Del poder piramidal de Maradona al poder circular de Messi

Diego y Lio se desarrollaron en dos contextos diferentes, bajo el influjo de visiones socio culturales propias de cada época y del lugar de pertenencia. En sendos casos, los iguala la excepcionalidad en un micromundo complejo como lo es el del planeta fút

Del poder piramidal de Maradona al poder circular de Messi
Del poder piramidal de Maradona al poder circular de Messi

La ya recurrente discusión respecto de quién fue o es el mejor entre Diego Maradona o Lionel Messi se agota en sí misma si es que el eje discursivo se centra sólo en establecer una relación simétrica en cuanto al contexto y la época en la cual desarrollaron sus carreras los dos futbolistas más excepcionales que dio la Argentina en toda su historia.

Tanto Diego como Lio se han formado en ciclos de la vida política entrelazados por hábitos, costumbres y modelos diferentes en lo socio cultural; descontextualizar el análisis comparativo es un camino sin retorno hacia un callejón sin salida.

Uno atravesó su infancia y adolescencia en situaciones de marginalidad extrema y el otro pasó la transición de un ciclo de crecimiento a otro rodeado de privilegios que supo aprovechar. Los dos han fusionado sus caminos en el sentido de pertenencia al mayor símbolo al que puede aspirar un jugador de fútbol nacido en la Argentina: la camiseta 10 de la Selección.

Maradona estaba a dos semanas de cumplir 16 años cuando le tocó debutar en Primera División, en octubre de 1976. La Dictadura militar consolidaba su auge y la estructuración de la cadena de mandos era regida por el sistema piramidal de poder. Bajo ese influjo, las organizaciones de todo tipo eran penetradas por el modelo hasta convertirse en funcionales al circuito de sometimiento a la idea base.

Conforme al parámetro instaurado desde la manipulación del otro hasta el aniquilamiento de quien opusiera resistencia, la instalación en el inconsciente colectivo de la sumisión y el terror provocó una apropiación del libre derecho a decidir. El disciplinamiento a gran escala fue un objetivo claramente perseguido por los sometedores.

El plano futbolístico - propiamente dicho - creó anticuerpos llamativamente, a pesar de la influencia del afuera. El juego de base creativa resistió gracias a que fue encontrando grietas por donde filtrársele al discurso único.

El apego a las escuelas brasileña y holandesa, ambas en el foco de la escena futbolística de ese momento, obró como un reaseguro principista frente a tanta pretensión de dominación en todos los ámbitos, inclusive en el del metro patrón cultural inserto y de por sí dispuesto hasta de hacer mella en la identidad fobalera.

Ese contrapoder resistente a las imposiciones ajenas al fútbol sufrió paulatinamente un "efecto boomerang" si es que se lo quiere medir no en sus condiciones de forma sino en las de fondo. La estructura piramidal del poder fáctico se fue acentuando progresivamente, al punto que desde la propia AFA llegaron señales cargadas de una fuerte carga simbólica: la asunción de Julio Grondona ocurrió en 1979 y se mantiene hasta hoy.

Maradona recorrió a pasos acelerados su cada vez más brillante carrera en Argentinos Juniors (1976/1980) hasta desembocar como figura consagrada en Boca Juniors (1981). En esa etapa traumática de la vida nacional, el país oscilaba entre la consolidación del régimen dictatorial y la instalación del proto malvinismo, que un año después iba a desembocar en el conflicto bélico del Atlántico sur.

En Diego, a partir de ese contexto, se había naturalizado tanto la figura del superhéroe capaz de sobreponerse a las adversidades hasta la de convertirse en portador de la bandera del éxito a escala planetaria. Demasiada carga simbólica para un futbolista de entre 16 y 21 años, más allá de sus innegables cualidades deportivas.

Maradona, inevitablemente, fue presa fácil de esa contextualización cultural como asimismo le pasó a millones de jovencitos de edad semejante por aquellos años. La simbología de la pirámide como base ancha de ingreso hasta ir decantándose por supervivencia del más fuerte, al estilo darwiniano, obró como un estereotipo marcado a fuego a través de la internalización de pautas de control que afectaron, en términos psicológicos, el superyó de una comunidad.

Las frases hechas surgieron como una consecuencia lógica de esa mirada abarcadora. Se decía, por ejemplo, que Diego "se carga el equipo al hombro", que "él solo gana los partidos", que "todos sus compañeros dependen de él", que "es el eje de todo" y que "sin él mejor ni presentarse". Así, primaba el modelo autocrático de poder, en el cual su poseedor estaba colocado en la base de la pirámide; sus compañeros, así, debían actuar como ejecutores de las órdenes y limitarse a cumplir una función sin despegar con vuelo propio.

El fenómeno Barcelona 2008/2012, que ahora se continúa en este primer trimestre de 2013, basó su extraordinaria performance bajo otro concepto de poder diametralmente opuesto. Ya no se trataba del piramidal, sino del circular. Y es aquí donde la diferencia es de fondo y no sólo de forma.

Cada uno de los miembros del equipo pasa a tomar una cuota parte de poder en una circunstancia equis del partido y en la porción del campo de juego en la que estuviera situado. Aún hoy es común sorprenderse con la salida con balón dominado de Piqué, Dani Alves o Alba, como en el movimiento de traslación de Busquets o Mascherano, ya que el equilibrio del conjunto no se resiente y el movimiento colectivo potencia las cualidades creativas de quien maneje el balón en el momento de construcción de la jugada.

Xavi, Iniesta o Messi, alternativamente, realizan movimientos de distracción ante la marca para luego sorprender con la participación en algún circuito chico de triangulación o en el cambio de frente para quien rompiera por el lado ciego.

Leo se formó en la escuela barcelonista de este siglo bajo esta concepción. Y la aplica convencido de que siempre puede correr los límites hacia delante. Desde hace un año, aproximadamente, los mejores intérpretes que ha encontrado en la Selección (Agüero, Di María e Higuaín) han captado el beneficio de este modelo, al igual que las segundas alternativas (Gago, Lavezzi, Montillo y Sosa) para insertarse en ese lenguaje en común.

El poder circular permite que la autoestima del conjunto se potencie y que el efecto sobre el contrario sea poco menos que devastador. Ya no es necesario que el máximo referente (Messi, en este caso) encabece cada uno de los intentos por crecer en ataque, sino - por el contrario - lo resaltable es que él mismo vaya buscando posición para decidir de motu proprio en qué momento y por dónde entrar en acción.

¿Maradona o Messi como antagónicos? Todo lo contrario: Maradona y Messi como estandartes del mejor fútbol de todos los tiempos. Cada uno influido por el contexto de su época y re escribiendo la historia futbolera desde la excepcionalidad. Poder piramidal o poder circular mediante, la camiseta 10 de la Selección ya se ha convertido en un ícono globalizado a partir de una ecuación de tres palabras que empiezan con "M": Maradona y Messi, igual a maravillosos.

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