El oficialismo nacional dio ayer una muestra de cómo se distribuye el poder político en este gobierno donde quien lo preside no manda, quien manda no lo preside y donde siempre hay un tercero jugando de alfil por si se lo necesita en caso de que el experimento frankensteiniano cristinista se encuentre en problemas serios, algo cada vez más probable por la ineptitud de quien gobierna y la desmesura de quien manda.
Así fue con la orden que dio la Corte Suprema de la Nación de volver al Consejo de la Magistratura inicial (de 20 miembros presidido por el presidente de la Corte) hasta que una nueva ley sustituya a la declarada inconstitucional.
Luego de lo que en apariencia es la resolución final del conflicto de poderes, con el envío de los dos miembros faltantes del Congreso para integrar en su plenitud el Consejo, podemos hacer un balance y observar que el debate institucional fue mucho más una partida de truco con el estilo del viejo Vizcacha donde el oficialismo, en particular el cristinismo (los otros que adhieren lo hacen por oportunismo) denunciaba golpes institucionales figurados de la Corte mientras no se privaba de intentar golpes institucionales figurados contra esa misma Corte. Lo peor es que para esas disputas no se repararon en medios, como esa ridiculez de convocar a un juez de primera instancia al que le prometieron un ascenso a camarista para que frene la decisión de la Corte. Un dislate absoluto que sólo puede firmar gente muy desesperada o muy apretada y, como dijo la Corte, portador de una ignorancia supina.
Fracasado el intentillo no quedaba más remedio que autorizar a dos legisladores de la oposición a integrar el Consejo de la Magistratura. Lo contrario sería la sublevación de un poder contra otro, vale decir, la eliminación de la división de poderes, algo que hace tiempo Cristina viene teorizando en sus conferencias magistrales. Pero que tiempo atrás cumplió al pie de la letra, en la práctica, cuando junto a su marido acabaron con toda independencia de poderes en Santa Cruz.
Pero esta vez no hizo lo mismo. No se atrevió a tanto pese a que amagó hacerlo. Al fin obedeció la orden de la Corte y mandó un senador al Consejo, aunque para ello hizo algunas manganetas leguleyas y puso a un hombre suyo en vez del referente de la oposición que se esperaba. Ahora hasta esta picardía quizá también se judicialice pero lo principal ya está hecho: el Consejo tiene 20 miembros y la preside en archienemigo de Cristina, el presidente de la Corte, Horacio Rosatti.
Y otra vez, luego de tantas berreteadas -como dijo una de las nuevas consejeras- va volviendo el orden precario de este equilibrio institucional argentino que siempre amenaza con romperse, pero que al final siempre sobrevive al filo, al borde del abismo, manoseado por todos pero sin que nadie lo atropelle todavía al nivel de los despotismos electivos como el de Venezuela. O el de Santa Cruz.
Cristina hizo lo mismo que cuando se negó a entregarle el bastón de mando a Macri:_ no me opongo a que seas presidente pero ni soñés que yo te corone como tal, reina hay una sola y esa soy yo, que te corone otro.
En este caso gritó, pataleó, protestó, pero al consejero le entregó acatando la orden de la Corte, aunque armando un escandalete para que al representante lo designe ella y no la oposición. Eso no va a cambiar en casi nada las mayorías y minorías del Consejo, pero se trataba de expresar que ella siempre se sale con la suya, si no puede en lo esencial, que al menos sea en lo adjetivo, no entregando el bastón de mando o cambiando de consejero pero acatando lo esencial del fallo de la Corte. Mucho ruido y pocas nueces, pero es mejor así, que obedezca aunque proteste, que a falta de poder cambiar las instituciones por otras, se subordine a las actuales aunque sea a duras penas y banalizándolas al máximo, como si se tratara de una jovencita caprichosa en una estudiantina universitaria, que a veces eso es lo que parece ser la persona de más poder político en toda la última década de la Argentina. Algo que nos interpela a todos, no sólo a ella. ¿Por qué somos tan frágiles institucionalmente?, ¿por qué despreciamos siempre tanto la legitimidad republicana para quedarnos en el borde de una legalidad que no nos atrevemos a violar pero que tratamos de interpretarla de la peor manera posible?
En fin, nada nuevo bajo el sol de este gobierno consumido no sólo por sus defectos sino también por sus excesos. Cristina haciéndose la niñita caprichosa, Massa mostrándose como el oficialista al que le permiten hacer y decir lo que al presidente no le permiten y por eso es el único que actuó ajustado enteramente a la ley, no importa si haya sido por buenas o malas razones. ¿Y Alberto? Como siempre, diciéndole que sí tanto a Massa como a Cristina luego de que tanto Massa como Cristina tomaron sus decisiones sin consultarlo a él en absoluto. Sin en apariencia entender demasiado lo que está pasando, se fue a dar clases a la facultad, ya que nadie, dentro del poder real, le lleva el menor apunte.
Y así sigue la rutina de esta Argentina naufragante donde cada uno busca salvarse solo. O sola. Como esa vicepresidenta que necesita desesperadamente una Justicia por entero adicta para tapar las corrupciones de sus anteriores gobiernos y que cuando la cosa no le sale (en realidad no le sale casi nunca) culpa al presidente por no haberle cumplido con la promesa que le hizo a fin de asumir como tal: yo te voy a liberar a vós y tus pibes de todas las causas judiciales, ya vás a ver Cristina, te lo juro.
Hoy un juramento, mañana una traición... o al menos eso es lo que piensa Cristina de Alberto. Aunque, siguiendo con los decires, la culpa nunca es del chancho sino de quien le de comer.