Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com
Así como en el ámbito económico lo realizado y/o logrado hasta ahora por el gobierno del presidente Macri se trata en su mayoría de deudas que nadie sabe a ciencia cierta -ni siquiera el oficialismo- en cuánto o si las podrá cumplir, en el ámbito institucional las cosas han resultado mejores, ya sea por decisión o por necesidad, lo mismo da.
Eso se verifica en la cuestión parlamentaria donde un bienvenido equilibrio de fuerzas permite, para obtener leyes clave, negociaciones insólitas en la democracia nacida en 1983. La falta de mayorías oficiales está impidiendo todo hegemonismo pero a la vez no se cayó en el “delarruismo” de negociar por abajo, al borde de la ley como el caso de las coimas en el Senado que quizá no se pudo o no se quiso probar judicialmente pero sí de sobras políticamente.
Igual ocurre en otros terrenos. La obsesión por controlar el Poder Judicial como tuvieron el menemismo o el kirchnerismo, no parece hoy ser significativa. Ni siquiera el macrismo quiere imponer un relato oficial como tan brutalmente se ocupó el kirchnerismo a fin de ganar la supuesta batalla por el dominio cultural como intentan todos los absolutismos. Más bien está dejando que los más variados relatos sociales que tiene toda sociedad democrática en su seno, se desarrollen y encuentren lugar donde expresarse, incluyendo allí a los medios públicos que hoy no parecen ser (al menos aún y ojalá que para siempre) propiedad del gobierno.
Pero como todos sabemos, vivimos en una sociedad más mediática que política y eso no deja de tener consecuencias. En particular una mayor incidencia que en otras sociedades de los medios y la opinión pública por sobre la política. Desequilibrio que -hemos dicho muchas veces- no se soluciona queriendo limitar a los medios o a la opinión, sino jerarquizando el rol de la política como conductora social. Elevando a unos, no bajando a otros.
Esta cuestión mediático-institucional tuvo esta semana un episodio altamente simbólico cuando se enfrentaron por primera vez en el nuevo gobierno, el Presidente Mauricio Macri y el superconductor televisivo Marcelo Tinelli, claro que con final feliz y abrazo incluido, porque el objetivo de los dos fue nada más que medirse para ver cómo será a lo largo de toda la gestión la relación entre estas dos personas que expresan dos poderes reales, como viene ocurriendo con todos los presidentes desde hace por lo menos veinte o veinticinco años.
Carlos Menem nunca dejó de tener clara su política en este sentido. Fue a los medios donde siempre se sintió pez en el agua. Se ocupó de frivolizar la política como hasta ese entonces no había ocurrido nunca. Rompió todos los límites entre política y farándula y las hizo a las dos una sola, indistinguibles. Su poder no disminuyó un ápice por compartirlo entre otros con Tinelli el que siempre le cubrió sus cierres de campaña, como ocurrió en la reelección de 1995 cuando Tinelli y Maradona se jugaron el todo por el todo para Menem en una operación mediático política pornográfica. Pero en el país de entonces eso era normal. Los tres -Menem, Maradona y Tinelli- eran los reyes, junto a Bernardo Neustadt que también incrementó su poder y su fortuna sirviendo a Menem.
Sin embargo, cuando el riojano se fue del gobierno, de todos esos personajes el único que mantuvo su poder incólume fue Tinelli, quien se encargó de demostrarlo durante la breve era de De la Rúa quien, estúpidamente, buscó convivir con el conductor de tevé yendo a sus programas donde en vez de ser pez en el agua era pez en el desierto. Acercarse a la tevé para atemperar su poder fue trágico para De la Rúa que no cayó por la farándula pero quedó inmortalizado por ella como un ser patético porque una imagen puede más que cien palabras.
Con los Kirchner las cosas fueron muy diferentes tanto a Menem como a De la Rúa. Néstor también buscó seducir a Tinelli pero no yendo al programa de éste sino invitándolo a la Casa Rosada, donde cruelmente ambos se burlaron del caído De la Rúa. Pero de a poco, particularmente cuando llegó Cristina, el kirchnerismo se dio cuenta de lo obvio: que Tinelli era un poder en sí mismo y los K no estaban dispuestos a convivir con ningún otro poder. Por eso mantuvieron con el mediático una relación de ambigüedad: tratarlo bien, pero ahí nomás; no darle ni de casualidad todo lo que éste pretendía, a la espera del momento en que debieran enfrentarlo en su política del vamos por todo.
La farandulización en el caso de los Kirchner no fue por el lado de Tinelli sino en su relación con la llamada cultura “seria”: los intelectuales, los artistas y los universitarios, con los cuales intentó ocupar los espacios mediáticos como si se trataran de tropa propia. La obsecuencia nunca vista que logró en estos sectores culturales el kirchnerismo, generó algo impensado: que los mismos se farandulizaran a un nivel impresionante, frente a los cuales el tinellismo pareció un poroto. De Vido haciendo teleseries oficialistas que nadie veía, con actores oficialistas pagados suculentamente a través de universidades oficialistas que servían de intermediarios fue uno de los mecanismos de la corrupción cultural. Programas como 6,7,8 inauguraron otro tipo de frivolidad mucho más politizada donde la “cultura” nacional y sus intérpretes, en gran mayoría, se entregaron al más alucinante de los shows mediáticos. Esta vez no fue, como con Menem, la política la que se farandulizó, sino la política que farandulizó a los que se consideraban la cultura seria del país.
En tanto, Tinelli siguió con su negocio, mucho más moderado que en otras épocas, porque sabía que con el kirchnerismo no era tan fácil joder. Por eso de a poco fue limitando los aspectos políticos de sus joditas y se dedicó a sobrevivir mientras la farandulización de la política y de la sociedad pasaba por otro lado. Haciendo jugar el papel de payasos al servicio del poder a quienes antes eran considerados los referentes de la identidad nacional.
Ante estas opciones se encuentra Macri. Con un Tinelli que lo está tanteando para ver cuál será su papel en la nueva escena política. Que espera sacarle negocios o compartir el poder o seguir acumulando del suyo propio jugando alternativamente a ser oficialista o su contrario según conveniencia. Imita a Mauricio Macri para ver hasta cuándo éste resiste. Y si éste se enoja, en vez de redoblar la dureza de la imitación, sutilmente hace renacer la imitación de De la Rúa para advertir a Macri que le puede pasar lo mismo.
En este contexto, y con este personaje que va hasta donde lo dejan llegar, esta semana Macri cometió dos errores: criticarlo por sus burlas, poniéndose al nivel de Tinelli y, luego, reunirse con él para dirimir diferencias en una cumbre de Estado donde puso a Tinelli a su nivel. Pura ganancia para el conductor televisivo, cero para el político.
Nada difícil de revertir y Macri lo puede hacer fortaleciendo ese institucionalismo liberal que tan bien le está saliendo hasta ahora, negociando republicanamente leyes, permitiendo que surjan mil relatos, dejando hacer a la Justicia. En el caso que nos ocupa, sin farandulizarse ni pretender farandulizar. Sin ser manejado ni pretender manejar. Es que poniendo a la política en su lugar, todo lo demás se pondrá en el suyo. A no perder el tiempo entonces con pavadas.