El martes 13 febrero de 2018 marcó la vida de varias familias que no pudieron encontrar razón y, mucho menos, consuelo en un hecho criminal múltiple. Un hombre cuyo documento identificaba como José Patricio Molina, asesinó a dos mujeres y a un niño en Guaymallén, antes de quitarse la vida colgado de una soga. Para ocultar sus antecedentes por violencia de género contra una ex pareja, se había hecho llamar José Giménez.
Tras cometer la masacre, Molina intentó sin éxito incendiar la vivienda de la calle Barcelona al 100, del barrio Escorihuela, de Rodeo de la Cruz, que compartían Mónica Outeda (51), su hija Mayra Soledad Bueno (25) y su nieto Lautaro Valentino Vega, de 7 años.
Molina había llegado allí cinco meses antes, profundizando una relación sentimental con Mayra, una maestra jardinera separada. Sin embargo, ese corto tiempo de convivencia trajo muchas más discusiones y peleas que buenos momentos y por eso la madrugada de ese martes 13, madre e hija le pidieron al remisero que abandonara la casa esa misma noche.
Los vecinos le confesaron a la Policía primero, y más tarde repitieron ante los medios, que en horas de esa madrugada escucharon una discusión que fue subiendo de tono. Gritos, algunos insultos y también el llanto de un niño completaron el cuadro de situación. Después todo fue silencio.
Y muchos se sorprendieron aún más cuando las llamas de un incendio iluminaron las sombras de esa noche. Eso obligó a que una familia con la que compartían la vereda llamara al 911. Los bomberos lograron controlar el siniestro que había provocado daños en la mitad de la vivienda, mientras que de una de las habitaciones rescataron los cuerpos sin vida de las dos mujeres y el niño.
La primera versión de que habían muerto por inhalación de monóxido de carbono fue rechazada casi de inmediato cuando personal de Criminalística comprobó que los cuerpos de las dos mujeres presentaban golpes y severas lesiones, producidas por un elemento no encontrado, mientras que el pequeño mostraba signos de ahogamiento.
En busca del asesino
La ausencia de José Giménez en la escena, a quien se lo vio salir con un bolso y subirse a su auto Chevrolet, hizo que las autoridades señalaran al hombre como primer sospechoso de ser el autor del triple crimen y se pidiera su captura.
Lo ocurrido aquella madrugada fue la primera noticia que sorprendió, no sólo a los habitantes del barrio, sino a toda la provincia y el país. En un corto lapso de tiempo se supo que Giménez en realidad se llamaba Molina y arrastraba un pedido de captura por delitos leves contra la propiedad y una denuncia por violencia de género que había impulsado su ex pareja. A ella recurrió esa fatídica noche y le confesó: “Me mandé una cagada y los maté a los tres”. Luego le anticipó: “Me voy a matar”.
La mujer le comunicó a las autoridades lo que su ex le había dicho y eso movilizó a los investigadores al domicilio de una hermana de Molina, en Colonia Bombal, donde se presumía que había buscado refugio.
A media mañana fue encontrado. Se había ahorcado colgando de una soga. Molina fue bajado y llevado al hospital Central, donde los médicos de guardia sólo certificaron su fallecimiento a las 11 de la mañana.
El caso se sumó, en el tiempo, a otros hechos similares pero que tuvieron, juicio mediante, la condena de prisión perpetua para los autores. Acá el triple asesino evitó, con su muerte, la cárcel pero no la condena de la sociedad.