Nacieron en Santa Fe y en Chile, pero sus restos descansan en los cementerios de General Alvear y de Ciudad, donde son visitados por cientos de personas que perdonaron sus delitos y acuden a ellos con devoción. Sus figuras son míticas en la región: Juan Bautista Bairoletto y el “Gaucho” Cubillos.
En todo el país, las banderas rojas alrededor de un viejo árbol a un costado de las rutas identifican los lugares donde la gente rinde su homenaje al “Gauchito” Gil, mientras que botellas con agua se amontonan en honor de la Difunta Correa. Antonio Plutarco Cruz Mamerto Gil Núñez nació en Corrientes, mientras que Deolinda Correa tiene su santuario en San Juan. Son parte de la veintena de los llamados “santos paganos” más populares que tiene nuestro país.
En ese universo también se encuentran Bairoletto y Cubillos. Ysi bien ninguno de los dos nació en esta provincia, la leyenda y la devoción de ambos se centra, desde su muerte, en los cementerios locales, donde se multiplican los devotos con promesas, pedidos, regalos, ramos de flores y muchas velas.
El “Robin Hood criollo”
Juan Bautista Bairoletto (aunque también figura su apellido con V), nació un 11 de noviembre de 1894 en Cañada de Gómez, provincia de Santa Fe, pero se hizo ciudadano pampeano con domicilio en Eduardo Castex, donde acumuló un extenso prontuario y un par de años en la cárcel.
Su nombre tuvo pedido de captura en las provincias de La Pampa, Río Negro, San Luis y Mendoza, hasta que un día dejó atrás los hechos que lo hicieron famosos y se instaló, con el nombre de Francisco Bravo, trabajando una pequeña chacra en Carmensa, en el extremo Sur mendocino, junto a su esposa Telma Ceballos (quien murió a los 101 años) y sus dos hijas.
Hasta que en la madrugada de un 14 de septiembre de 1941, al ser descubierto por la Policía de La Pampa se suicidó de un disparo en la cara con una bala que salió del revólver calibre 38 que empuñaba. Muerto el hombre, nació la leyenda.
Bairoletto fue velado por todo el pueblo en un salón de la biblioteca Domingo Faustino Sarmiento y sus restos fueron acompañados por miles de personas hasta el cementerio local, donde hoy su tumba es visitada por cientos de fieles, principalmente cada 11 de noviembre o los 14 de septiembre.
Un par de años después se comenzaron a publicar las crónicas de sus hechos que se vendían a 50 centavos, donde se señalaba que “era tan amado por los pobres como odiado por sus víctimas”, que fueron muchas, y de ahí nació el apodo de “Robin Hood criollo”.
Una cruz en Paramillos
A Juan Francisco Cubillos, a quien hoy todos reconocen como “El Gaucho” Cubillos, nació en la chilena Curicó. Pero instalado en el Valle de Uco comenzó con robos y asaltos que después extendió al abigeato en toda la provincia y a la vecina San Juan, con animales que después vendía en Chile.
Los relatos sobre este hombre hablan de que era un experto en el uso de armas de puño, aunque no mataba a nadie. Tiene un hecho por demás significativo y fue que el propio gobernador de la época, Francisco Moyano, durante su gestión entre los años 1895 y 1898, rubricó una orden de captura a la que le sumó una importante cantidad de dinero como recompensa.
Y así su tiempo de prófugo, con un pedido por su “cabeza”, lo obligó a buscar refugio y lo encontró en la precordillera, más concretamente en las minas de Paramillo, donde compartió alimentos y víveres con los mineros que, encerrados en el interior de la tierra, buscaban oro y plata, entre otros metales.
Sin embargo, ese tiempo de paz para el “Gaucho” Cubillos también alimentó la mente de Manuel Quinteros y Juan Carrizo, un par de matones que, bajo el deseo de cobrar la recompensa, fueron en su búsqueda. Y lo encontraron la cálida noche de un 25 de octubre de 1895 cuando descansaba.
Una puñalada lo despertó. El “Gaucho” se levantó y llegó a defenderse con una daga en su mano pero no le alcanzó y terminó apuñalado y con un tiro en la cabeza. Comunicada la novedad, el cuerpo fue llevado a la ciudad, recibiendo sepultura en el cementerio de la Capital.
Tenía 27 años y pese a estar muerto sobrevivió a la historia, que hoy lo recuerda con una cruz en Paramillos en el viejo camino a Uspallata.
Así se transformó en otro de los personajes que vivieron a un costado de la ley, que murieron en Mendoza y desde ese momento, la gente los transformó con rezos, promesas, flores y velas en “santos populares”.