Nos situamos: el Titicaca atesora mitos y costumbres. Es el lago navegable más alto del mundo y el espejo de agua que vio nacer a las civilizaciones collas, tiwanaku e inca. Acá viven los Uros, en sus islas flotantes hechas del junco de la totora, que hicieron del turismo una alternativa de vida sustentable. Mientras que en Taquile, una isla inmensa, los taquileños, descendientes de aquel mismo linaje hicieron de sus preciosos tejidos, únicos, un Patrimonio de la Humanidad. Hasta aquí, la presentación sigue la magia de un viaje de carácter inolvidable.
Los Uros
"Esta isla ya tiene 15 años, un poco nueva está. Puede durar 30, 35 años; después ya tenemos que hacer otra. La armamos al lado, ésta se hunde y iá". Quien lo dice se llama Isaac, y es uno de los tantos pobladores de las 90 islas flotantes de los Uros, que se yerguen frente a Puno, una ciudad peruana de quinientos mil habitantes donde los aguaceros y el sol se alternan sin previo aviso.
Los Uros subsistieron siempre en base a la totora y la pesca, aunque en los últimos tiempos su economía se basa más en la actividad turística. Para practicar un turismo sostenible dividieron el territorio isleño en dos sectores: la zona norte y la sur, que se turnan para recibir visitantes. Hoy, toca visitar el lado sur, al que llegamos navegando en media hora desde la costa de Puno. Para entrar al territorio comunal hay que pagar una entrada, en un puesto flotante. En cada una de las islas viven unas cinco familias. No hay energía eléctrica, pero desde hace años cuentan con paneles solares, que ellos mismos se financiaron gracias a la floreciente actividad turística. La comunidad tiene una parte de su territorio en tierra firme también, donde hay un cementerio, un colegio y la posta médica.
"Para poder preservar sus tradiciones -explica Henry Choque, guía de turismo- las familias tienen una reserva comunal. El gobierno les ha reconocido un área donde ellos puedan estar o vivir porque, de acuerdo a nuestras leyes, no existe la propiedad privada dentro del lago". La Reserva Nacional del Titicaca es un sitio Ramsar (categoría internacional para la protección de humedales), donde los aguaceros y la potencia del sol se pasan la posta a cada rato sin dar señales. Al llegar a la isla, sorprende un mirador, muy particular: tiene la forma de un pescado gigante y está hecho, como todo en estas aguas, del junco de totora. "Todas las islas tienen nombre. Ésta se llama Pescado grande, porque a nosotros nos gustan mucho los peces grandes", dice Gladys, la esposa de Isaac, con una sonrisa pequeña, tímida, y nos invita a pasar a su hogar. Es una pequeña habitación y, como todas las casas de aquí, también de totora, el mismo junco que utilizan para hacer estas alucinantes islas que flotan y sus tradicionales embarcaciones. Adentro, sentada sobre la cama -de totora- está la madre de Isaac bordando un tapiz. La señora habla poco y nada el español, pero igual se las ingenia para ofrecernos sus bordados, típicos de la zona.
Gladys e Isaac tienen 30 años y un hijo que se llama Kenet, de ocho, que anda correteando por afuera con un vecinito. "Mis abuelos eran doce, como los apóstoles -bromea Gladys-. Nosotros vamos a tener uno más", cuenta, y dice que Kenet va a la escuela en otra ínsula pero que para el colegio secundario y la universidad deberán ir a la ciudad. "Muchos rentan habitaciones para que sus hijos estudien. Vuelven el fin de semana y ayudan en las tareas, como cortar la totora", explica Henry.
Las islas que flotan no parecen moverse o desplazarse. Pero cada quince años, como bien decía Isaac, deben volver a levantar una nueva, porque el junco se desgasta y comienzan a hundirse. Lo mismo pasa con las casas: hay que remplazar paredes y techos cada tanto. Es un trabajo artesanal, en el que hay que tejer la fibra natural con paciencia infinita y saber ancestral. "Demoramos un mes en levantar una vivienda -explica Daniel, un vecino, mientras nos enseña su hogar-. El techo y la pared duran 12 meses. Cada año tenemos que cambiarlo, porque se malogra con el sol, el clima. La isla también se hace en un año, poco a poco".
La población de Uros, según el último censo, ronda los 2.300 habitantes, y hay un 40 por ciento que vive en tierra firme. También se los puede encontrar en Bolivia, pero allá viven en tierra firme. Su lengua, de la familia uruchipaya, se perdió casi por completo. "En Bolivia algunos conservan su dialecto, pero la mayoría por aquí habla aymara. -aclara Henry -. Son una población mestiza: hay matrimonios de uros con aymaras y quechuas". Es decir que ya casi no quedan uros de pura sangre. Antes del mediodía, el cielo del Titicaca se vuelve diáfano, y dejamos las islas flotantes y navegamos rumbo a la isla de Taquile.
Patrimonio del tejido
"Taquile es una de las pocas comunidades en la que tanto hombres como mujeres aún conservan su vestimenta. Acá todos visten de manera tradicional, es una vestimenta que solo se ve en la isla", explica Henry apenas atracamos en el muelle de esta isla que fue reconocida por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial por su arte textil.Las mujeres usan blusas rojas y polleras multicolores, cubiertas con faldas más amplias y de color negro; se cubren la cabeza con un manto también negro. Los hombres visten pantalones negros y camisa blanca con un chaleco encima, y una faja bordada. El chullo o gorro diferencia a los hombres casados de los solteros. La forma en cómo se usa la cola del chullo señala el estado civil.
Al bajar, caminamos por un sendero cuesta arriba entre plantaciones de habas y quínoa. Los turistas transitan y observan todo con asombro, sobre todo a los pobladores que cargan en sus espaldas aguayos coloridos y visiblemente pesados. Un hombre lleva un bulto de hojas de coca. Una mujer, anciana, uno lleno de polleras para la venta.
Taquile es preciosa, de 2.200 habitantes, con terrazas de cultivo que la pintan de verde, y cuyo punto más alto está a 4.020 metros de altura, mientras que el lago está a 3.800. En la plaza central, con una vista imponente al Titicaca, -hay que decir que en realidad desde todos los rincones hay vistas imponente al Titicaca- está la iglesia, la Municipalidad y el local de la cooperativa, donde se venden las artesanías, sobre todo los típicos chullos -que pueden ser de alpaca, oveja o vicuña- y las fajas.
También son muy típicas las chuspas o morrales que son usados para llevar la hoja de coca. Un dato interesante es que los chullos los tejen los hombres y las fajas, las mujeres. Cada familia tiene asignado un número que está asociado a su apellido en una lista pegada en la pared. Así reciben el dinero del producto que se vende en la cooperativa.
Acá, como en las islas de los uros tampoco hay energía eléctrica, sino solar. Es muy complicado traer un tendido eléctrico, y la opinión de la población al respecto está dividida según afirma Henry. "Algunas familias dicen que les sería de mucha utilidad la energía eléctrica, que pondrían sus talleres para armar las embarcaciones. Hay muy buenos maestros que trabajan la madera. Mientras, otros dicen que con energía, los más jóvenes pondrían bares y discos, y se perdería la cultura del lugar". Andamos a paso lento rumbo a la casa de la familia donde almorzaremos. En el camino nos cruzamos con pobladores, todos vestidos tradicionalmente y una mujer que pastorea sus ovejas. En Taquile, como en los uros, gran parte de la población vive, directa o indirectamente del turismo, algo que no sucedía veinte años atrás, cuando el sustento era la pesca, ganadería y agricultura. Hoy en día, muchos habitantes hicieron de sus casas restaurantes y alojamientos, además de la venta de sus tejidos que, a partir del reconocimiento de Unesco, se hicieron muy populares.
El almuerzo es en uno de esos restaurantes familiares. La panorámica hacia el lago es impresionante. La sopa de quínoa y la trucha asada, exquisitas, y la atención, súper amable. Luego del festín, nos mostrarán sus tejidos y danzas tradicionales, aquéllas que son ritos para la Pachamama (madre tierra) y el Tata Inti (rey sol). Son bailes que piden por lluvias y agradecen las cosechas porque a pesar de los nuevos aires del turismo, la vida continúa como antaño, a merced de los dioses naturales que reinan en el Titicaca.
Datos útiles
Cómo llegar
El aeropuerto de Juliaca, a una hora, es el más cercano a la ciudad de Puno. Desde Lima hay vuelos directos, por Avianca. Desde allí hay transfer y taxis a toda hora.
Dónde hospedarse
Hotel Casa Andina Puno: www.casa-andina.com
Dónde comer
Casona de Puno: www.lacasona-restaurant.com
Excursiones
Servicios receptivos Titikaka: titikakatouroperador.com. Tel: +51-51-369955
Be Perú boutique tour operator: www.beperu.com. Tel: +51 1 479 2589.
Mas información: www.visit peru.com