Es uno de los llamados emergentes, como suele definirse a los artistas jóvenes con futuro promisorio. Leira Abot, que de él se trata, es uno de los nombres más atendibles entre las nuevas generaciones, movimiento que en Mendoza se hace muy diverso, creativo y hasta inquietante en su deformidad (por fortuna, claro).
Cuando se accede a su atelier, en los sótanos de la estación central de trenes, parece que comienza una película en blanco y negro de artistas americanos del siglo XX.
Es que para llegar al corazón de su fábrica de sueños hay que sortear ciertos pasadizos, transitar corredores, hasta ingresar en una atmósfera intensa de bohemia no hippie.
Si entendemos que los artistas hippies son moneda corriente en la Mendoza del 2014 (lo que parece increíble, a esta altura de la historia), se dirá que Abot pertenece a una bohemia contemporánea, y más allá de lo geográfico y lo temporal.
“Empecé a pintar de chico. Mi mamá me mandó a un Instituto en Barracas que se llamaba Leonardo. Nací en Buenos Aires. Y allí me fueron enseñando esfumado, algo de color y dibujo. Después me mudé a Mendoza. Y entré al colegio Bellas Artes. Y de allí al taller de Carlos Ojam.
Era todo bastante figurativo, en ese momento. Quería hacer abstracción, porque con la figuración no me encontraba, no me sentía cómodo. Y ahí apareció Martín Villalonga. Me lo crucé caminando por la calle, le pregunté el teléfono y si daba clases. Arranqué con él.
La abstracción empezó a ser mi lenguaje desde ese momento. Toco hace mucho tiempo el bajo, desde los 12 años, y siempre me gustó escribir, pero en donde me siento completamente en mi elemento es en la pintura y escuchando música”, resume.
Llegado a este punto conviene aclarar que el artista nació en 1981, como Ariel Toba. Luego, en algún momento, como si se tratara de una transmutación, invirtió todas las letras, hasta llegar a ser el Leira Abot, al que nos referimos.
Una de sus últimas obras, que mostrará en Galería Killka, comenzó a pintarla pensando en una frase de Robert Smith (quién no sabe que es el gordo cantante de The Cure) y luego en una frase de Frida Kahlo. “Ella decía que pintaba flores para que no murieran.
Me gustó la idea de dejar algunas flores inmortales, en el algún lugar, junto a las de ellas”, afirma, mientras se ríe, lejos de la ironía y sí más próximo a la candidez.
Nadie sabe cómo se llegó al arte abstracto. Y si alguien lo sabe y puede resumirlo en pocas palabras, debería ser una estrella de la red social Twitter. Cierto es que Leira tomó el camino marcado por Carlos Ojam y después Martín Villalonga (“me abrió la cabeza con respecto a la abstracción, composición, el ritmo de la pintura, el saber buscar sensaciones en la tela”).
Y de alguna forma el artista siente una estrecha relación entre la abstracción y el jazz. Será por la plena libertad. Será por lo que decía Miles Davis y que Abot insiste en remarcar: “En el jazz no hay segundas oportunidades. Y en la abstracción siento lo mismo, no hay segundas oportunidades, es el ahora, lo que salió, cómo se llegó a lo que se ve (o no)”.
Sus gustos musicales podrían ser una declaración de principios o bien una región en la que se transparentan sus musas. La lista empieza y se acaba con el jazz. “Miles Davis en todas sus etapas, Coltrane, Amstrong, Duke Ellington, Charlie Parker, Jaco Pastorius y Weather Report”, enumera. “Y obviamente Radiohead y obviamente Tom Waits, y la música islandesa, Bjork, Sigur Ros, Olof Arnalds”.
El disparador que propuso Killka era indagar lo que generaba el vino en la sensibilidad de los artistas. “En mi caso tomé del vino la naturaleza, desde la tierra a su color, la lluvia, el rocío, las flores. Quizá porque vengo desde hace un tiempo trabajando con algunos paisajes abstractos y me gustó esta propuesta, para meterme un poco más adentro, desde lo macro a lo micro”, define.
Esta etapa de Abot también está surcada por el gran tema en la creación universal: la muerte y la vida, y la naturaleza. En varias de las obras de esta muestra aflora una sensación de soledad, en medio de la contemplación.
“Hay veces que las veo y siento que se han congelado en medio de algo”, explica. Y de inmediato busca amparo en artistas orientales, como Shitao y Zan Daquian. Es así que también hay cerezos, lo primero que da indicios sobre la primavera.
En su caso, los cerezos son metáfora “de lo fugaz, del ahora, el presente”. El cuadro que lo representa se impone de forma circular, “relacionado con lo cíclico en la naturaleza”.
Si algo queda en claro luego de esta producción para Killka es que Ariel Toba es más Leira Abot que nunca. La transmutación finalmente ha dado paso a una nueva piel, como las floraciones deslumbrantes. Y esta cosecha de Abot parece ser la de consolidación.
Todo es futuro, desde el presente. Y más o menos abstracto, el artista camina sobre la nieve descalzo, como un monje, como el bebop, como el más errante peregrino que bien sabe de su propio destino.
Seis relatos, seis artistas
Desde el domingo 13 de diciembre se podrá visitar en Galería Killka, de Bodegas Salentein, la exposición “Seis relatos, seis artistas”. Ha sido una convocatoria de artistas para apreciar sus versiones sobre un mismo tema: el vino y sus distintos aspectos evocativos.
La exposición surgió a partir de una experiencia compartida por los artistas con una jornada de degustación, junto al prestigioso enólogo José Galante.
Así fue como Laura Rudman, Paula Vázquez, Leira Abot, Natalia Sánchez Valdemoros, Fernando Jereb y Martín Rodríguez tomaron dicha vivencia como disparador para elaborar sus propuestas conceptuales. Como extra de fin de año, también se exhibe la instalación “Blanca Navidad”, del artista Bruno Cazzola, en el hall central de Killka.