El presidente Alberto Fernández encabezará este lunes la apertura del período 139º de sesiones ordinarias del Congreso en medio de una grave crisis político-institucional, como consecuencia del escándalo por las vacunaciones a amigos del poder que estalló hace dos viernes y provocó la renuncia de su ministro de Salud, Ginés González García.
Pero la debilidad de la gestión del Frente de Todos (FDT) no solamente es fruto de este revuelo nacional, del que el mundo se hizo eco, sino también de la situación sanitaria que no para de mostrar números preocupantes de contagios y muertes, con la amenaza de la llegada de la segunda ola hacia el invierno, el ingreso a cuentagotas de las vacunas contra el Covid-19 y la vacunación misma, que avanza a paso lento.
A ese combo se le añade la crisis económica: a pesar del despeje en los compromisos de deuda, la economía cayó 10% en 2020 y acumuló así tres años en recesión, con la pérdida de cientos de miles de empleos, aumento de la pobreza en torno al 40% y una inflación que ha recrudecido en los últimos tres meses, incluso antes de que el Gobierno empiece a descongelar precios regulados (tarifas) en marzo.
Es un momento sumamente complejo para el gobierno del kirchnerismo que, además, por primera vez en mucho tiempo se enfrenta a una oposición unida. El crecimiento todavía no alcanza para la reactivación pretendida para antes de las elecciones, que están a la vuelta de la esquina.
Las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) deben realizarse, como manda la ley, el segundo domingo de agosto, es decir dentro de cinco meses.
De todas maneras, tal como anticipó Los Andes hace dos semanas, hay un principio de acuerdo entre el Gobierno, el oficialismo y el principal espacio de la oposición, Juntos por el Cambio (JPC), para postergar los dos comicios, las PASO y las generales, de agosto a setiembre y de octubre a noviembre, respectivamente. Pero, ¿será suficiente un mes para los objetivos de la Casa Rosada?.
El tema omnipresente
La palabra coronavirus no figura en ninguna parte del discurso que el presidente Fernández formuló hace un año, con un recinto lleno de personas, como solía ocurrir cada 1 de marzo. Nueve días después de aquella ceremonia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró pandemia al síndrome Covid-19, provocado por el SARS-CoV-2, y 19 días después el jefe de Estado dispuso el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) en todo el país.
Ahora, según hicieron saber encumbrados funcionarios, el discurso no solamente aludirá al coronavirus SARSCoV-2 sino que estará enfocado en la pandemia: su impacto en la Argentina y los esfuerzos del Estado nacional, las provincias y la sociedad por superar la situación sanitaria.
Los funcionarios no quisieron anticipar más precisiones sobre el resto del mensaje presidencial de mañana.
Se limitaron a indicar que el mandatario trazará el estado de situación del país y sus planes para el futuro, lo que en rigor hace todo presidente cuando se sienta frente a la Asamblea Legislativa.
Sin embargo, es probable que Fernández vuelva a pedir a los legisladores -en particular, a los diputados- que debatan la ley de reforma de los tribunales federales, proyecto del Poder Ejecutivo especialmente pretendido por él mismo, que obtuvo la media sanción del Senado y que en la Cámara baja está frenado porque el oficialismo, que allí no tiene mayoría propia, no consigue apoyo de la oposición.
La inauguración del período de sesiones ordinarias del Congreso -éste es el número 139- siempre provoca un interés generalizado en el país, porque se reúnen los representantes de los tres poderes del Estado: el Presidente, los diputados y senadores, y los jueces de la Corte Suprema de Justicia.
Pero en esta ocasión el mensaje de un Fernández golpeado por las vacunaciones de privilegio consentidas por su Gobierno, por la epidemia indomable, por la crisis económica y por las elecciones, concitarán una especial atención.
Las incógnitas se develarán a partir de las 12 del mediodía. Alberto Fernández elegirá las frases y la energía, la inflexión y el tono con el que las pronunciará.
La palabra es poderosa: el discurso puede convertirse en el relanzamiento de su gestión -pretendido con la nublada creación del Consejo Económico y Social, presentado el mismo día que estalló el “vacunagate”- o puede marcar la continuidad de un rumbo errante, por la planicie y sin despegue.