituto. Y la prueba que se le exige es fenomenal. A todo o nada.
El segundo problema es que en la Argentina actual hay, aparte de los terribles datos del desastre económico al que nos han llevado, una enorme crisis de confianza en toda la sociedad. Ya nadie cree en nada ni en nadie. Y habrá que ver si Sergio Massa puede revertir esa actitud colectiva siendo uno de los personajes políticos con mayor imagen negativa. Porque así como a Alberto se le perdonaron temporalmente sus camaleonismos al volver con Cristina porque la investidura de presidente era más importante que sus oportunismos y mentiras, con Massa la opinión pública no fue tan complaciente y no dejó de endilgarle, desde que volvió con Cristina, su transformismo colosal, la falta absoluta de palabra, sus mentiras palpables, la incredulidad total hacia su palabra.
Por todo eso su desafío es fenomenal bajo todo punto de vista. No obstante tiene algo a favor: aunque no sea querido por casi nadie, la sociedad hoy necesita que el gobierno recupere la autoridad perdida, que alguien mande y que lo haga poniendo la cara. Y en eso Massa parece ser mejor que Alberto que ya ha perdido prácticamente todo el poder que tenía si es que alguna vez tuvo algo. El nuevo superministro debe mostrar una personalidad fuerte capaz de domar una realidad que se ha escapado del manejo de los políticos y que hoy se mueve con autonomía demencial y furia ciega, sin rumbo, sin timón y sin meta. Es una tarea a la vez política, económica y hasta psicológica. Recuperar algo de la credibilidad que hoy falta como el agua en el desierto para calmar algo de tanta desesperanza.
Sergio Massa alcanzó los picos de su popularidad -que la tuvo y mucho- al ser el primer oficialista en romper con el gobierno de Cristina y construir poder desde el no rotundo a la entonces presidenta. Alberto también se fue, y mucho antes, pero no pudo construir absolutamente nada.
No obstante, ese capital Massa se lo fue gastando hasta que lo dilapidó todo cuando se lo prestó a Alberto para sumarlo al faltante de Cristina. Vendió todos sus principios y convicciones si es que alguna vez los tuvo, pero a cambio alcanzó un lugar privilegiado en la cima del poder político peronista. Y desde entonces se mueve como el gran moderador, nexo entre Cristina y Alberto, contacto con varios empresarios “amigos” y con un discurso racional. Hoy, en base a tales “virtudes” se le pide que calme a las fieras con la moderación construida. Y a cambio Massa espera, si logra calmarlas, recuperar el prestigio que perdió al volver humillado a los brazos de Cristina. Y si bien el riesgo es altísimo, también es poco lo que tiene que perder porque si se quedaba en el lugar que estaba se diluiría en la nada. Diputados hoy es un escenario políticamente inexistente porque la paridad entre oficialismo y oposición hace que no pueda salir ley alguna y Massa se estaba volviendo inexistente junto a él.
Ahora bien, no es cierto que a Massa se le haya dado un superministerio, eso es lo que él quería hace un mes cuando anhelaba manejar el Banco Central y las grandes cajas económicas. Ahora se le ofrece sólo Economía con un par de agregados formales: desarrollo productivo y agricultura. O sea que también Sergio Massa cedió mucho en sus pretensiones. Seguirá estando a tiro de Cristina como lo están todos en este esquizofrénico gobierno. Difícilmente podrá ser el Cavallo o el Lavagna de Alberto, porque ni el presidente ni el nuevo ministro tienen la envergadura que tenían presidentes y ministros de economía en tiempos de Menem y Néstor Kirchner. Pero intentará ser una especie de primer ministro o de primus inter pares de un gabinete fantasmal con un presidente devaluado. Además sabe que la gente está tan mal y tan resignada que por poco que haga algo bien, todo será visto como mejor de lo que realmente es. Necesita algún tipo de plan. algún tipo de acuerdo con algunas fuerzas sociales y la demostración de cierto carácter en medio de la adversidad, las tres cosas a la vez. Cosas que no le gustan nada a Cristina que le ha destrozado siempre a Alberto todo intento de acuerdo o plan y le ha demolido su carácter hasta reducirlo al vasallaje más cruel.
Cómo logrará no enojar a la señora mientras hace aquello que a ella no le gusta, será el gran desafío del “superministro no tanto”, que hasta hoy demostró ser pícaro para cuestiones menores o interesadas, pero ahora necesita apostar sus dotes de equilibrista para algo más que meros oportunismos. O sea ser algo más que un ventajita, como lo apodó Mauricio Macri.