Faltaban tres minutos para las 16.30 y el “Súper Depor” entró al campo de juego. Con la número 5 en la espalda estaba Pipí Benítez. Pisó el campo de juego y miró el cielo. De inmediato, recibió una pequeña ovación de parte de sus hinchas.
Es que el hombre nacido en San Rafael se perdió el último clásico ante Gutiérrez porque tuvo que viajar de urgencia a San Rafael para acompañar en sus últimos minutos de vida a su papá.
Sin embargo, 24 horas después de despedir a su padre, Pipí armó los bolsos y volvió a calle Vergara y se puso a disposición de su entrenador. Fiel a su estilo, dejó el alma en cada pelota. Corrió y fue amo y señor del medio campo. Como siempre, aportó su granito de arena en ataque y varias oportunidades quedó en posición de gol. Incansable.
Terminaba el partido, el Cruzado ganaba 2-0 a cero y por un golpe salió de la cancha. El Botellero no tenía más cambio y por eso quedó con 10 hombres. Sin embargo, poco importó. Pipí rompió en llanto y fue abrazado por todos los colaboradores y compañeros que estaban en ese momento en el banco de suplentes. Inmediatamente, el partido quedó en segundo plano. Todo el estadio se puso de pie y lo aplaudió y ovacionó.
Llegó el descuento de Gudiño, pero poco importó. La gran figura de la tarde desde lo emocional era Víctor Benítez. Ese hombre que deja la vida por la camiseta de Maipú.
Ese jugador que sólo le falta jugar de arquero para pasar por todos los puestos que un jugador pueda jugar. Es así Pipí Benítez. Un hombre que de su humildad hace su cultura de vida. Pipí es sinónimo de esfuerzo y pasión. Ayer, lo demostró. Y como todo hombre se quebró en el final y lloró como lo hacen todos los grandes. ¡Fuerza Pipí! El pueblo Botellero se rinde a tus pies.