Ya el sólo hecho de entrar allí me generó una alegría inmensa. Sabía que en algún momento el papa Francisco iba a aparecer por la puerta principal de la Catedral de Río de Janeiro y yo estaba ahí, a sólo metros del altar en el que daría su discurso. El templo es bellísimo.
Un edificio circular coronado por una cruz en vidrio y madera en el techo -por la que ingresan los rayos del sol-, enormes imágenes de relatos bíblicos confeccionadas en vitraux de todos los colores y un Cristo crucificado labrado en madera que cuelga justo desde centro del lugar.
Abajo de ello, el altar al que subió el Santo Padre, no sin antes saludar a cada uno de los obispos que lo esperaban ansiosos y, primero, a los peregrinos que estiraban sus brazos para aunque sea poder rozarlo fugazmente.
La emoción previa fue increíble. Miles y miles de argentinos esperaban, algunos desde la noche del miércoles, en largas colas que los llevarían a su ansiado encuentro con Francisco. La lluvia, el frío y el cielo nublado no apagaron ni por un segundo la pasión de los jóvenes que cantaban y bailaban.
Claro que el mate, siempre presente, fue la gran compañía que los mantuvo al menos un poco calentitos. Las banderas celestes y blancas estaban en todos los tamaños y llevaban escrito de qué provincia venían y también, algunas, mensajes para el Papa. Mi misión del día, como periodista, era encontrar a los mendocinos “en la previa” de esa enorme multitud.
“Siento una emoción enorme por estar en la JMJ y más porque veremos al Papa. La presencia de Dios causa emoción. Ver a tantísimos jóvenes es lo que más impacta, y te incentiva a seguir luchando en la vida cotidiana. Siento pena porque no pudieron venir todos mis amigos, la gente de la parroquia. Así que estamos haciendo videitos y sacando fotos para llevárselos y que los movilice para venir la próxima”, contó Florencia (17), peregrina de San Rafael.
En el mismo grupo, todos del sur de Mendoza, se encontraba el malargüino Martín (21) que también se animó a hablar con
Los Andes
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“Vengo por el amor a Dios, porque es un evento único y quiero rezar por mí, mi familia, mi comunidad y todos mis seres queridos. También busco la espiritualidad para ser mejor cristiano. Mi mensaje es que la gente no ame a un Cristo de estampita, sino al Cristo crucificado, que dio su vida por nosotros”. Matías Gómez, uno de los seminaristas de la Diócesis de San Rafael que acompañaba a los 300 fieles del sur, agregó: “Espero que con la JMJ los católicos se acerquen a los sacramentos, confesión y eucaristía, que son el centro de la vida cristiana por la cual tantos mártires dieron su vida. Como testimonio y ejemplo, dos milenios después, debemos seguirlos”.
El ingreso esperado
“Francisco, querido, el pueblo está contigo”, cantaron todos súper emocionados cuando el Papa ingresó a paso lento y como lo hacía Jesús (primero los creyentes, luego él) a la hermosa catedral de San Sebastián. Desde afuera se sentía la suave lluvia que caía sobre el templo, generando más energía que de por sí genera la sola “pasada” de Su Santidad. Los chicos y chicas levantaron y agitaron las pequeñas banderas, al tiempo que aplaudían y sacaban fotos lo más nítidas posibles.
Así, cuando finalmente llegó hasta el altar, exactamente a las 12.38, el locutor que animaba el encuentro le dijo: “Querido Francisco, estos jóvenes han pasado toda la noche afuera para esperarlo”, e inmediatamente él comenzó a aplaudirlos en un sentido gesto de gratitud.
Las caras de alegría de todos son indescriptibles. Llegó el momento tan ansiado, tan esperado.
Son católicos, son argentinos y su Papa también. Y esto los hace muy felices porque la gente de otros países se acerca a felicitarlos todo el tiempo diciendo “qué emoción, son de la tierra de Francisco”. Así es que esperaban con grandes expectativas escuchar qué es lo que él tenía para decirles y, a partir de ello, ver cómo continúa su vida religiosa. Si es que sus palabras quedan en ellos, y cambian o continúan con el mismo peregrinar. Se paró de su gran sillón, se dirigió hacia el micrófono mientras de fondo se escuchaba “Argentina está con vos, Francisco/Te amo, Francisco/Viva el Papa” y... algún chistoso por allí: “vivan los novios!”.
Allí, parado ante los más de 40 mil argentinos, comenzó su mensaje pidiendo, casi rogando, a los jóvenes que “hagan lío en las diócesis para que la Iglesia salga a las calles”. Los chicos emocionados, con la típica piel de gallina, lloraban. Era un momento hermoso, súper movilizador. Su mensaje fue profundo, intenso, comprometido. Arengó, agitó, movilizó, y a todas sus inflexiones orales las acompañó con un lenguaje corporal que hizo énfasis en cada palabra importante. Sonrió cuando dijo Jesús, se iluminó su rostro cuando nombró a su querida Virgen María.
Continuó su discurso y los argentinos muy atentos a cada palabra. Un vallado separaba a los feligreses del Papa, y eso a él no le gusta nada, pero se tiene que amoldar. “Les agradezco la cercanía. Me da pena que estén enjaulados. Yo por momentos siento ‘qué feo es estar enjaulados’, se los confieso de corazón. Me hubiera gustado estar más cerca de ustedes, pero comprendo que por cuestiones de orden a veces no se puede”, remarcó con un doble significado; por las vallas y por la gran responsabilidad de ser el jefe máximo del catolicismo.
Como hizo la primera vez que hablo como Papa, en esta oportunidad también pidió, de corazón, que recen por él, “necesito de la oración de ustedes”, rogó. Y el templo estalló en aplausos otra vez.
“Vamos a bendecir la imagen de la Virgen Santa María y la Cruz de San Francisco -dijo poco después-”. Ambas imágenes, que sostuvieron una muchacha y un muchacho para que la prensa pudiese fotografiar, recorrerán todas las diócesis (con ello parroquias y capillas) de Argentina, sobre todo los lugares “de dolor y sufrimiento”. A las 13 en punto Francisco se retiró, no sin antes pedir disculpas a las 30 mil personas que quedaron afuera y, por supuesto, dando la bendición a todos los presentes y a sus familias.
Finalizo estas líneas entre lágrimas. Son lágrimas de alegría por la emoción que hoy sentí, que desborda mi corazón de plenitud. Me siento feliz por haber sido parte, por haber presenciado ese momento maravilloso e inmensamente bendecido por Cristo Jesús.
Digo gracias a Dios por estar, como periodista y como cristiana, viviendo esta hermosa Jornada Mundial de la Juventud.