En el hospital El Sauce, a falta de información precisa sobre el origen de las patologías que afectan a Gil Pereg desde su niñez en Israel, han logrado establecer una delirante historia de vida del paciente, armada con retazos de las historias que cuenta el israelí.
Esta “autobiografía” que ha logrado brindar Pereg, muestra un relato donde realidad y ficción conviven y se complementan, armando un rompecabezas que va desde su niñez al presente de la edad adulta, que lo encuentra con un diagnóstico grave: es un psicótico con delirios crónicos e irreversibles.
Ayer, durante la quinta jornada que lo tiene como sospechoso del asesinato de su madre y de su tía, la psicóloga María Rivas -una de las especialistas que viene tratando diariamente a Pereg desde agosto pasado, como integrante del equipo que lo atiende en El Sauce- indicó que su desarrollo infantil no fue normal: a los 8 años no se vinculaba con sus hermanos, solo con su madre y su abuelo; dormía con su madre y se dedicaba a estudiar. Es decir que desde niño ya tenía trastornos obsesivos y no se integraba socialmente.
Según le contó el israelí, en la primaria lo adelantaron un año por su inteligencia: fue el mejor promedio de la escuela, pero “siempre se sintió raro”.
Desde los 14 años dejó de ir al baño y comenzó a hacer sus necesidades en una bolsa y su madre era la encargada de limpiar.
Luego, en la universidad –se doctoró como ingeniero- tenía problemas de relación y se peleaba con los compañeros y le contaba a su madre que no lograba adaptarse. “Él dice que tenía una grieta en la cabeza, no podía sociabilizar” pero tras 7 años de estudio, logró recibirse.
Pereg le contó a los médicos que cuando fue al ejército israelí “me explotó la cabeza” ya que no podía soportar la muerte. Para Rivas, ese momento marcó “un quiebre’': “no podía ser parte de la sociedad y por eso se encerró en la casa de su madre durante 8 meses”.
Fue en ese encierro –contó Pereg- que en la ventana de su habitación apareció un gato y él le dio un significado autorreferencial. En ese momento comienza a vivir una disociación: “actúa como un sí y trabaja durante un año pero, a la vez se siente gato, de una raza superior”.
Luego, cuando su abuelo falleció –es la figura que lo protege, aún más que su madre- “comenzó a andar desnudo, a cazar ratones”.
En ese momento comenzó la serie de tres internaciones en instituciones psiquiátricas pero su cuadro no mejoró: “Dice que tuvo relaciones sexuales con su madre 5 veces y que fueron a una clínica de fertilización para tener hijos”, afirmó la psicóloga de El Sauce. También el paciente dijo haber tenido relaciones con los gatos.
Con esta situación la madre lo embarca para Argentina y cuando llega Mendoza, lo hace “como un gato, se pone la careta y puede dedicarse a los negocios, pero como lo veían vulnerable, lo estafaban”.
Aquí aparece en su imaginación perturbada el señor Batyus (o Badjus o Balthus, según consigna los médicos), una suerte de jefe de los gatos que actúa como protector. Sobre todo de los Gulies, unos demonios chiquitos que se la aparecen en el baño.