No he conocido ninguna otra escuela, además de la mía, que tuviera en su patio una planta carnívora. Y menos una que se pareciera tanto a un árbol, de tan enorme y poderosa. Y aunque la maestra Elena se burlara de nosotros, todos insistíamos en contarle las terribles cosas que la planta hacía cuando creía que nadie la miraba. Los recreos eran el momento justo para compartir con ella cada una de sus proezas digestivas. Para no entrar en detalles escalofriantes, digamos que todo se reducía a agigantarse, inclinarse hacia su presa y finalmente tragársela entera, tragársela viva.
Por eso, aunque ningún adulto nos creyera, nadie nos saca de la cabeza por qué un día, así como así, allá por mayo del ´77 dejamos de ver a la maestra Elena. Seguro que fue por no creer que algo podía tragársela entera. Tragársela viva.