Una política de Estado contra los barrabravas

El barrabrava no surge de un desenfrenado amor a una camiseta sino que es un emergente del matonismo, el apriete y el chantaje. En nuestro país esta metodología parece haberse naturalizado e incorporado culturalmente. Sólo una clara y decidida acción ofic

Una política de Estado contra los barrabravas

El fútbol en la Argentina es un caldo de cultivo para la aparición de grupos de choque, autodenominados barras bravas, que hacen del culto a la violencia un negocio suculento. Sus integrantes, profesionalmente organizados, se aglutinan en una estructura piramidal a la cual se ingresa desde la base y se intenta llegar a la cumbre sin ahorrar métodos delictivos.

Este tipo de nucleamientos ha crecido tanto en lo cualitativo como en lo cuantitativo y sus líderes gozan, de tanto en tanto, de apariciones mediáticas cual si fueran estrellas del mundo del deporte o del espectáculo. A partir de esa imagen solidifican su poder, mientras la acumulación de beneficios de todo tipo -especialmente económicos- les permite mantener a cada uno de los miembros de su facción.

El peor de los escenarios es el que se vive en nuestro país, en el que parece haberse naturalizado e incorporado culturalmente que la violencia generada desde el fútbol es un efecto de la pasión desenfrenada por el amor a una camiseta. Todo lo contrario: el simpatizante genuino es el costado más puro de la actividad y es quien disfruta o sufre por el resultado deportivo teniendo allí su límite. Por el contrario, el barrabrava es el emergente del matonismo, el apriete, el chantaje y la metodología más repudiable para intimidar y agredir hasta físicamente a quienes le presenten resistencia.

En el Superclásico que se disputará esta noche en el Malvinas Argentinas, un operativo de seguridad compuesto por 1.500 efectivos policiales intentará desbaratar todo tipo de actividad ilícita que pudieran llegar a realizar las barras bravas de River y de Boca. Se pondrá énfasis en esta última por el enfrentamiento interno que existe entre dos grupos que se disputan el control de la conducción de la hinchada, conocida mundialmente como “La Doce”.

A modo de repaso, vale señalar que su actual líder, Mauro Martín, se encuentra preso en el penal de Villa Devoto, acusado del asesinato de un hombre; y  su segundo, Maximiliano Mazzaro, está prófugo. Por esto, el ex jefe Rafael Di Zeo intenta recuperar el centro de la escena y no se descarta que haya algún tipo de enfrentamiento entre ambos sectores, dentro o fuera del estadio.

A partir de estos datos, los organismos de Seguridad de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires, de Santa Fe, Córdoba y San Luis acordaron realizar un seguimiento de los grupos facciosos mediante un encapsulamiento que se realizará en la Ruta 7 hasta el límite con el Arco del Desaguadero. Una vez en jurisdicción mendocina, serán las fuerzas policiales locales las que requisarán cada vehículo y a sus ocupantes, a partir de la aplicación de la figura del “derecho de admisión” para unos ochenta integrantes de estas barras, caracterizados como de extrema peligrosidad.

A veces se supone que el flagelo del barrabravismo puede combatirse rápidamente, tomando el ejemplo de cómo en Inglaterra se controló a los temibles hooligans hasta que se fueron desperdigando en no más de una década. Sin embargo, las características socioculturales y el modus operandi son diferentes entre los barras británicos y los argentinos. Aquellos pertenecían a sectores de la clase media pauperizada durante la década del '90 y habían alcanzado identidad de grupos marginales sin relación alguna con el sistema.

En cambio, los barrabravas argentinos están vinculados estrechamente a los negocios colaterales que se mueven alrededor del fútbol. El control de los estacionamientos aledaños al estadio, el manejo de porcentajes en las transferencias de jugadores, el expendio de merchandising en la calle y la venta de estupefacientes  les representan una fuente inagotable de ingresos.

La única solución posible para erradicar a la corporación barrabravista en la Argentina es la puesta en práctica de una firme política de Estado, la cual identifique, actúe y vaya hasta las últimas consecuencias con el fin de desarmar definitivamente a estos grupos ya endémicos de violencia  sistemática y organizada.

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