Notablemente leve fue el penúltimo discurso de Rodolfo Suárez ante la asamblea legislativa. No hizo ningún anuncio, trazó acotados planes de acción y marcó como único desafío a futuro una idea que ya fracasó: la reforma de la Constitución de la provincia.
En uno de los pocos tramos enfáticos de su mensaje, el gobernador repitió que el peronismo tiene que destrabar el debate sobre su propuesta de reforma, que permanece estancada en la Legislatura desde 2020. Pero el PJ contestó otra vez que no le dará esa llave.
Si no hay un por ahora difuso quiebre en el seno del justicialismo que le permita a Cambia Mendoza obtener los votos que le faltan para abrir el proceso, la derrota será inevitable. Pero Suárez, ignorando esa realidad, fue otra vez a la carga, como lo viene haciendo desde hace dos años.
El gobernador siempre pide lo mismo. Como si apostara a ganar por el cansancio, con las mismas consignas de reducción del gasto político de antes, pero sin estrategias nuevas para hacer realidad el objetivo.
No se preocupa Suárez por ser repetitivo y tampoco porque quede a la vista que su liderazgo tiene límites. Una rara debilidad para un mandatario que tiene la mayoría en las dos cámaras legislativas y todavía ostenta una imagen alta frente a la ciudadanía.
“No pudo ser”, dijo en un tramo en el que criticó los “dogmatismos” y “fanatismos” que impidieron modificar la ley 7722 para desarrollar la minería en Mendoza. Ese es tema terminado, prácticamente desde que tuvo que dar marcha atrás con una ley aprobada en ambas cámaras. La incógnita que flota en el aire desde entonces hasta hoy es: ¿Hay un plan b?
Lo que reflejó su mensaje de este domingo es que no existe eso y que, en materia económica, al menos para lo que queda de su gestión, no se puede hacer más que seguir administrando con prolijidad la provincia, tratando de bajar algún impuesto al sector privado y volcando recursos provinciales en planes de fomento a la inversión.
El “no se puede” de Suárez por supuesto que deriva de una crítica explícita al modelo de gestión nacional, que corre por cuenta de aquellos que manejan la “macroeconomía”. El gobernador apela allí al conocido manual opositor y sugiere que no hay ningún sacrificio que pueda tener sentido hasta que cambie ese modelo.
Suárez se mimetiza así, al máximo, con el pesimismo ciudadano respecto de la economía que aparece en todas las encuestas. No le pesa mostrarse débil ante ese panorama. Exhibe como virtud un modelo de administración local diferente, que hace lo que puede con lo que tiene.
El gobernador ya no quiere sorprender ni deslumbrar a nadie y se ha vuelto tan cuidadoso que, aunque esté convencido de que no va a poder avanzar con su concreción, no le salen las palabras para dar por terminada la novela de Portezuelo del Viento en público y abrir la ventana a otras inversiones.
En contraste, en un par de temas se explayó este domingo y ofreció buenas perspectivas. Uno fue la educación, aspecto en el que mostró logros y detalló acciones importantes, como las evaluaciones de lectura de los alumnos. El otro fue la seguridad, un área en la que ha recibido críticas y que necesita apuntalar, porque si no la ciudadanía se lo va a facturar exclusivamente a él.
Por lo demás, este mensaje dejó un inevitable gusto a poco. Blanqueó que el turismo funciona a pleno, pero no dejó vislumbrar algún horizonte más. Proponer un futuro mejor debería ser el desafío de todo líder político, aun de aquel cuyo mandato empieza a declinar.