Es todo un ritual, como una ceremonia religiosa que comienza a las 19 y se extiende hasta las 6 de la mañana. Si hasta en ocasiones la adrenalina se ha llegado a estirar hasta las 8 y el entusiasmo se ha mantenido siempre en el clímax. Es una "misa fierrera" donde los venerados son más de un centenar de motos y otro centenar de autos que son el centro de atención de cientos de personas. Y las alabanzas son los rugidos de los motores, los chirridos de las frenadas y un espectáculo que no sobrepasa los 13 segundos por competencia.
Hablamos de las históricas picadas de Luján, esas mismas que viernes a viernes son elegidas por familias enteras de toda la provincia ya sea para vivirlas intensamente desde las gradas o para experimentar la adrenalina en primera persona saliendo a la pista (o "picódromo", como se conoce) y completando los 250 metros.
"Esto lo hacemos para sacar las picadas de motos y autos de la calle. Acá tienen una pista especial, se los obliga a usar casco, cumplir con toda una serie de requisitos y tienen que pasar una verificación. Además, pagando la inscripción para participar tienen un seguro de vida de 300.000 pesos por piloto, mientras que con la entrada (50 pesos) el público también tiene un seguro de espectador", destacó Juan Carlos Moreno, dueño del predio que desde hace más de una década es escenario de estas carreras.
Enciendan sus motores
Todos los viernes del año, y algunos domingos en caso de que el mal tiempo haya motivado la suspensión de la fecha original, gente de toda la provincia (y de afuera también) se acerca al club ubicado a la vera del Acceso Sur, a pocos metros del Río Mendoza.
"A las 19 empiezan a correr las motos y hay cuatro categorías: 13 segundos, 12, 11, y libre (sin tope). En las primeras tres los corredores no pueden hacer una marca por debajo del tope. Es decir, si se anotó en la de 13 segundos no puede completar todo el tramo en 12 segundos, si no, queda descalificado", explicó Adrián "Vincha" Agüero, uno de los integrantes de la organización.
Después de las 23 es el turno de los autos y las condiciones son las mismas, con la excepción que acá hay una nueva categoría, 10 segundos, y la libre por lo general no supera los 9.
"Tanto en motos como en autos van entrando de a dos y se van eliminando entre ellos, mientras que los ganadores van pasando por llaves. Así se hace ronda de ganadores y ronda de perdedores y, al final de la noche, los tres mejores ya corren por los trofeos", agregó Cristian, otro organizador.
La competencia no se hace por orden de llegada, sino que se sortean los cruces.
Los que corren
Las picadas de Luján están abiertas para cualquier persona que quiera participar, aunque hay requisitos excluyentes. Tanto para autos o motos el corredor debe tener carnet de conducir, ser mayor de edad y debe llevar casco y un precinto en su muñeca al momento de ingresar al picódromo.
"Cuando la gente que quiere correr llega, debe pasar por la parte de inscripción y allí la Federación de Deporte le entrega la verificación médica (así se llama). Tiene un valor de 120 pesos y se otorga si la moto o el auto está en buenas condiciones, si tienen casco y si se cumplen todos los requisitos. Ya en la pista tienen un minuto para alinear, calentar y prepararse antes de que la luz del semáforo dé el verde", contó Moreno, quien resaltó que el crecimiento de las picadas ha sido "infernal" y que son reconocidas en todo el país. "Todos los viernes tenemos invitados de todo el país para que hagan sus exhibiciones", continuó el propietario del predio.
Entre quienes se animan a salir a la pista y pisar a fondo el acelerador hay un factor común: la incomparable adrenalina que experimentan y el amor por la velocidad.
El viernes pasado Matías Rigotti (22) ganó en motos, en la categoría 11 segundos, y sin soltar el trofeo se quedó como espectador el resto de la noche, disfrutando desde las gradas. "Desde hace tres años vengo algunos viernes y la verdad es que me gusta mucho probar la motito, me gusta la velocidad", contó el joven de Dorrego.
La previa a la salida a la pista también es sagrada para los corredores domésticos. Basta la experiencia de Facundo Silvestrini, de San José, como ejemplo. "Con un amigo hemos armado el Duna para participar de las picadas, estuvimos trabajando sólo para esto y llegó el día. Es la primera vez que venimos y para ir entrando en calor hicimos un asadito", contó al lado de la parrilla.
Mientras toda la atención está en el "picódromo", en la zona de boxes -como se llama al circuito previo a la entrada a la pista-, los fierreros ultiman detalles. Por eso es una constante escucharlos acelerar, verlos revisar hasta el último rincón con el capot levantado y atentos hasta a lo más mínimo.
Para esta pasión no hay un límite de edad. De eso puede hablar Santos Vega, un guaymallino de 56 años que es todo un referente y a quienes los habitués de las picadas reconocen como "uno de los pilotos más prolijos y siempre un hombre de podio".
"Hace muy poco empecé en esto. Primero preparando un 128 y siempre he venido con parientes. Es una adrenalina que no es para cualquiera", cuenta segundos antes de entrar en carrera.
Los que ven
Separadas por un bloque de hormigón y un alambrado, a ambos lados de la pista se ubican las gradas sedientas de velocidad y magia. Todo se aplaude, se comenta o es motivo de charla: desde la aceleración hasta el ruido de los autos al frenar.
"Todos los viernes vengo desde Junín, venimos con amigos, con familia, hemos participado también. Nos gusta mucho lo que es la adrenalina", relató Maxi Arias entre carrera y carrera. Y dentro del mismo grupo intervino Nicolás Silvestre, de tan solo 10 años. "Me gustan muchísimo los autos, quiero correr acá".
Fernando Micheloni, por su parte, es otro de los que disfruta como "voyeurista". "Vine con mi esposa y mi sobrino. Me gusta mucho ver autos, pero sólo ver, nada de correr", indicó ansioso ante el dragster que empezaba a asomar en la pista.