El exitoso libro “De animales a dioses” del israelí Yuval Harari termina con esta reflexión: “¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren?”. Es una pregunta severa. La especie que logró dominar a los otros mamíferos; el primate que superó a todos los demás. Harari postula que fue por su capacidad de crear ficciones: la religión, la política, el dinero, son algunas. Su ejemplo favorito es llenar un estadio de futbol con chimpancés y llenarlo con humanos; los primeros crean un caos y los segundos se disponen a ver un recital o un partido de fútbol, ordenadamente.
Hace un par de siglos, las comunicaciones eran muy malas, la distancia entre pueblos y comunidades eran enormes y peligrosos los caminos. Justamente las comunidades creaban leyendas, mitos, intentaban establecer un orden en la naturaleza incomprensible. Esa necesidad del mundo de ideas de la cual hablaba Platón no era solo griega. Basta leer las obras de Mircea Eliade, de Levy Strauss, de Jared Diamond o del mismo Harari. El hombre siempre trata de organizar el mundo y para ello recurre a las ficciones.
En las distancias era lógico suponer que había brujas que se reunían en las cuevas de Zugarramurdi. Mi abuelo materno me narró su visita a un aquelarre, un lugar al cual era muy difícil arribar porque siempre parecía estar a la misma distancia. Fascinante. El Nano Serrat lo canta en Horizonte: “Cuanto más voy para allá/ más lejos queda.” Hay 20 años entre ambos conceptos, pero la ficción es la misma y no había Internet.
Si algo hay de positivo en esta epidemia, en la cuarentena, es permitirnos el tiempo para pensar, para leer, para regresar a esas cosas que siempre queremos hacer y no encontramos el momento. Ver fotos, escribir, reencontrarnos con nosotros mismos y volver a crear esa ficción que nos eleva del primate. Sirve para alejarnos del estrés cotidiano. Volver a los tiempos que describía tan bien Umberto Eco en “El nombre de la rosa”. La reflexión. La clave sigue siendo la reflexión. La historia, el destino, como quieran llamarlo, nos ha dado una oportunidad: pensemos qué queremos, qué mundo queremos, qué podemos hacer realmente para no destruir esto tan valioso.
Pero este estado idílico no puede prolongarse demasiado porque lleva al colapso económico. En una reciente nota en el Times, Harari dijo: “Si bien la cuarentena a corto plazo es esencial para detener las epidemias, el aislacionismo a largo plazo conducirá al colapso económico sin ofrecer una protección real contra las enfermedades infecciosas”, afirmó. “El verdadero antídoto contra la epidemia no es la segregación, sino la cooperación”.
Para la cooperación son esenciales los líderes políticos. Porque ellos son los responsables de crear la ficción que nos permitirá superar la crisis. La pregunta que surge es: ¿Estamos en buenas manos? ¿Dónde están los Roosevelt, los Churchill, los Ho Chi Min, los Mao Zedong, los Reagan, los Gandhi? ¿Los políticos actuales podrán estar a la altura que necesitamos?
Mientras esto acaece, Pío Baroja seguirá con sus brujas en Zugarramurdi, Umberto Eco disertará sobre los valores morales y las herejías, y nosotros disponemos de un respiro. No lo desperdiciemos.