José Escribano: “La sola idea del secesionismo es un síntoma más de una República que cruje”

El histórico periodista del diario La Nación nos habla, con mucho conocimiento personal, de su sentida relación con Mendoza y del papel de nuestra provincia en el concierto nacional.

José Escribano: “La sola idea del secesionismo es un síntoma más de una República que cruje”

Ante el extendido debate que produjeron las declaraciones del exgobernador y actual diputado nacional Alfredo Cornejo acerca de la relación de Mendoza con la Nación y las propuestas separacionistas, José Claudio Escribano escribió esta semana en diario La Nación un bien equilibrado análisis sobre Mendoza y los mendocinos en el contexto nacional. “Los Andes” quiso profundizar en el atrapante tema a través de una entrevista al reconocido periodista.

-¿El planteo lanzado al ruedo por Alfredo Cornejo acerca de la separación de Mendoza del país, aun metafóricamente, puede ayudar a abrir el debate sobre el federalismo y la descentralización del país o al contrario, puede abrir puertas a tendencias secesionistas que frente a la gran crisis económica quizá tengan un espacio para crecer en la Argentina? ¿O sea, la polémica abierta por Cornejo es más bien positiva o más bien negativa para el futuro del país? ¿El exgobernador fue imprudente u oportuno?

-Nadie que tenga conciencia histórica de la nacionalidad, de los pactos preexistentes que han vinculado a nuestras provincias y respeto por la ley: o sea, por la Constitución Nacional, tanto en su espíritu, expresado con carácter normativo por el Preámbulo, como en su letra, puede aplaudir una expresión independentista. El vocablo “independencia” estuvo en uso en la etapa preconstituyente, antes de 1853/60, pero más con un sentido de autonomía y de autarquía que de ruptura con el conjunto de las Provincias Unidas. En todo caso, los caudillos, unos más, otros menos, aspiraron no a la disolución, pero sí a ser alguno de ellos jefe supremo del país una vez unificado. Hasta aquello de la “República de Tucumán”, de 1821, en tiempos del gobernador Bernabé Araoz, fue una manifestación enfática de caudillismo localista.

El ex gobernador Alfredo Cornejo fue más audaz que prudente en sus primeras manifestaciones sobre una eventual independencia de Mendoza. Después morigeró el concepto, diría que bastante, lo colocó en un contexto más preciso y habló, como no podía ser de otro modo, de la pertenencia mendocina a la nacionalidad. Explotó, digámoslo así, por desavenencias por una gran obra pública como Portezuelo del Viento, e interpretó, sin duda, el espíritu de muchos de sus coterráneos. Fue para algunos mendocinos la gota que colmó el vaso.

De tal manera, audaz y por cierto riesgosa, Cornejo pretendió instalar el tema en la parte superior de la agenda. Dejémoslo por un momento tranquilo a Cornejo, que en asuntos como este más que diputado nacional es presidente de un partido con presencia y responsabilidades en todo el país.

Desde hace no menos de veinte años me pregunto si habiendo padecido la Argentina una declinación como país tan sostenida y hasta acelerada desde los años setenta, podría sortear el único drama por el que no ha atravesado desde la organización definitiva de la República: una secesión.

Nunca pensé en ese sentido en Mendoza, provincia que contribuyó como pocas a la campaña Libertadora de la segunda década del siglo XIX. Pensé, sí, en otras provincias: en provincias que, por tal o cual motivo, crecieran en significación económica y cultural, y de pronto, advirtieran que llevaban largo tiempo siendo prisioneras de un poder central ineficiente y corrupto, con cuya relación más tenían para perder que para ganar. No pensé en Mendoza y me reservo decir a cuáles tuve en cuenta… Desde luego que en estos asuntos uno siempre tiende a reflexionar sobre la suerte de entidades jurisdiccionales de frontera.

Creo que Cornejo habrá terminado haciendo una contribución al interés general si sus palabras se interpretan como síntoma de un Estado del país y de sus provincias, en particular las más productivas y menos dependientes de los giros periódicos de fondos del poder central. ¿Si puede ser seguido por otros? Hoy, no; mañana, tampoco; pero un Estado en decadencia puede llevar a cualquier parte. Hemos dejado de ser un país de advenimiento para ser un país de expulsión, de éxodo. Por eso y por otros motivos celebro la corriente de venezolanos que se está arraigando en el país. Tengo dos hijas que viven en el exterior. Por años pregunté con ansiedad cuándo volvían. He dejado de hacerlo. El amor de padre es paradójicamente mezquino y egoísta. Por quererlas en mi cercanía podría hacerles perder el bienestar, la seguridad física y jurídica que disfrutan con sus hijos donde están, casi del otro lado del mundo. ¡Fíjense lo que la decadencia del país nos hace perder! Y no nos sobran muchos años por delante…

-Desde el punto de vista político, económico y cultural se podría decir que Argentina es un solo país, o más bien dentro del mismo conviven más de un país. Y de ser así, cual es el grado de unidad real que tienen más allá de su unidad institucional.

-Hemos compartido más de dos siglos de vida independiente, sumados a los años en que bajo la metrópoli española los criollos fueron configurando un carácter que terminó por identificarlos como parte de una misma Nación. A mi modo suelo sumar a los uruguayos, que pudimos haber retenido con nosotros, pero que nos dejan el consuelo de lo que a menudo invoca Julio María Sanguinetti: “Somos dos Estados y una sola Nación”.

Están desde siempre los símbolos nacionales en la memoria y el culto colectivo. Oí a un paisano emocionarse cuando decía que “la bandera es la patria misma”. Un concepto tan simple y hondo como cuando Borges, y también Sábato, dijeron algo así como que la patria era un patio, una tarde de barrio o el primer beso arrancado a una muchacha. ¿Cómo desentendernos de nuestras emociones, que fueron la de nuestros padres, las de nuestros abuelos, la tierra en que nacieron nuestros hijos?

Samuel Huntington, en Choque de Civilizaciones, uno de los libros más influentes de los años ulteriores a la implosión del mundo comunista en 1989/90, se permitió decir que examinaría como politólogo las posibilidades y forma de prolongar hacia el porvenir el sueño americano. Nada debe darse por seguro, ni la vida de las plantas, cuando carecen del debido riego. ¿No desapareció, acaso, se preguntó Huntington, el Imperio Romano?

-Mendoza fue llamada por el Sarmiento joven como la Barcelona de la Argentina, pero no por sus tendencias separatistas sino por su alto grado de institucionalidad y de progreso en relación al resto del país en gestación. Eso tiene que ver con el institucionalismo chileno que heredamos, pero más democrático, sin su elitismo. ¿Cree que ese estilo puede ser trasladado al resto del país o es una excepción, una isla?

-En los años del presidente Arturo Frondizi fui cronista parlamentario. Mi amigo el constitucionalista Gregorio Badeni siempre me corrige, diciéndome que en la Argentina no hay parlamentarismo y, por lo tanto, que mal podría haber algo con el título de “parlamentario”. Contesto invariablemente que hay licencias lingüísticas admitidas por los usos y costumbres. Y bien: en aquellos cuatro años, cuando observaba en el recinto de la Cámara de Diputados de la Nación la actuación de los legisladores mendocinos, que no llegaban a 10, y la comparaba con la de quienes ocupaban las 30 bancas reservadas a la Capital Federal, concluía que ganaban por calidad los mendocinos. No era una cuestión de banderías políticas. Cronistas más antiguos me aseguraban que así había sido antes, también. Este modesto testimonio ilustra sobre la cultura política de los dirigentes de esta provincia.

Hay que pensar que el más brillante de los ministros del Interior que haya conocido, Alfredo Roque Vítolo, a pesar de sus antecedentes unionistas cuando el partido se fracturó en 1956 entre UCRP y UCRI se fue con Frondizi. Tenía la pelea perdida de antemano con un político del fuste de Leopoldo Suárez, que con no más de 28 años se había enfrentado en una famosa convención nacional de la Unión Cívica Radical de fines de los cuarenta con el principal teórico de la intransigencia, Moisés Lebensohn. Fue un mano a mano bravo, sin ventajas para nadie.Cualquier argentino medianamente informado sabe lo que ha sido el logro de una provincia que con sólo el 3 por ciento de sus tierras cultivables ha llegado donde lo ha hecho Mendoza. Su fama vitivinícola es mundial. Hace veinte años leí, en una columna consagrada al estudio de los vinos, este título en el Financial Times, uno de los diarios de mayor gravitación en Occidente: “Mendoza, la tierra y el sol a la medida del Malbec”. Recuerdo que en 1978 fui a dar en Mendoza una conferencia patrocinada por un instituto de estudios económicos y financieros. Antes de darla me invitaron a conocer un establecimiento industrial. Apenas lo recorrí y vi colgadas de los rieles aéreos turbinas producidas para cumplir con requerimientos de todo el mundo me asombré por lo silencioso que había sido para mí el crecimiento de esa empresa hasta la dimensión nacional a la que había llegado. “¿Qué representa Impsa –pregunté- en relación con el PBI de Mendoza?” Me contestaron con acierto por vía comparativa: “Es mayor que el de Giol”. Cuando me iba, Enrique Pescarmona me presentó a un hombre mayor. No podía ser más humilde en su aspecto; estaba en su oficina, tanto o más modesta todavía, que no sé si superaba los tres metros por dos: “Mi padre”, dijo. Muchos años después, en Cambridge, pensé en el viejo herrero que había conocido en aquella ocasión: fue cuando charlaba con César Milstein, uno de nuestros premios Nobel de Medicina, en una oficina tan despojada y diminuta como aquella de una fábrica mendocina. ¡Cuánta tontería hay en la pomposidad y cuánta más carga de imbecilidad que de criminalidad hay en quienes han llegado al gobierno con la codicia de robar todo lo que se pueda! Se presentan de nuevo como candidatos y la gente los vota. No entiendo.

De tanto en tanto pregunto a médicos de clase en Buenos Aires, cuál es el rango de categoría después de la de la UBA de las restantes escuelas públicas de Medicina. A veces me contestan que le sigue la Facultad de Tucumán, en otras que ese lugar lo ocupa la de Mendoza. ¿Quién no conoce su Instituto de Derecho Político y la obra académica que dejaron hombres como Pérez Guilhou?

Qué decir del más que centenario diario Los Andes. ¿Cuántas mujeres ha habido en el pasado al frente de alguno de los principales diarios del país y que haya irradiado tanto amor por la educación y la cultura como doña Elvira Calle? Cada provincia tiene su propia fisonomía por historia, por la geografía, por las corrientes inmigratorias, por el cultivo sin pausas de la educación, la cultura, por la cortesía entre sus gentes, por el cuidado de sus ciudades –como la tradición notable en la capital de Mendoza- y por el fomento permanente o no a la apertura social. Nunca los conservadores bonaerenses tuvieron la sabiduría y espíritu de solidaridad social que permitió a los conservadores mendocinos imbricarse con un mundo diverso de sectores de la vida social y económica de la provincia. Hay mucho para aprender de los mendocinos.

Sí, creo que con su espíritu pueden mimetizarse y aprender otras provincias. Pero no sé cómo podría resolverse esto con el Gran Buenos Aires, cuya densidad, hacinamiento y pobreza me recuerda por momentos lugares urbanos tan desoladores del planeta, como la ciudad de Calcula, en la India, cuando la conocí hace 50 años. Ese nudo debe desatarse con políticas sostenidas de desarrollo de otros centros del interior del país, con promoción de industrias y desarrollo de infraestructuras que hagan posible la vida digna en otras partes y se articule mejor así esta geografía de dimensiones casi imperiales que es el Argentina.

¿Cuánto vamos a demorar la división en dos de la provincia de Buenos Aires, inabarcable por su dimensión administrativa? Lo propuso un periodista a fines del siglo XIX. Así fue cómo Enrique Julio fundó La Nueva Provincia en Bahía Blanca. En el nombre del diario había un proyecto político por el que el luchó sin descanso…y sin éxito.

-Siempre se ha discutido la posibilidad de cambiar el sistema impositivo volviendo a esquemas anteriores a la coparticipación pero modernizados: básicamente que la mayoría de los impuestos hoy nacionales los cobren las provincias y los coparticipen a la nación.

¿Cree positivo ese cambio? De ser así, ¿cree que puede existir alguna posibilidad de que ello ocurra?

-Como se sabe, el régimen de coparticipación federal fue la respuesta del gobierno de Justo en 1934 frente a la crisis prolongada de 1929 y a la caída de la principal fuente de ingresos del gobierno federal, que eran los derechos de exportación, de manera principalísima los de importación. Dos años antes se había instituido por “única vez” eso que después se reiteró en leyes anuales hasta el cansancio, el impuesto a los réditos, que ahora conocemos como impuesto a las ganancias. Usted ha tocado uno de los temas centrales de la relación entre el poder central y las provincias. El llamamiento dramático de Cornejo, creo, está asociado a la falta de un acuerdo maduro, estable y justo entre partes y que los desórdenes y parcialidades de la política vienen haciendo imposible desde hace 24 años: la constitución de 1994 ordenó dictar un nuevo régimen antes de fines de 1996. La crisis del país es política, institucional y moral. Las palabras de Cornejo no son más que un síntoma de una república que cruje. Urge actuar, y actuar en esta materia no es responsabilidad de un gobierno, sino de un concierto general de voluntades que incluya a ese gobierno.

-En Mendoza no tenemos reelección inmediata del gobernador y ni siquiera de sus parientes directos. Ahora se intentará reformar la Constitución local pero sin cambiar ese disposición. En casi todo el resto del país los reelecciones son moneda frecuente. Antes casi ninguna provincia tenía reelección inmediata. ¿Cree que sería positivo para el país volver a eso?

-Soy contrario a las elecciones por tiempo indefinido, como ocurre en Santa Cruz o Formosa. Con una reelección basta, pero para evitar que esa alteración de una norma constitucional sea impugnada por haber estado al servicio de quien la propició, este, sea quien sea, debe quedar excluido de la posibilidad de ampliar el mandato con el cual asumió el poder.

-Argentina es un país federal que parece unitario y centralista por su accionar. Algunos países son unitarios y no por eso necesariamente funcionan mal. ¿Qué sería más posible para usted, ¿convertirnos en un verdadero país federal o asumir lo que somos de hecho?

-Lo dice el artículo 1° de la Constitución Nacional: “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa, republicana federal”. Estoy convencido de que el federalismo constituye la fórmula que mejor representa los intereses y sentimientos de las provincias y de la ciudadanía en general. Una institucionalidad unitaria funciona bien en Francia; en la Argentina sería un modelo que no haría más que acentuar las deformaciones macrocefálicas que han contribuido a sus mayores padecimientos. No integramos como los Estados Unidos una confederación, en la cual los Estados conservan parcialmente un poder soberano. Lo que en el pasado se llamaban “soberanías provinciales” entre entidades autónomas que delegaban en la provincia de Buenos Aires el manejo de las relaciones exterior. Decidimos en 1853/60 ser un país federalista y debemos cumplirlo así, con respeto y estímulo a cada provincia a desarrollarse y promover acuerdos regionales que contribuyan a que no pocas entre ellas pierdan su condición objetiva de fenómenos inviables, por depender hasta en más del 90 por ciento, como en el caso de Formosa, de los giros que le hace llegar el Estado nacional.

Los argentinos se deben a sí mismo un gran acto de sinceramiento. Sobre lo que pretenden ser y sobre lo que pueden ser sin producir lo suficiente y gastando al mismo tiempo con extraordinario exceso respecto de sus posibilidades. Deben convencerse de que urge restaurar los valores de la educación pública, del sacrificio personal en el estudio y en el trabajo. Es más, a eso hay que agregar la voluntad de capacitarse de forma continua. La tecnología, los nuevos conocimientos dejan atrás rápidamente lo que creíamos haber sabido de una vez y para siempre. Eso vale para todos: obreros, empleados, profesionales, empresarios. Y antes que nada, claro, hay que saber amar y hay que saber reír y dejar de ser un país con tantos melancólicos.

Perfil

Edad: 82 años. Nacido en Buenos Aires el 3 de diciembre de 1937

Profesión: Periodista.

Trayectoria: En diario La Nación fue jefe de la sección Política, corresponsal para América Latina, columnista político, subjefe de editoriales, secretario general de Redacción, subdirector y miembro del Directorio.

Títulos: Abogado por la Universidad de Buenos Aires.

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