La única noticia buena de estos días aciagos donde el oficialismo nacional no ha dejado macana por hacer, es que los que gobiernan son peronistas. Porque muy otro hubiera sido el cantar si las cosas fuesen el revés y la oposición estaría en manos del peronismo. Ya se vió en 2001 cuando De la Rúa perdió las legislativas de medio término y en poco más de dos meses él y su gobierno ya eran boleta. En cambio ahora, por lo menos, no existe una oposición destituyente aunque quizá, por ahora, demasiado prescindente cuando está en juego la institucionalidad de la República.
La única verdad, la realidad, es que los protagonistas principales del juego político no parecen haber entendido debidamente la profundidad del significado del voto popular del domingo y en particular la protagonista principal. Acá perdieron todos, las torpezas de Alberto Fernández, innumerables, son apenas la punta del iceberg de causas mucho más abarcativas, en particular la demostración de que el artificio institucional que creó Cristina Fernández para ganar las elecciones jamás funcionó para gobernar, excepto, quizá, cuando se desmarcó de su control y se aliaron Alberto y Rodríguez Larreta para combatir la pandemia, intento racional que fue bombardeado desde su inicio por Cristina hasta que lo hizo volar en mil pedacitos. Eliminado ese único intento de concertación sensata todo lo demás fue de mal en peor, en particular con una rutina repetida; hiciera lo que hiciera, Alberto era criticado por Cristina y obligado a dar marcha atrás. Rutina que el presidente acataba con la mayor sumisión hasta evaporar cualquier mínimo atisbo de autoridad propia.
Así llegamos a las elecciones, en la más feroz de las anormalidades institucionales (se habla hoy de crisis institucional presente, aunque en realidad ésta jamás dejó de existir en estos casi dos años), con el resultado a la vista. Pero con algo peor, la incomprensión absoluta de la nueva realidad después del voto por parte de la dirigencia oficialista.
Lo que se quiso hacer ayer es seguir con la misma rutina, diciéndole Cristina a Alberto: yo te reto, yo te grito, te corrijo, te callás y cambiás. Persuadida la señora de que el complaciente presidente formal haría lo que hizo desde que asumió. Pero esta vez no pudo ser, y no tanto porque Alberto se haya rebelado, sino porque simplemente no puede hacer lo que se le está pidiendo sin arriesgar brutalmente el pellejo que es lo que viene salvando (o al menos el creyó salvar) desde el inicio bajando la cabeza ante las órdenes cada vez más crueles de Cristina.
Sin embargo, esta vez a la vicepresidenta se le fue la mano, perdió el contacto total con la realidad. Por eso apenas verificado el resultado y luego de haberse subido a un escenario el domingo a la noche con cara de indignidad total como si los culpables fueran todos los demás menos ella, desde el lunes sus huestes más impresentables se encargaron de decirle de todos los modos posibles a un atribulado presidente en jaque que radicalizara el gobierno. Que “vicentinizara” su gestión. Hasta tuvieron el tupé de proponerle la creación de una moneda no convertible al estilo cubano. Para luego, un par de días después, atacar directamente Cristina exigiéndole la cabeza de sus ministros y funcionarios más leales. A puro grito, frente a lo cual el presidente no dijo ni sí ni no, pero Cristina se dio cuenta de que no quería. Indignada ante tan mínima rebelión del subordinado, en un acto de locura total, la vicepresidenta ordenó a sus leales presentarles la renuncia al presidente, o al menos comunicarle a los medios que la presentaron. Convencida de que aterrado, Alberto volvería a ser el Alberto de siempre. Pero no es que el Alberto de hoy sea otro al de ayer, es el mismo, lo que ocurre es que la situación objetiva cambió. Y hoy la realidad real pesa más que Cristina. Y es sabido que una personalidad como la de Alberto siempre obedece a lo que pesa más. Si ahora le hace caso a Cristina, radicalizándose en contra de lo que votó la sociedad o cambiando a los torpes suyos por unos torpes K, todo volará por los aires aunque nadie de afuera haga nada para que ello ocurra. Y entre volar por los aires o desobedecer por primera vez a Cristina, no hay más remedio que desobedecerla, a menos que ella dé marcha atrás, cosa que hasta ahora nunca ha ocurrido.
En fin, sin que nadie de afuera haya hecho entonces el menor movimiento para generar esta crisis política e institucional y mientras desde Uruguay el “Pepe” Mujica dice que en el gobierno argentino están todos locos y les recomienda leer el Martín Fierro, Cristina y Alberto deberán adaptarse a la nueva situación en vez de seguir peleando peleas de un tiempo que ya murió definitivamente el domingo.
Y toda esa manga de pusilánimes peronistas que durante todos estos meses de abusos vicepresidenciales callaron para defender sus pellejos, ahora saben que deben hacerse escuchar por la misma razón que antes, para defender sus pellejos. Han pasado del temor al horror hacia Cristina.
Cumpas, quedan más de dos años y para ello hay que barajar y dar de nuevo porque el pueblo así lo quiso y porque hace mucho tiempo que ustedes estaban jugando con cartas falsas. Hay tiempo, nadie se lo impedirá pero debe primar una sensatez mínima que en la Argentina actual es el material más escaso.