No me voy a cansar de contarlo. Llegué al “Víctor” o al “Templo”, hace sesenta y cinco años. Lo hice tomado de las manos de mi Viejo “El Ñato” Aguilar, unas manos arrugadas por el paso del tiempo y el duro oficio de mecánico. Y no me fui nunca más.
Esto me permitió vivirlo todo, alegrías, tristezas, hazañas, frustraciones, ver jugadores, goles, campeonatos, triunfos memorables, en fin todo eso que solamente puede ofrecer el bendito fútbol.
Me pasé la vida en la Cancha del Lobo y eso hizo, que en enero del 2011, pudiera vivir un hecho, que cambió la vida del Lobo y la vida de la Gran Familia Blanquinegra. Comenzaba una nueva pretemporada, era el primer día y ahí estaba como siempre. Gimnasia vivía días de vacas flacas… me quedo corto, vacas flaquísimas. A pesar del esfuerzo de los dirigentes, de ese momento, el panorama era muy oscuro.
Estaba, con el “Gianni” y el “Burrito” Sarmiento, de pronto llega Carlitos Cano, con un muchacho joven. Entonces manifiesto: “Me parece que el Carlitos consiguió alguien que pueda traer jugadores”. Me contestan: “No digas nada, pero es Fernando Porretta, quien nos puede salvar”. Vi como los dos recorrían el club, de pronto se arrima el Carlitos y nos dice: “Nos vamos a la cancha de la Lepra, ya vuelvo”. No se cuanto tiempo pasó, pero esperé ansiosamente, hasta que llegó “El Carlitos” y me dijo: “Cato si Dios quiere, Gimnasia se va para arriba”.
Ahí empezó todo, a medida qué continuaban las reuniones, “El Carlitos”, que es como un hijo para mí, me contaba todo, pero me pedía que no se lo contara a nadie. Cada vez que me enteraba de las cosas que iban a ocurrir, mi estado de locura, iba en aumento. Hasta que un día no aguanté más y le conté lo que le estaba ocurriendo en mi amado Lobo a mi hijo Rodrigo, me miró con cara de sorpresa y quizás de preocupación. Después me enteré que le había comentado a un amigo común: “Pobre mi viejo…su amor por Gimnasia, hace que se esté volviendo loco”.
Y después ocurrió lo que todos sabemos, lo que la gran familia blanquinegra disfruta. Pasamos de jugar torneos locales y nacionales sin pena ni gloria, a volver a ser protagonistas. El crecimiento es parejo en lo institucional y deportivo y como digo siempre: Esto recién empieza. Vamos en busca de un destino inexorable, en constituirnos en una de las mejores instituciones del país.
En el famoso estadio “Mario Alberto Kempes” habían, cuarenta mil o quizás más, hinchas de Talleres de Córdoba y a mi qué me importa: si once gladiadores con los colores blanquinegros nos depositaron en la ansiada “B” Nacional, con un gol a los noventa y digno de la historia Blanquinegra, por que Oga, lo hizo como le gusta al hincha del Lobo. Pero será solo un paso porque muy pronto, estaremos disputando palmo a palmo con los grandes del fútbol Nacional.
En el atardecer de mi vida, y cuando en el pueblo blanquinegro todo era muy oscuro, apareció el sol de la mano de Fernando Porreta, que nos permite disfrutar de un momento inolvidable, pero sabiendo que el futuro será mejor.
El miércoles después del triunfo en el partido de ida sobre Talleres, viví un hecho no imaginado ni en el mejor de los sueños. Fue una verdadera fiesta. Y el domingo se prolongó en el Kempes. Y por último la caravana de la alegría ayer en la Avenidad de Acceso Este, que se prolongaba por más de tres kilómetros, con el final deseado en el Templo, en “El Víctor”.
Durante la caravana de la alegría, festejando con “La Mariana”, “El Juampy”, “El Joaquín” y “El Rodrigo”, mi hijo me dice: “Papá, al final cuando me contaste, sobre la llegada de Porretta, no me dijiste toda la verdad, te quedaste corto”. Sabés que pasa, le dije: “Que mi amor por el Lobo me está volviendo loco”.