Sergio Uñac lamentará eternamente la derrota del domingo. Tan inesperada para él como para los que terminaron festejando. La culpa no hay que buscarla en el fallo de la Corte que hizo valer la letra de la Constitución. Ni siquiera en la porfía del gobernador sanjuanino de postularse nuevamente sabiendo que jugaba con fuego. El origen de la derrota es anterior a todo eso, muy anterior, y está en que nunca supo, pudo o quiso construir un heredero.
La de Uñac es la desconfianza que envuelve a todos los líderes. Ninguno quiere resignar su poder. Se creen eternos en ese pedestal. También inmunes a las reglas que los limitan. Delegar en otro, quienquiera sea, representa auto relegarse. Todo heredero quiere para sí el mando. Como ocurrió con él mismo cuando se convirtió primero en el elegido y luego el sucesor de José Luis Gioja.
De allí que todos los que delegan en algún momento se sientan traicionados. Ya no mandan. Sobre todo, ya no los obedece ese al que pusieron en el lugar del que se creían dueños. De otra forma, no se puede entender el duelo entre el “maestro” y el “discípulo” que hubiese vivido San Juan de no interponerse la Corte.
La decisión de ir por un cuarto mandato (el primero como vice de Gioja), pese al límite constitucional, fue una demostración de esa incapacidad de construir, de ver más allá de su finitud.
Apostó a la trampa, creyendo que pasaba. Y casi lo logra. Pero chocó contra un muro insoslayable. Y todo se derrumbó. Un proyecto político construido durante 20 años. Incluso una gestión muy bien valorada por los sanjuaninos. Tanto que hasta hace dos meses en Juntos por el Cambio nadie tenía la más mínima esperanza de ganar.
Su caso es diferente al de San Luis, donde la decadencia del imperio Rodríguez Saá se percibía hace tiempo y la caída parecía inexorable. En San Juan, todo indicaba que había peronismo para rato sostenido por una sucesión de buenas gestiones, una economía en crecimiento y el potente ingreso de fondos nacionales.
Claro, siempre hay observaciones y críticas para hacer. Como esa tendencia a construir lo innecesario para llamar la atención. El siempre vigente “pan y circo”. O ciertos abusos de poder. O esa obsesión por sacar ventaja, por ejemplo reinstaurando la ley de lemas. Pero nada que pareciera muy grave en un país acostumbrado a todos esos vicios.
Tal vez el único consuelo de Uñac sea que Gioja perdió con él. Los dos, enfrentados en una interna para muchos innecesaria, fueron protagonistas del fin de ciclo peronista.
Claro, hay un dato que no puede pasarse por alto: el viejo caudillo, de 73 años, ganó claramente la interna. Enfrente tenía un candidato comodín que terminó tercero. El gobernador, dominado por la desconfianza, sólo encontró en su hermano Rubén, un rústico dirigente no muy apreciado, la persona que podía continuarlo.
Pero en el mismo instante que la Corte Suprema nacional puso un freno a la postulación, Uñac urdió su segunda trampa. Fue cuando decidió postergar solamente la definición de su sucesor y hacer las elecciones legislativas y municipales en la fecha planeada y con las boletas ya impresas, que incluían su nombre y su foto.
Ese 14 de mayo, cuando votaron, los sanjuaninos avalaron al gobernador, pese a que no competía oficialmente. El peronismo reunió el 53% de los votos y su sublema ganó claramente en todas las categorías, asegurándose la mitad más uno de los 36 diputados que transitarán los próximos cuatro años con el nuevo gobierno. También sus aliados se quedaron con tres de cada cuatro municipios.
Uñac se garantizó así su continuidad en el poder, aunque él no siguiera.
Siete semanas después, los sanjuaninos decidieron que ya no los convencía el proyecto del gobernador, o que haya querido hacer trampa, o la candidatura de su hermano. Muchos de los que en mayo habían votado a los candidatos oficialistas, el domingo último lo hicieron por Gioja. Varios incluso optaron por Marcelo Orrego, el gobernador electo, como también la mitad de los que antes se habían inclinado por las listas libertarias. Eso explica que Cambia San Juan haya reunido el 51% de los votos, 13 puntos más que 49 días antes.
Pero la segunda trampa ya estaba consumada: Orrego deberá gobernar desde el 10 de diciembre próximo hasta el 10 de diciembre de 2027 con sólo 12 legisladores propios, uno libertario y 23 peronistas. El éxito de su gestión dependerá de la capacidad de tejer acuerdos y hacer concesiones. Porque con sus diputados únicamente no podrá aprobar ninguna ley. Cargará así con una debilidad de origen difícil de revertir.
Por eso, el “padrino” del triunfador, Roberto Basualdo, salió ya a marcar la cancha y a la vez tender puentes. Su origen peronista tal vez le permita recuperar el vínculo con algunos “compañeros” que puedan ayudar a la gestión desde la Legislatura. Uñac conservará las llaves de todas las puertas. Aunque se sabe: los que responden hoy al gobernador no necesariamente van a obedecer mañana a un dirigente derrotado.