El crimen de Ana María Molina (79) ocurrió en Junín, un día después de Navidad de 2008 cuando su cuerpo apareció flotando en un cauce de riego y al día de hoy, es uno de los casos más extraños de la crónica policial del Este mendocino, no sólo porque el rostro del asesino es un misterio para la Justicia, sino porque aquel día no hubo robo ni desorden en la casa de la víctima.
"Al final, parece que el crimen perfecto existe", se lamenta Eva Fanny Martín mientras mira una foto de su madre. La mujer busca respuestas desde hace nueve años y pide que se reabra la investigación que, perdida en un laberinto, apenas arrojó un par de certezas, la más importante de ellas, que el asesino conocía a la víctima.
Ana María vivía en Medrano, en una finca a dos kilómetros al oeste del pueblo, donde se repiten los viñedos y los vecinos -siempre espaciados- se cuentan con los dedos de la mano. Así y todo, doña Molina pasaba poco tiempo sola porque a las visitas de su familia, se sumaba la presencia de un obrero de confianza que atendía la finca y también, la de un matrimonio joven, con un hijo de 10 años, que hacía las veces de caseros y que, a cambio de hacerle compañía, ocupaba unas habitaciones de la propiedad.
Pero en la siesta del 26 de diciembre de 2008, cerca del barrio Ambrosio, en Junín, una parejita se bañaba en el canal matriz San Martín, el más caudaloso de la región, cuando vieron con espanto que un cuerpo era arrastrado por la corriente.
Con ayuda de una cuerda y no poco esfuerzo, la policía rescató el cadáver y más tarde confirmó que se trataba de Molina: su cuerpo había viajado por el agua durante tres horas, tenía muchos golpes y algunas costillas rotas.
El crimen había ocurrido esa misma mañana: alguien entró a la casa de la señora, posiblemente discutió con ella y la golpeó fuertemente. Luego la cargó en una carretilla y, tras cruzar los viñedos por uno de los callejones, la arrojó al canal donde murió ahogada. La familia subraya que la casa estaba en orden, que no faltaba nada, ni siquiera una cartera con dinero que estaba a la vista. "Encontramos huellas de carretilla que iban hacia los fondos de la finca, donde cruza el canal San Martín".
Fanny dice que la investigación fue mala desde un comienzo: "No levantaron las pisadas de mujer que había en el callejón y a la carretilla la encontramos nosotros. El asesino tuvo tiempo de lavarla y ocultarla en el galpón".
Pero el trabajo de limpieza no fue perfecto y entre los pliegues de las chapas de la carretilla, los peritos encontraron sangre de la víctima. "Ningún desconocido se toma el trabajo de ordenar la casa, cerrar con llave, lavar la carretilla y encima, no llevarse nada", insiste Fanny que presentó una nota pidiendo que el caso sea desarchivado.
El matrimonio que le hacía compañía a doña Molina declaró que esa mañana no estuvo en la finca y pocos días después, los tres dejaron la casa, pero un dato curioso es que la mañana del 26, antes de que se descubriera el crimen, el obrero de la finca se encontró entre las viñas con el hijo del casero y cuando le preguntó qué andaba haciendo, el niño contestó que su madre lo había mandado a ver si venía agua por el canal.
"Nunca se investigó bien"
Fanny niega con la cabeza: "Nunca se los investigó bien. Días antes de morir, mi mamá me contó que había discutido con la mujer del casero por una boleta de la luz impaga y dijo que el trato entre ellas había desmejorado".
Ahora, su objetivo es que el caso se reabra y que en algún momento se cite al hijo de los caseros, que ya no es un niño: "Siendo menor, él fue llamado a declarar pero dijo que no recordaba nada, ni siquiera haber vivido en esa finca. Yo no le creo y ahora que es mayor debería declarar bajo juramento", cerró la mujer.