Por Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Allá por 1909 estaba Leo Bakeland en su laboratorio de New York cuando su mujer le dijo: “Che, atorrante, (no sé como se dice atorrante en inglés) ¿podés ir a comprarme un kilo de potatoes?”
“No, perá vieja, que termino de inventar una güevadita que puede ser interesante. Eso sí, no sé como llamarla”
La mujer le dijo: “Ponerle tu apellido, así todos saben a las estupideces a que te dedicás”.
Así nació la baquelita, que fue el primer plástico orgánico. Desde ahí el plástico ha venido produciendo objetos sin parar y con un crecimiento espeluznante. Se transformó en el material más usado, más que la piedra, la madera, el barro, el acero y el cemento, ya sea armado o pacífico. En estos momentos podés encontrar autos de plástico, camas de plástico, colchones de plástico, edificios de plástico, aviones de plástico, estatuas de plástico, museos de plástico, bicicletas de plástico, paredes de plástico, muñecas de plástico (de usos varios), dinero de plástico, políticos de plástico y hasta asados de plástico. Todo lo que pueda considerarse objeto es posible de ser hecho con el plástico.
Se le llama plástico a cada uno de los materiales a base de polímeros orgánicos que se obtiene por modificación química de sustancias naturales o sintéticamente a partir de materias primas orgánicas. Poliamidas, policarbonatos, el poliéster, el polietileno, el polipropileno, el poriestireno, el poliacetato de vinilo, y los poliuretanos, y el Poli Suarez que chupa en vaso de plástico. Se le llama plástico porque es dúctil, blando, algo que se deja moldear fácilmente.
El hombre, en su evolución (¿) ha atravesado la Edad de Piedra, la Edad del Cobre, la Edad del Bronce, la Edad del Hierro, la Edad del Pavo y ahora está sumergido en la Edad del Plástico, aunque no sé si la está atravesando, más bien parece querer quedarse en ella.
El plástico en la naturaleza está causando estragos, porque la naturaleza necesita años para degradar el material e incorporarlo sanamente a sus entrañas. Cuando salgo a recorrer los aledaños de nuestra ciudad, o me meto en la geografía de mi provincia, me da pena encontrar bolsitas de plástico por todos lados, sobre los árboles, en los alambres, sobre los yuyos, sobre la tierra, sobre las flores, sobre el paisaje.
Plástico, plástico, plástico, por todos lados, plástico. Nuestras acequias que en otros tiempos transportaban, no digo en un ciento por ciento, pero al menos en un ochenta por ciento agua, ahora transportan un ochenta por ciento de plástico. Las contaminaciones se suceden y es muy probable que usted coma un tomate y le sienta gusto a poliuretano. Plástico, plástico, plástico. Vamos a tener que hacer algo para controlar este descontrol porque sino a este planeta llamado Tierra, los extraterrestres de Spielberg van a tener que comenzar a llamarlo “plástico”.
Ahora usted termina de leer este artículo, cierra su computadora de plástico, deja por un instante su teléfono de plástico, se saca su campera de plástico, y se pone a almorzar sobre una pesa de plástico, con un mantel de plástico, con vasos de plástico y con cubierto de plástico. Revise su hamburguesa, puede que también lo sea. Estamos plásticamente plastificados.