Pido cambio, como en el fútbol, pero esta vez el del huso horario - Por Leonardo Oliva

La utilización del huso -4, en lugar del -3 actual en todo el país está avalada por científicos y especialistas en el tema.

Pido cambio, como en el fútbol, pero esta vez el del huso horario - Por Leonardo Oliva
Pido cambio, como en el fútbol, pero esta vez el del huso horario - Por Leonardo Oliva

Señor Gobernador, señores legisladores, señor secretario de Ambiente: quiero despertar de día. O al menos que cuando saque el cuerpo a la calle cada mañana el sol esté asomando en el horizonte. Y que cuando mis hijos entren a la escuela (minutos antes de las 8) no escuche el comentario de rigor de mi hijita: "¡Papá, 'ta de noche!".

Claro, es que le hemos enseñado que la noche “es para dormir”, entonces con qué cara le explico que tiene que levantarse para ir al jardín si afuera el cielo está tan oscuro como cuando se acostó.

Pero para que esto no parezca un capricho ni un reclamo egoísta para mi comodidad, voy a apelar a la voz de los que saben, los científicos. Ellos tienen buenos argumentos para demostrar por qué hay que amanecer de día.

La primera voz que invocaré es de acá nomás, de Mendoza. Se llama Beatriz García, es astrónoma y hace 20 años que repite lo mismo: “Levantarse de noche trae perjuicios muy grandes para la salud”.

Según esta especialista, no hay que atrasar la hora en invierno ni adelantarla en verano, sino directamente cambiar el huso horario en todo el país.

Dice que Argentina está en un huso horario que no le corresponde, el -3 (3 horas al oeste de Greenwich) y que deberíamos movernos al huso -4 para evitar la pesadilla de despertar de noche y que no sea solo un sueño.

Así, en los horarios que entramos en actividad cada día ya tendríamos el sol sobre el horizonte (para alegría de mi hija), que asomaría en pleno invierno a las 7.40 y no una hora después como ocurre hoy. A esto sumémosle el hecho de que evitaríamos prender tantas luces (¿no es más placentero desayunar con luz solar?).

Pero señores funcionarios, hay otro argumento científico que quiero traer en mi defensa (y la de mi hija). Este viene de más allá, de la Universidad de Berkeley, en EEUU. Y lo publicó la prestigiosa revista Nature. Dice que hay que adaptar los horarios de clase de los estudiantes a sus ritmos biológicos naturales.

Para ello trae el concepto de “jet lag social”, que no es otra cosa que llevar a contramano los horarios pico de alerta de una persona con los del trabajo, la escuela u otras demandas cotidianas.

Los muchachos de Berkeley analizaron los horarios en los que 15.000 estudiantes ingresaban al campus virtual de la universidad y dividieron sus perfiles en noctámbulos, madrugadores o diurnos.

Después los compararon con los resultados académicos de cada uno y comprobaron que fracasaban los que no estaban biológicamente sincronizados con sus tiempos de clase.

“Nuestra investigación indica que si un alumno puede estructurar un horario consistente en el que los días de clase se asemejan a los días fuera de clase, es más probable que logre el éxito académico”, concluyeron.

Lo dice la ciencia, no lo digo yo. A mí me basta con que cuando suene el despertador no mire por la ventana y me sienta como un amigo que vive en la Antártida, que desde fines de abril está en una “noche eterna” de 6 meses. Pero con la ventaja de que no tiene que salir a la oscuridad a llevar a sus hijos a la escuela.

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