Algunos de los datos de los sondeos de opinión son preocupantes: el 40% de los encuestados dice que la situación económica es “mala o muy mala”, cuando un año atrás sólo un 17% manifestaba tal opinión. La contrapartida es que hace un año un 38% decía que la situación era “buena o bastante buena” y ahora bajó al 20%.
Si bien lo que caracteriza a la opinión pública es la volatilidad, llama la atención la dimensión de la modificación ocurrida en un lapso tan corto. Sobre las expectativas para los próximos meses un 40% piensa que permanecerá igual y un 29 que empeorará. Es decir que el 70% de la población es pesimista sobre el futuro económico inmediato.
La falta de confianza y el pesimismo económico están cruzados por dos cuestiones dominantes: la inflación y el empleo.En el primer caso el problema es que las expectativas generalizadas son que los niveles actuales inflación -del orden del 25%- aumentarán en los próximos meses. Es llamativo que las expectativas de inflación más altas se registren en los sectores de menores ingresos. Respecto del empleo ha reaparecido la preocupación por la posibilidad de perderlo, preocupación que era muy baja hace un año.
Este temor está respaldado por los datos de la realidad: desde hace un año el sector privado prácticamente no crea nuevos empleos y en algunas provincias y sectores, como en la construcción, aumenta el desempleo. El Presidente de la Cámara Argentina de la Construcción acaba de declarar que el sector ha perdido 27.000 empleos en el último año.
Estos datos, como los que registran el nivel de actividad económica, sean privados o del propio INDEC, muestran una realidad incontrastable: la economía argentina ha convergido en la temible combinación de estancamiento con inflación (estanflación).
El estancamiento de la actividad lleva ya casi un año, se insinuó una leve mejora hacia mediados de año pero parece haberse agotado. La alta inflación cumple un lustro. Aunque con mejores indicadores económicos que entonces (déficit fiscal, deuda pública), la situación económica del país se va pareciendo a la de la década del ‘80.
Es difícil revertir una situación de estancamiento de la economía cuando en las expectativas de la población se generaliza el pesimismo, ya que ese estado de ánimo realimenta la situación. Pero si bien es difícil, no es imposible y la historia económica de nuestro país muestra que los cambios positivos pueden ser rápidos si el Gobierno, a través de la política económica, demuestra voluntad y capacidad para encarar los problemas. Triste es tener que decir que nada se advierte en este terreno.
Sobre la inflación, que es el problema dominante, no sólo nada se hace sino que ni siquiera se reconoce su existencia; desde hace cinco años se adulteran los datos y parece que la Presidente cree en ellos. Aunque buena parte de la población ya hace varios meses que percibe que la inflación le gana a los aumentos de salarios, por lo menos para muchos convenios.
Por lo tanto, el incremento del consumo interno como variable de reactivación de la economía, parece haber agotado su impulso. En el caso de la inversión está en franca caída muy visible en sectores como el de la construcción y la compra de maquinaria y equipos nacionales, más aún de los importados.
Frente a este panorama bastante crítico el Gobierno parece no tener otra respuesta que inventar conspiraciones, echarle la culpa a un mundo equivocado y esperar la cosecha de granos. Pero estamos aún lejos de la ansiada cosecha y esta vez parece que no alcanzará por si sola para revertir el pesimismo de la población, si no se reconocen y encaran los problemas reales.
