La decisión del gobierno argentino de retirar al país del Grupo de Lima no debería sorprender. Desde que asumió, la administración de Alberto Fernández mantuvo una actitud complaciente hacia el régimen de Maduro. Está claro que ni el Presidente ni su canciller, Felipe Solá, nunca pudieron frenar la embestida del kirchnerismo más radicalizado, inserto en el Ministerio de Relaciones Exteriores como en otras áreas del Ejecutivo supuestamente encabezadas por “albertistas”. Lo recientemente sucedido en el área de Justicia es la prueba más palpable.
A mediados de 2020, detrás del telón de la cuarentena eterna, nuestro país tuvo un claro gesto a favor de Maduro al abstenerse de votar, en el ámbito de la OEA, contra la decisión del régimen chavista de designar un consejo electoral, obviamente progubernamental, destinado a supervisar las elecciones legislativas que terminarían otorgándole al régimen de Caracas el control de la Asamblea Legislativa (congreso venezolano), único poder que todavía controlaba la oposición política.
En realidad, en esa oportunidad la representación argentina ante la OEA lo que hizo fue reacomodarse con la férrea postura de apoyo al régimen de Caracas que los gobiernos kirchneristas habían mantenido hasta 2015. Lo mismo ocurrió con los crudos informes de Michelle Bachelet sobre violaciones a las libertades públicas, asesinatos y detenciones de opositores a cargo del régimen venezolano. La ex presidenta de Chile es la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, algo que poco le interesa al gobierno argentino en su claro objetivo de reivindicar a una dictadura disfrazada de democracia.
Oficialmente, la Cancillería justificó la decisión de salir del Grupo de Lima argumentando que sus acciones no cumplieron con los objetivos trazados y que, en cambio, las sanciones y bloqueos dispuestos contra Venezuela agravaron la situación en ese país. Un desatino. El propio canciller Solá sostuvo hoy que la Argentina no participaba de las deliberaciones del grupo de países desde diciembre de 2019, es decir, a partir de la asunción del actual gobierno; por lo menos blanqueó la postura del kirchnerismo sobre Maduro y su régimen. Probablemente, poco logre tranquilizar el canciller argentino la inquietud internacional, en especial de Estados Unidos, por este blanqueo de la complacencia con la dictadura venezolana.
Volver al aislamiento internacional parece ser, otra vez, la premisa del kirchnerismo. Señales contradictorias y complicadas en momentos en los que la Argentina tiene que reforzar gestos de credibilidad y seriedad.