Cristina Fernández de Kirchner a su condena, fue mucho más espectacular, más teatral, más cinematográfica, más melodramática que la convencional puesta en escena judicial donde se leyó la sentencia. Igual que aquel 2 de diciembre de 2019 cuando decidió ponerse por encima de su admirado Fidel Castro, quien en su alegato de autodefensa en 1953 afirmó que “la historia me absolverá”. Pero fue en cana. Cristina en cambio, no habló en tiempo futuro sino pasado al sostener que “la historia ya me absolvió”. Y aunque fue condenada como Fidel no irá nunca en cana. Pero ella busca sostener la épica en la mente de fans. Como si fuera la protagonista de la Ópera Evita, ayer le pidió a la Argentina que no llore por ella.
Aunque se inspire en Fidel, la argumentación implícita con la que Cristina viene defendiendo su inocencia en este juicio está copiada de aquel Silvio Berlusconi que frente a un tribunal que lo juzgaba por lo mismo que juzgan a Cristina, admitió que “todos los ciudadanos son iguales ante la ley, pero hay algunos que son más iguales que otros”. Vale decir, no es posible que gente que no es elegida por el pueblo (como jueces y fiscales) condenen a gente elegida por el pueblo (como Berlusconi y Cristina).
Durante todo este juicio Cristina fue más populista que nunca. El primer día les dijo a los jueces que ellos no la pueden condenar porque no es la justicia la que juzga sino la historia. Y la historia se expresa en el pueblo siempre y cuando te vote a vós. Eso dijo el 3 de diciembre de 2019 y eso dijo el 6 de diciembre de 2022.
Y entonces ayer lanzó su nuevo manifiesto político: el de su nuevo retorno, renunciando a todos los cargos (no a los privilegios porque las dos jubilaciones las seguirá cobrando).
Ayer quiso sentirse un poco a la Evita que renunció a los honores pero no a la lucha, rechazando la vicepresidencia que el pueblo en las calles clamaba que aceptara. Claro que Evita renunció a lo que millones de fervientes admiradores le pedían, mientras que Cristina renuncia a ver si aparecen los que se lo pidan.
Además, como es una actriz fenomenal capaz de actuar muchos papeles a la vez, no sólo renunció sino que se propuso como una Juana de Arco dispuesta a ser quemada en la hoguera por esa mafia oculta, ese estado paralelo que maneja las riendas del país. Apenas termine mi vicepresidencia me vuelvo a mi casa para que hagan conmigo lo que deseen, les dijo a los malos. Mientras le insinuaba a los buenos que, en todo caso ella haría lo que el pueblo quiere si la van a buscar a su casa para iniciar el operativo retorno. Como no pudo hacer Evita con su temprana muerte, pero sí el General Perón cuando se puso al frente de la resistencia, como ayer se puso Cristina frente a todas las apelaciones y juicios que aún la esperan.
Reconoció Cristina que no es tanto que la quieran meter presa, sino que a lo que aspiran es a separarla del pueblo condenándola a perpetuidad a no poder ejercer ningún cargo que ese pueblo le conceda. Y ella, como Sócrates, si le impiden ser una ciudadana plena de la polis nacional y popular, prefiere la muerte al exilio. Vengan por mí, les insinuó a los villanos. Porque las decisiones de los conspiradores ella las sabe mejor que nadie: o la prohíben o la matan. Lo que no la dejarán nunca es celebrar el abrazo final con su pueblo y con la historia.
No obstante, ayer, inspirada por fuerzas superiores Cristina se sintió la reencarnación de Fidel, Evita, Juana de Arco, Sócrates, seguramente también de Maradona y el Che. Y hasta un poquito de Juan Perón, porque como decía el General de los peronistas, “si quiero llevar sólo a los buenos me voy a quedar con muy poquitos”.
Le deseamos suerte, y que esta vez, si ella no se presenta a ninguna candidatura, elija un peronista mejor que el sustituto que designó en 2019.