Por Leo Rearte - Editor de sección Estilo y suplemento Cultura
Era una noticia de último momento. La ventanita de la web mostraba una multitud en la oscuridad. La adrenalina se llegaba a olfatear del otro lado del monitor. El video en vivo era corto, y estaba tomado -cuándo no- con un celular: todos corriendo hacia un mismo lugar, ¿con destino de refugio quizá?, entre gritos y autos mal estacionados o directamente abandonados en el asfalto.
El contexto, un parque público, cuyo césped era pisoteado por cientos. Sí, Nueva York. Sí, Central Park. Parecía una escena de ésas de directores vagos de películas vagas sobre catástrofes. Pero esa cámara en mano era real. El video no era un montaje ni una simulación. Y tardé bastante en darme cuenta de que no se trataba de otro parte mediático más sobre atentados, de esos que nos anestesian de puro constantes que son.
En este caso, la novedad era de otra naturaleza. “Los pelotudos están cazando pokémons”, dice alguien en la redacción, casi sin prestar atención a la escena. “¡Qué mundo éste, que cuando no hay gente corriendo por las bombas, hay gente corriendo hacia un Pokémon!”, acota otro mientras ceba.
No era un cochebomba: esos tipos agolpándose formaban parte de una “recaída” más de la fiebre del Pokémon Go, el jueguito para celulares que está más de moda que dejarse la barba o bajar el calefactor. Los citadinos gringos, geoposicionados por sus smartphones 4g, en concreto, iban presurosos a atrapar virtualmente a un “Vaporeon”, un bicho Pokémon extraño que el algoritmo que rige las millones de partidas ubicó en ese sitio, a esa hora, para delicia de los jugadores de esta app. (El jueguito consiste en caminar por las calles reales con la pantallita del móvil prendida, para ver -realidad aumentada mediante- dibujos de los pokemones arriba de la acera que pisás. Estos se coleccionan, se entrenan en “gimnasios” y pelean contra los bichos de otros).
Volviendo a la confusión de este despistado cronista ante el video: quizá una cosa (es decir, otra vez la amenaza de crisis global) tenga que ver con la otra (es decir, el juego más viral que el mundo haya conocido jamás).
Tal vez estemos ante una especie de reparación tecno-espiritual contra la mala onda. “Pokemon Go” podría ser una respuesta a la necesidad de tomar las calles simplemente para jugar, como cuando éramos chicos y el mundo era tan tranquilo, tan sencillo, con tan pocas noticias que, con un noticiero y un diario al día, bastaba.
Y, en eso, me acordé de una serie que se ha puesto de moda, “Stranger Things” (“Cosas más extrañas”, Netflix). Una propuesta muy original, porque parece filmada en los ochenta, con un guión muy entretenido de fondo, sobre un grupo de chicos que debe lidiar en un pueblito de Estados Unidos contra monstruos que provienen de una dimensión paralela. El resultado técnico de esta ficción es simplemente maravilloso. Es como si Spielberg filmara una historia de Stephen King, inspirada por Wes Craven, editada por John Carpenter, y todo especialmente craneado para vos. Pero vos a la edad que tenías en los 80.
La ambientación de “Stranger Things” es la de una de esas tantas películas que íbamos a ver al Cine City de la Galería Tonsa, con los bolsillos llenos de cajitas de maní con chocolate, en jornadas sabatinas que se dedicaban enteramente a eso: pasaban tres películas (como “Gremlins”, “Los Goonies”, “Alien”, “Tiburón”, “ET”), y se veían de un tirón. Porque las películas, aun las malísimas, eran geniales. Y porque teníamos todo el tiempo del mundo.
Te decía que dar con el video de estos afables neoyorquinos que asaltaban Central Park a altas horas de la noche me hizo acordar a la serie de Netflix creada por los hermanos Duffer... Porque una de las primeras escenas de la tira de tan sólo 8 capítulos, muestra a la inocente pandilla de protagonistas de 10 años, en bicicleta, pedaleando por bosques y callejones del poblado, en total libertad a las 11 o 12 de la noche. Una escena muy del ‘83 e imposible hoy, al menos, en nuestros parajes australes, donde últimamente no tendremos tantas noticias locales de atentados (por suerte), pero sí muchas de inseguridad.
Esos chicos, los de “Stranger Things”, eran dueños de su ciudad. Podían caminarla, andarla en bicicleta, sin pensar en horarios. Porque lo único que podía amenazarlos, en todo caso, era un monstruo de otra dimensión.
Es curioso el fenómeno “Pokémon Go”, tan naif, tan sencillo. Un juego que, sin mucho más, invita a salir de casa. A charlar con otros usuarios (¡tomar contacto con desconocidos cara a cara!), a ganar las calles simplemente para divertirse.
En un contexto tan extraño, con seres como Donald Trump que amenazan con tapiar fronteras; con la Unión Europea que le va quedando poco de Unión (y de europea), con la amenaza del ISIS y la de la islamofobia; con el imperante discurso del hombre como lobo del hombre; es fácil explicar por qué Pokémon Go tiene más de 30 millones de usuarios, y conforma las palabras más buscadas en Google, superando por primera vez a “porno”.
El fenómeno se explica solo. Sencillamente, el suceso de la app se debe a que la gente tiene ganas de que eso suceda. Porque lo necesita. Casi casi, como un antídoto.