A veces, como en las películas, una investigación puede derivar hacia personajes, hechos y consecuencias que nadie imagina. En el cine, el efecto es magnífico; en la realidad, puede terminar en un escándalo. Y esto es lo pasó en 2006, cuando Daniel “El Rengo” Aguilera, líder de la hinchada de Godoy Cruz, fue detenido durante un mes por extorsionar a dirigentes.
“Poné más micros o se pudre todo”, decía una bandera tombina cuando arrancaba el Apertura 2006. Una fecha después, en agosto, los barras tombinos se enfrentaron a la Policía en el Malvinas Argentinas, suspendiéndose el partido contra Arsenal. Se había podrido todo, como decía la bandera.
Entonces comenzó una investigación para saber la relación entre barras y dirigentes. Se “pinchó” el teléfono de Aguilera y las charlas resultaron explosivas: el fallecido Omar Pérez Botti -peronista que comandaba el Comité de Seguridad Deportiva durante el gobierno de Julio Cobos- tuvo que renunciar: era el enlace entre Aguilera y la Policía. Además aparecieron facturas oficiales que habían solventado el transporte de los hinchas. Así, el “apriete” a dirigentes derivó en una “supuesta connivencia entre barras, dirigentes y funcionarios municipales y provinciales”.
Aguilera estuvo detenido sólo un mes. Luego fue liberado por “dudas en la participación de hecho”. Y el fracaso de la investigación judicial se debió a “la marcada reticencia de funcionarios y dirigentes” que atentó contra el descubrimiento de la verdad”. Todo quedó en nada. Fue la primera y última vez que se lo investigó a Aguilera por delitos relacionados con el fútbol.
“El único que fue preso fui yo”, le dijo entonces a Los Andes, declarándose líder tombino: “Mi función es controlar a un grupo de hinchas que, sin contención, harían cualquier cosa. Me dan entradas y dinero a cambio que esté todo bajo control”.
Mundiales: a Sudáfrica no, a Brasil, sí
Durante la época en que Godoy Cruz estuvo en la B, “El Rengo” tejió amistad con gente de Lanús, Chacarita y San Martín de Tucumán. Salvo el pequeño “traspié” en 2008 –cuando fue emboscado por hinchas de San Martín, en Tucumán, y fue salvado milagrosamente por unos policías que lo subieron a un móvil– nada impidió que se afianzara como un líder más entre los barras de los equipos de Primera A, formando parte de Hinchadas Unidas Argentinas, que lo llevaría hasta el Mundial de Sudáfrica en 2010.
La aventura africana de Aguilera fue un fiasco: tomó un vuelo Rosario- Brasil-Angola- Johannesburgo pero ahí se le “terminó la nafta”: fue detenido y deportado.
Pero el tombino tuvo revancha: con su inseparable muleta, la camiseta Godoy Cruz y lentes oscuros, llegó a Brasilia para ver cómo Gonzalo Higuaín le hacía un gol a Bélgica que ponía a Argentina en semifinales de Brasil 2014.
Amiguitos de la primaria, enemigos por la droga
Entre un mundial y otro, la acción pasó de las tribunas a los ásperos territorios de las barriadas “calientes” de Godoy Cruz.
En esa época, toda trifulca, herido o muerto que se registraba en las cercanías del barrio La Gloria tenía epicentro en la Manzana “B”, dominada por el clan Aguilera. Parecía un mito urbano. ¿Existía una guerra entre bandas?
En el invierno de 2009, una llamada anónima activó una investigación por drogas y contrabando desde Chile. En enero de 2010, un doble homicidio mafioso se registró en una casa de fin de semana que Aguilera construía en el Carrizal. A uno de los albañiles le dieron con un pico en la cabeza; al otro le cortaron el cuello con el vidrio de una botella de sidra.
“Sos vos, Rengo”, dejaron escrito en la pared. En ese momento nadie sabía que el mensaje había sido dictado por un hombre nacido también en el barrio La Gloria y que conocía a Danielito Aguilera desde la escuela primaria.
Diez días después fue detenido en Buenos Aires Marcelo Javier Araya Rivas (44). Un policía le puso un apodo que los periodistas repitieron y que él odia: “Gato”. Nadie lo conocía.
En 2007 se había fugado del penal de Boulogne Sur Mer, dejando inconclusa una condena de veinte años y un pesado prontuario de robos agravados. En los siguientes tres años “El Gato” Araya fundaría una organización dedicada al narcotráfico, compraría cuatro propiedades y diez vehículos, entre ellos un BMW, una Toyota Hilux y tres camiones.
Por esa época, se decía Aguilera tenía ingresos por negocios relacionados con Godoy Cruz y con la droga. Además, se le atribuían propiedades en el barrio La Gloria, dos viviendas en barrios privados, la casa de El Carrizal, taxis y un boliche, además de una flota de autos.
Vaivenes de la suerte
Los deseos de ampliar los negocios habían convertido a “El Gato” y “El Rengo” en enemigos acérrimos. Tenían dinero y salud y tal vez amor o al menos el respeto que da el temor. Pero, ambiciosos, querían ahora espacio para ampliar sus dominios. Araya fue el primero en caer.
En noviembre de 2010 Aguilera fue visto por última vez cuando dejaba un VW Gol de color gris en una callecita del barrio Parque Universitario de Luján, a metros de donde habían disparado contra dos sujetos de apellido Tello.
Buscó refugio entre sus amigos barras de Buenos Aires. Cuatro meses después, otro auto lo delató: dejó un Fiat Palio mal estacionado en Parque Patricios. Cuando lo fueron a multar, se dieron cuenta de que tenía pedido de captura nacional e internacional. Con custodia policial, Aguilera volvió a Mendoza.
En los dos siguientes años se selló la suerte de Araya: recibió dos cadenas perpetuas por ser el instigador de tres homicidios y quince años de cárcel por comandar una banda dedicada al narcotráfico.
Aguilera siguió teniendo la suerte a su favor: en 2013 empezó a ser juzgado por doble tentativa de homicidio y, cuando todos pensaban que iba a recibir una fuerte condena, los jueces entendieron que se trataba de un abuso de armas y le dieron de dos años y medio. Quedó libre y un con pie en el mundial de Brasil. “¿Cuándo le van a soltar la mano al Rengo?”, “¿Sigue siendo el jefe de la barra tombina desde la cárcel?”, se preguntaba todo el mundo.