A sus 43 años, Ernesto Alazaller siente que la vida le dio una nueva oportunidad y, agradecido, está dispuesto a afrontar todos los desafíos que sean necesarios para estar mejor y poder "dar amor" a su familia y al prójimo. Hace tres meses, el hombre estuvo al borde de la muerte como consecuencia de un agudo cuadro de obesidad que arrastraba desde hacía dos décadas. El punto cúlmine, que puso en riesgo su salud al extremo, fue cuando con un peso que, estiman, rondaba los 300 kilos, sus pulmones estuvieron a punto de decir ?basta'.
Luego de permanecer once días internado en el área de terapia intensiva del hospital Luis Lagomaggiore, Ernesto poco a poco volvió a respirar por sus propios medios y su cuerpo se estabilizó. En ese período y gracias a la dedicación del personal médico y de enfermería del nosocomio, bajó 93 kilos, fue operado de una grave escara y, sobre todo, recobró las ganas de salir adelante.
Tras esas horas críticas de setiembre, Ernesto asegura que buscará todos los medios que sean necesarios para que su fuerza de voluntad no flaquee y poder colaborar con otras personas que se encuentran atravesando situaciones similares. "Voy a seguir con todos los tratamientos necesarios y al mismo tiempo quiero colaborar para que otras personas sepan por lo que yo pasé, de manera que tomen conciencia, pidan ayuda a tiempo y eviten llegar a ese extremo, como me pasó a mí", dice Ernesto, sentado en el living de su casa.
Los días que pasó en el hospital, los tiene contabilizados uno a uno: "Estuve 108 días internado", recuerda y asegura que ahora tiene una vida nueva. Lo último que recuerda de aquellos días de setiembre, fue cuando entre varios agentes municipales lo ayudaron a subir a una ambulancia. De allí para atrás, confiesa, su historia está llena de sufrimiento. Ernesto cuenta que el hecho que lo llevó a comer porciones de comida en forma desmedida y a cualquier hora fue la muerte de su madre. En ese entonces, él tenía 25 años y con su metro 65 de estatura, pesaba 85 kilos. En distintas oportunidades inició tratamientos que le permitieron bajar de peso, "pero después siempre volvía a lo mismo".
Volver la mirada a aquellos años, hacen que Ernesto deje traslucir una tristeza en su mirada. Dice que se sintió solo, angustiado y muy encerrado en sí mismo. "No quería saber nada del mundo, estaba aislado", recuerda y compara que tal como le sucede a las personas que sufren adicciones, él pensaba que en la comida encontraba un reparo, algo que le ayudaba a sobrellevar esa angustia que no sabía cómo manejar. Por mencionar un ejemplo, cuenta que tomaba tres botellas grandes de gaseosa por día, lo que hizo elevar de manera exagerada sus niveles de azúcar en sangre.
Dejando esos tiempos atrás, Ernesto dice haber recobrado la esperanza y, con la mirada puesta al futuro se ha prometido, por ejemplo, no volver a dejar su tratamiento psicológico. "Todo esto me permitió darme cuenta de lo que vale el amor de la familia; ahora veo las cosas desde otra perspectiva", expresa y esboza una sonrisa.
Tocar fondo
Justamente fue su hermano mayor, José (49), quien estuvo a su lado en todo momento y, cuando se presentó la situación más difícil, movió cielo y tierra para lograr que Ernesto pudiera vivir. Cuando Ernesto comenzó a presentar graves apneas que le impedían respirar, José salió en busca de ayuda.
El 8 de setiembre, Ernesto fue internado de urgencia en una sala de terapia intensiva que los médicos debieron improvisar en el primer piso del nosocomio debido a las complicaciones que se presentaron en materia de infraestructura, pues todos los elementos médicos, como la camilla, la cama, la silla de ruedas y hasta el tensiómetro, resultaban obsoletos en aquella situación. Debido al peso de Ernesto, se rompieron dos camillas. Por eso, en señal de agradecimiento, José, donó una camilla especial para pacientes con obesidad gracias a la ayuda del Colegio Farmacéutico, entidad que integra.
Totalmente inconsciente, con hipertensión arterial, una extrema incapacidad respiratoria y un cuadro avanzado de celulitis infecciosa, Ernesto tuvo que ser llevado a la sala de terapia intensiva (ubicada en el tercer piso del hospital) con la ayuda de los bomberos. Debido a la acumulación de grasa, varios estudios clínicos se dificultaron, como los rayos X y los electrodos.
"El primer parte médico nos decía que mi hermano tenía 95 por ciento de probabilidades de morir. Por suerte, con el pasar de las horas el riesgo iba bajando", recuerda José.
El 11 de setiembre, Ernesto despertó y a medida que fue recuperando sus funciones vitales, también su peso empezó a disminuir. Primero fue alimentado con suero a través de una sonda, luego pudo tomar agua con una jeringa y más tarde, empezó a tomar té y comer gelatina. Una vez que estuvo mejor, se le autorizó ingerir la misma dieta que el resto de los pacientes. "También me dieron diuréticos y eso me ayudó a desinflamar", explica.
La última vez que se pesó, hace diez días, llegó a 136 kilos y medio. Ahora puede moverse con la ayuda de un andador aunque más adelante espera poder dejarlo y regresar así a la actividad que más ama, la peluquería canina. "Quiero decir a las personas que sufren de obesidad mórbida como yo, que se dejen ayudar, que no se encierren", dice Ernesto, dispuesto a abrir su corazón a quienes necesiten de su ayuda.