“Observar en la naturaleza los colores que a simple vista no se ven y tratar de plasmarlos sobre la tela”. Con esa mirada, el artista plástico cordobés Daniel Sedita emprende su viaje.
Recibe el impacto de la luz, de las formas, de las sombras mientras camina los paisajes del continente. Es, claro, un pintor a cielo abierto.
Nació en Rosario y creció con la atmósfera de la "trova rosarina", por eso la música es sinestésicamente parte de su oficio: "Busco el La en cada color. La nota afinada".
Y si bien vio a Baglietto y a Fandermole en las noches musicales de su ciudad natal, prefirió la intimidad de los pinceles a la bohemia cancionera.
En el año ‘87 llegó a San Javier, Traslasierra, Córdoba, y en ese momento pensó: “ahora sí tengo algo para pintar”. La imagen del pueblo detenido en el tiempo, con sulkys, jinetes, burritos, despertó en él una fuerte motivación interna que lo impulsó a volcar en el lienzo los colores que lo rodeaban. Al igual que otros grandes pintores como Fernando Fader y José Malanca, se sintió inspirado por los amables paisajes cordobeses, y las obras fueron apareciendo casi sin querer.
El pintor Georg Miciu le brindó las herramientas necesarias para desarrollar la técnica au plein air, renovando el ciclo de su fascinación por la naturaleza y los colores vivos. Claro que su formación reconoce también otros maestros como Fernando Fader, Monet, Pizarro, Cezanne, Van Gogh y grandes representantes del impresionismo que lo educaron con su magnificencia.
Ahora, padre de seis hijos, habita su casa en la localidad de las Sierras Chicas, una granja donde armoniza su labor artística.
“Córdoba es especial por la luz. Fernando Fader fue uno de los paisajistas que la retrató y pudo captar lo mismo que Monet y Renoir en Francia. La técnica era simple: salir afuera a pintar y ejercitar la visión. Miciu, mi maestro, me hablaba de los rojos del cielo azul, pero… ¿dónde están?, pensaba yo, ¿los verdes en las sombras de un camino? Con el ejercicio y el oficio vas viendo el reflejo del cielo en el piso y viceversa, se arma una atmósfera. Por eso llega a las personas, porque es una armonía”, dijo en una entrevista.
Su método es andar, como los impresioniostas, kilómetros con su caballete a cuestas.“Trato de hacer un paisaje, pero deshecho”.
Le gusta, además, compartir sus conocimientos. Y para ello prefiere “espacios donde me pongo a pintar y voy explicando al público como se consigue el color, el por qué de la elección, etcétera”.
Además, ha construido una sala de exposición en La Granja. También alienta el programa “El Norte cordobés y sus costumbres” que consiste en rescatar rincones, lugares emblemáticos como Ischilin donde pintara Fernando Fader y Cerro Colorado donde vivía Don Atahualpa Yupanqui, caracterizado por su luz, por sus colores y por la calidez de su gente.…
Todo, se lo toma con buen tono. “En lo personal siempre trato de tener en cuenta que somos temporales, pasajeros de esta vida. Por eso no quiero aferrarme a cosas que son perecederas, no podemos conformarnos y sentirnos plenos solo con lo que vemos. Creo en la eternidad, pero habrá que ganarla”.