José Octavio Bordón: “El problema no son quienes creyeron en Menem, sino aquellos que lo apoyaron sin convicciones”

Tras la muerte del ex presidente, el mendocino que enfrentó al riojano en su momento de mayor apogeo habla por primera vez de aquella elección de 1995 y de lo que significó el menemismo.

José Octavio Bordón: “El problema no son quienes creyeron en Menem, sino aquellos que lo apoyaron sin convicciones”
Bordón dialogó con Los Andes por primera vez en 25 años sobre aquella elección en la que se animó a desafiar al menemismo en su momento de mayor hegemonía / Ignacio Blanco

Es la tarde del jueves 11 de mayo de 1995 y el Frepaso cierra la campaña electoral con una caravana de autos que empieza en Morón, al oeste del conurbano bonaerense, y recorriendo la avenida Rivadavia llega hasta el Obelisco porteño. Allí, miles de personas celebran a la fórmula José Octavio Bordón-Carlos Chacho Álvarez, que están subidos a la caja de una camioneta F100. Desde allá arriba, el entonces senador nacional por Mendoza, el único con chances -aunque escasas según las últimas encuestas- de evitar la reelección de Carlos Saúl Menem como presidente, arroja una frase desde el micrófono que desnuda la pelea desigual en la que se había embarcado: “Puedo garantizar mejor que Menem que puedan pagar las cuotas que tienen y en pesos”.

Eran los días del “voto cuota”, uno de los argumentos del menemismo para pedir apoyo en esas elecciones porque sino, con otro presidente (Bordón) se iba a acabar la convertibilidad y con ello, la posibilidad de financiar las compras en cuotas en las que millones de argentinos se habían embarcado. “Yo, o el caos”, decía también Menem a manera de extorsión a los votantes.

Esa estrategia -más la estabilidad económica que había logrado su gobierno tras la híper alfonsinista- le sirvió para conseguir la reelección el 14 de mayo del ’95 arrasando con casi el 50% de los votos sobre el candidato presidencial del Frepaso.

A una semana de la muerte de Menem, Bordón dialogó con Los Andes por primera vez en 25 años sobre aquella elección en la que se animó a desafiar al menemismo en su momento de mayor hegemonía y también a su propio partido, el Justicialista. Una aventura que pese a la derrota no lo dejó con gusto a poco: cosechó 5 millones de votos.

-¿Cómo ve hoy aquel enfrentamiento electoral y político con Menem en el ’95?

-Nunca lo viví como un enfrentamiento personal sino como una respuesta política y electoral a un contexto y situación histórica, que iba mucho más allá de los ciudadanos candidatos a presidente. Fue un momento de inflexión del perfil electoral y político de la Argentina. Era la primera vez que una tercera fuerza quedaba, con un importante caudal de votos, en segundo lugar entre los partidos que habían dominado en democracia desde 1946: radicalismo y justicialismo. Esto, además del deterioro social y económico a partir de 1995 y la crisis de la Argentina durante el gobierno de la Alianza, debilitó y desarticuló a las principales fuerzas políticas: el actual y los últimos dos gobiernos fueron y son coaliciones electorales exitosas con muchas dificultades para Gobernar. El Frepaso fue una coalición transversal pero la mayoría de los dirigentes de las dos principales fuerzas políticas permanecieron en sus estructuras partidarias. Existió, pese a los pocos recursos, debilidad estructural y falta de tiempo, un gran entusiasmo (especialmente en las ciudades medianas y grandes) de jóvenes, independientes y desilusionados de los partidos tradicionales e indignados por la corrupción. Sin embargo, los sectores más pobres y golpeados por el desempleo, como así también sectores medios preocupados por la falta de transparencia y oportunidades, optaron por respaldar la reelección del Presidente frente a las ventajas y confianza que generaba la estabilidad monetaria e inflacionaria.

-¿Por qué cree que no pudo vencer a Menem?

-Influyeron, al menos, otros tres factores: a) las dudas, junto a la simpatía que despertaba, sobre la coherencia, capacidad de gestión y poder de nuestra fuerza política ; b) la campaña final del oficialismo generando miedos al instalar el futuro de la estabilidad con el plan de convertibilidad; c) el cambio de estrategia electoral del radicalismo, advertido del drenaje electoral de sus seguidores hacia el Frepaso, que se concentró en los colores, el himno, los símbolos y la historia cercana a los radicales. Esto no evitaría su peor elección desde 1916, pero le permitió mantener un piso y fortaleció la hegemonía del justicialismo menemista, que comenzaría a perder peso dos años después y desembocaría en el triunfo de la Alianza entre UCR y Frepaso en 1999, con el final por todos conocidos a fines del 2001.

-¿Cómo vivió en lo personal esa experiencia electoral?

-Fue una experiencia y un esfuerzo sin precedentes para mí, para quienes lo llevamos adelante y por supuesto para nuestras familias. Un orgullo compartido de confirmarnos que con casi nula estructura, muy poco tiempo y mínimo presupuesto, en relación a las otras campañas. Pero con absoluta transparencia en la obtención de los recursos, en la rendición de gastos y con imaginación organizativa y participación, pudimos obtener el 30% de los votos. La frustración es que por muchas circunstancias, de las que asumo mi parte de responsabilidad, no pudimos mantener esa idea y la renovación de las propuestas que la Argentina, la gestión del Estado, la actividad productiva y la política necesitaba en ese momento y humildemente creo todavía necesita.

-¿Qué hecho o qué momento lo decidió, siendo usted peronista, a enfrentar a Menem?

-Reitero que aunque era evidente el liderazgo, carisma y poder que tenía el presidente Menem, nunca lo sentí ni lo construí como una causa personal mía ni contra otra persona. Fue un proceso político y de convicciones. Quizás se inició cuando decliné el Ministerio de Obras y Servicios Públicos que me ofreció en 1989 y que acepté porque el deterioro del país se acentuaba y se había acordado adelantar la entrega del Gobierno; a las 72 horas de la reunión, me enteré por los medios que desandaba nuestro acuerdo sobre los objetivos y organización de la gestión y la designación de mis futuros funcionarios.

-Pero usted ahí no rompió con Menem, ¿qué pasó después?

-Por un lado, que iba creciendo su idea y gestión en dirección a una democracia delegativa, donde a partir del voto popular obtenido de manera legal y legítima por parte del Presidente, construye una preeminencia del Ejecutivo nacional en detrimento de los necesarios balances con los poderes legislativos, judiciales, provinciales y de la actividad social y productiva, que no se corresponde con el mandato constitucional. El negociar la Reforma Constitucional a cambio de permitirle su reelección, fue un signo evidente. Debo reconocer que salvo ese hecho, la reforma del ’94 fue muy razonable en otros múltiples aspectos. Por otra parte, mantener la convertibilidad, útil en los primeros dos años como herramienta de anclaje frente a la crisis hiperinflacionaria y falta de confianza en la moneda local, entendíamos era inconsecuente con sus políticas macroeconómicas, la mejora de la producción, la competitividad, el empleo y el salario, mirando hacia el mediano y largo plazo. Los razonables instrumentos para afrontar la emergencia, terminaron convirtiéndose en un mecanismo electoral de cortísimo plazo y con falta de ideas para afrontar el cambio de paradigma global. Finalmente, la negativa del aparato partidario del PJ, que le respondía, y que se negó a garantizarnos las reglas transparentes que el justicialismo renovador le había permitido a Menem, en 1989, triunfar en la primaria del PJ derrotando al oficialismo partidario y al propio presidente del partido y gobernador de la Provincia de Buenos Aires (Anotnio Cafiero). Un ejemplo de voluntad política del gobernador de La Rioja (Menem) y de democracia interna del justicialismo.

-¿Confió en algún momento que podía ganarle esa elección del ’95 a Menem?

-Nunca pensé que era sencillo ganar la elección pero sentimos que era necesario intentarlo con ideas sinceras, propuestas y transparencia. Quince días antes de la elección, la información que teníamos era que estábamos en segunda vuelta y que existían posibilidades de triunfar. En ese momento comencé a precisar algunas propuestas y herramientas, concretas y realistas, que nos permitieran tener un gobierno de mayoritario consenso y con ciertos compromisos y coaliciones parlamentarias y federales sobre temas específicos y centrales. En los últimos 15 días, los hechos mencionados anteriormente le permitieron (a Menem) un triunfo más amplio del previsible, sobre el que podemos cuestionar falta de transparencia, equidad y participación que todavía persisten y que es inexorable corregir, pero que en nada pueden cuestionar la legalidad y las claras e indubitables mayorías electorales que obtuvo el presidente Menem en esa elección.

-¿Cuál es para usted el legado político de Menem para la Argentina? ¿Está de acuerdo con los que lo ensalzan ahora que murió?

-Lo que más me preocupa no son las “viudas” de Menem o de otros dirigentes del pasado, sino ser yo la viuda de mi pasado en lugar de aprender de errores propios y ajenos y tener una mirada con memoria pero con vocación hacia los problemas presentes, y compromiso con las futuras generaciones. El problema mayor no son quienes creyeron y siguen creyendo en Menem, ciertamente menos que hace 20 años, sino aquellos que lo apoyaron sin convicciones y sin generar el debate interno que toda fuerza política debe ejercitar. Y con mayor responsabilidad aquellas que por décadas han sido depositarias del apoyo y de la confianza de los sectores más débiles y marginales de nuestra sociedad, que hoy viven mucho peor que hace 45 años. Debo reconocer que Menem, por los motivos que fuere y más allá de mis importantes diferencias, reconoció los desafíos de la Nueva Era, en aquel momento difusa y hoy más evidente. Sigo pensando que se dejó llevar por la ola en lugar de conducirla a un mejor destino. Creo que la tarea hoy no es dedicarnos a discutir sobre los fantasmas del pasado, sino recoger lo mejor, superar y corregir los peores errores y entender con memoria y sin sectarismos. Proyectarnos con políticas públicas sustentables y una democracia representativa, transparente y participativa, hacia un futuro mejor.

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