En su discurso de casi dos horas y 62 páginas, Alberto Fernández le dedicó tan solo dos párrafos al escándalo del momento: las vacunaciones sin turno previo a los amigos de su gobierno. El resto del mensaje que pronunció en la inauguración del 139º de sesiones ordinarias, estuvo cargado de ataques al Poder Judicial, a la oposición y al periodismo.
Este año, el Presidente tuvo que ir al Congreso en un contexto que no pudo ser más adverso: de indignación social por esos privilegios consentidos, que desataron la peor crisis política de su gestión de apenas 15 meses; y una economía que continúa deprimida, y con una inflación que asoma indomable, a 22 semanas de su primera elección de medio término.
Escoltado por la dueña de los votos que lo llevaron al poder, la vicepresidenta, Cristina Kirchner, y el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, un Fernández adusto y poco sonriente brindó un mensaje con una autocrítica sobre las vacunaciones VIP que pasó inadvertida.
“Aún cuando en lo personal me causaran mucho dolor, tomé las decisiones que correspondían”, dijo en alusión a la renuncia que le pidió hace 10 días al ministro de Salud Ginés González García, tras haber destacado que su gobierno encara “el mayor operativo de vacunación de la historia argentina”, pese a que las vacunas todavía llegan a cuentagotas.
Como cada año, el jefe de Estado se sentó en el estrado del recinto de la Cámara Baja, pero, esta vez, con solamente un tercio de los diputados y senadores presentes —por cuestiones sanitarias— y la ausencia física de los cinco jueces de la Corte Suprema de Justicia.
Faltazo decidido
La apertura de sesiones ordinarias es el evento institucional del año, porque se reúnen en un mismo sitio los máximos representantes de los tres poderes del Estado: el Presidente, los legisladores nacionales y la Corte.
Esta vez, aunque debían y podían hacerlo, ningún juez del máximo tribunal estuvo presente físicamente: decidieron reunirse, los cinco juntos, en el salón de acuerdos de su propio palacio y participar de manera remota.
El jueves habían sido avisados de que debían hisoparse para ir al Congreso, pero prefirieron estar lejos de las cámaras. Sabían lo que les esperaba.
Es que los principales dardos del mandatario apuntaron justamente hacia ellos: dijo, entre otras frases lacerantes, que “el Poder Judicial de la Nación está en crisis” y que “es el único poder que parece vivir en las márgenes del sistema republicano”.
El compañero de fórmula de Cristina se despachó contra la Justicia a pocas semanas de condenas dictadas contra Amado Boudou y Milagro Sala, y cinco días de la sentencia contra Lázaro Báez, a 12 años de prisión, por lavado de dinero en la causa conocida como La ruta del dinero K, que podría afectar a la vicepresidenta.
Fernández también apuntó contra la Justicia en momentos en que dos leyes, la de ordenamiento de los tribunales federales (suya) y la de modificación del Ministerio Público Fiscal (de Cristina), aunque obtuvieron la media sanción del Senado, con la mayoría invencible del oficialismo, están frenadas en Diputados.
En esa cámara el oficialismo no tiene mayoría y no ha podido convencer ni siquiera a la oposición no cambiemista, la que le presta los votos para la sanción de leyes, de los supuestos beneficios de ambas leyes judiciales.
Pese a la insistencia presidencial, no parece haber mucho margen para que ambas propuestas avancen en este año rabioso y electoral.
Tribunal intermedio
Pese a que su reforma judicial está empantanada, el mandatario anunció el envío de otros cuatro proyectos que integran ese paquete.
Las iniciativas, hizo saber, surgen de las recomendaciones de la comisión de juristas que él convocó, conocida como Comisión Beraldi, porque la integra, junto a otros 11 expertos, Carlos Beraldi, abogado defensor de Cristina.
El más polémico de estos cuatro proyectos anunciados es el que crea un tribunal intermedio para sacarle competencias a la Corte. Es decir, para quitarle poder, lo que ya provoca rechazos de una oposición endurecida, que aprovecha con regodeo y enjundia cada error no forzado de un gobierno que transita su peor hora.
Pero Fernández también anunció el envío de leyes y pidió por otras, de otra índole, que podrían ser bien recibidas.
Por ejemplo, le reclamó al Congreso que “apure el tratamiento” de la “reducción del impuesto a las Ganancias en los salarios”, un proyecto de Massa que establece que este año —electoral— no pagarán este gravamen quienes cobren salarios brutos de hasta 150 mil pesos (124.500 de bolsillo).
Y anticipó que mandará un proyecto que declara “la emergencia de servicios públicos y regulados con el objetivo de desdolarizarlos definitivamente y adecuarlos a una economía en la que los ingresos son en pesos”.
Contra la oposición
“Tuvo cuatro años para hablar, ¿por qué no me deja hablar a mí, por favor?”. Así, Fernández interrumpió su discurso para responderle al diputado del PRO Fernando Iglesias, que junto con su colega de bloque Waldo Wolff habían lanzado críticas desde sus bancas, varias veces y a los gritos.
En ese escenario, Fernández también criticó al periodismo, al señalar que no asumió en la Presidencia para dejarse “aturdir por críticas maliciosas que responden a intereses inconfesables de poderes económicos concentrados, que en ocasiones buscan sembrar la fractura, la polarización y discordia entre el pueblo argentino”.
Después, al encargarse de la oposición, destacó la renegociación de la deuda encabezada por el ministro de Economía, Martín Guzmán, y anunció que instruyó a sus colaboradores a iniciar una “querella criminal tendiente a determinar quiénes han sido los autores y partícipes de la mayor administración fraudulenta y de la mayor malversación de caudales que nuestra memoria registra”, en alusión al gobierno de su antecesor, Macri.
En ese sentido, dijo que la actual conducción del Fondo Monetario Internacional (FMI) comparte su inquietud por la deuda argentina y atribuyó a los gobiernos peronistas el “desendeudamiento de la Patria”.
Golpeado el escándalo, una crisis sanitaria que sigue ofreciendo cifras preocupantes de contagios y muertos, un proceso de vacunación aún lento, descontento generalizado y las elecciones a la vuelta de la esquina, el Presidente eligió con tanto esmero cada palabra de su mensaje y cada destinatario que se olvidó de pronunciar la frase final —y medular— de cada 1º de marzo: “dejo inauguradas las sesiones ordinarias del Congreso”.