El peronismo tiene lo que se llama memoria selectiva. No suele recordar sus errores de gestión, pero nunca pudo olvidar que el radicalismo, liderado por Alfredo Cornejo, le pisó varios meses el penúltimo presupuesto de Paco Pérez y dejó trunco el de 2015, el último año de mandato, negándole la posibilidad de tomar créditos para dar pelea en ese año electoral.
Más bronca le dio al PJ tener que conceder a Cornejo, antes de que asumiera y debido al descalabro financiero que iba a dejarle, la posibilidad de endeudarse durante dos años. Algo debe haber intuido el radical cuando pidió esa facultad excepcional, porque luego de 2017 nunca logró que le autorizaran ni un peso, salvo para reconstruir la ruta 82, un préstamo del BID que no podía desecharse.
Ese enojo del peronismo también lo sufrió de rebote Rodolfo Suárez, que no logró quebrar esa negativa en su primer presupuesto, pese a haber asumido pocas semanas antes. La continuidad que prometió en campaña el ex intendente de Capital pareció incluir también la relación con el principal partido de oposición.
La vendetta llegó a su fin el martes, cuando el PJ aceptó avalar el roll over y más deuda que la que se había puesto como límite inicialmente, así como dejar en el olvido la reducción de impuestos que exigía pero nunca aplicaría de ser gobierno en este momento.
El Gobierno, por su parte, concedió bajar sus pretensiones sabiendo que no tiene sentido dar pelea por dólares que difícilmente consiga en el contexto actual del mundo y el país en particular.
Cuentan que en medio de la negociación hubo una comunicación entre el Gobernador y la senadora nacional que terminó muy mal. Tan mal que fue necesaria la mediación de otros actores para que volvieran a hablarse y así avanzar en el acuerdo final.
La necesidad de un pacto era de ambos, casi por igual. Suárez porque sin el roll over debía destinar ingresos corrientes del Estado a cancelar deuda y sin la autorización para nuevos préstamos no iba a tener obras que mostrar en un año electoral.
Fernández Sagasti, a su vez, porque debía demostrar que con su conducción (aunque no haya asumido formalmente aún) algo había cambiado en el PJ respecto de los años anteriores, cuando la falta de un líder y el poder atomizado impedían encarar una negociación que pudiera tener un final previsible.
Un debut como jefa que agitara la grieta y la mostrara inflexible era lo menos recomendable para la senadora, que paga caro en las encuestas su estrecha cercanía con la vicepresidenta, Cristina Kirchner.
La discusión en el Senado les dio una segunda oportunidad a ambos, tras aquella votación en Diputados que dejó mal parados a todos. Paradójicamente, Suárez logró el oxígeno que necesitaba gracias a la bicameralidad que pretende eliminar con su reforma de la Constitución.