La política arruina la economía

Pronósticos de profesionales de la economía y expresiones de empresarios de distintas actividades, prevén una relativa mejora de la economía nacional para el año que se avecina. Sin embargo, el clima de negocios y la confianza de los consumidores parecen

La política arruina la economía

El meollo del problema de la recuperación de la economía argentina no está dentro de ella sino fuera, en la política. Es la política a secas la que no ayuda a la economía.

Es la política la que introduce una alta dosis de intranquilidad, de incertidumbre sobre el futuro, que impide tanto a los empresarios como a los consumidores tomar decisiones confiando en el largo plazo. A diario se toman medidas de gobierno imprevistas, como indicando que provocar sorpresa es un modo de hacer política. Parece no advertirse que las decisiones económicas importantes, en cualquier sociedad, requieren reglas estables, claras.

El clima de confrontación política instalado por el Gobierno nacional empeñado en llevar a cabo una reforma constitucional, que amén de la reelección indefinida, modifique radicalmente la parte doctrinaria de la Constitución, no puede crear otro ambiente que no sea de preocupación y temor. Esa preocupación y temor se advierten en las conversaciones privadas con los empresarios, con cualquier persona o familia que posea algún patrimonio. Razones no faltan ante los reiterados avances sobre los derechos de propiedad, como expropiaciones sin pago y estatizaciones de empresas luego de llevarlas a la insolvencia.

Es lamentable lo que ocurre porque el contexto internacional favorece a nuestro país. El precio de los principales productos exportables es alto, los términos del intercambio se encuentran en los mejores niveles de la historia de los últimos setenta años. Es decir que podríamos exportar mucho e importar mucho, si la política y la política económica no fuesen tan poco sensatas. El país esta perdiendo una gran oportunidad de modernizarse, de importar bienes de capital, de renovar sus ferrocarriles, sus líneas áreas, sus caminos. Por el contrario, desalienta las exportaciones con el atraso cambiario o las altas retenciones y reprime las importaciones.

Son tristes los ejemplos de la falsa industria informática y electrónica del país, que obliga a comprar muy caro productos viejos, obsoletos. Hace pocos días se publicó un ilustrativo índice de precios de una conocida tienda chilena instalada en Mendoza, desde hace mucho tiempo, que muestra cuánto cuestan productos similares del otro lado de la cordillera y aquí. El privilegio del que gozan unos pocos seudoempresarios fueguinos implica simplemente el despojo de millones de consumidores o empresas usuarias de esos productos.

El empecinamiento del Gobierno insiste en sostener ideas ya casi estrafalarias en materia económica o absurdas misiones comerciales que nada aportan, como las del secretario de Comercio. O ideas grotescas como las de la presidenta del Banco Central, quien afirma que la emisión monetaria no provoca inflación y por el contrario estimula el consumo. Mientras que la verdad es que la inflación real no sólo es alta, sino que se acelera.

El otrora “temible” control de precios del señor Moreno parece que ya sólo existe para los papeles, porque los precios suben delante de los ojos de los compradores. No podría ser de otro modo cuando las máquinas de imprimir billetes no dan abasto. En la cuestión de la inflación hasta el propio Indec reconoció en estos días el aumento del costo de la construcción, 25,7% en los últimos doce meses; más claro imposible.

A este mal clima se agregan a diario el avance de los negocios de los amigos del gobierno, un intervencionismo estatal desmesurado y el uso de los instrumentos del Estado para perseguir a los empresarios que se atreven a deslizar alguna crítica. No hay que engañarse, existe miedo en el mundo de los negocios, y el miedo es el peor enemigo del crecimiento económico. No se puede hacer crecer las empresas, no se puede aumentar la riqueza de un país a los gritos, bajo amenaza permanente. La política se ha convertido en enemiga de la economía.

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