Hace varios años que sigo la obra de Arturo Pérez-Reverte. Se trata de una gran producción, más de treinta obras, que no detallaré, pues mencionar sólo algunas sería dejar fuera de comentario muchas otras, en mi concepto, todas buenas.
Pérez-Reverte, actual miembro de la Real Academia Española, ejerce un estilo de escritura, fácil de leer, con lenguaje sencillo, apto para comenzar con la práctica de la lectura.
Hace unos días leí la novela “Los perros duros no bailan” (Alfaguara), una obra que los lectores disfrutarán, especialmente los amantes de los animales y más precisamente los apasionados de los perros. Pérez-Reverte describe con detalle la relación entre distintos canes.
El protagonista principal es “El Negro”, cruza de mastín español y fila brasileño. Un perro bravo, de pelea. Trata con detalle las consecuencias del vínculo de los perros con los seres humanos, a veces con dureza, otras veces haciendo esbozar una sonrisa.
Durante el desarrollo de “Los perros duros no bailan”, el autor marca con esmerada fineza las relaciones entre El Negro y otros canes, más jóvenes y más viejos, más exclusivos y más ordinarios, más pequeños y más grandes, machos y hembras, todos con actitudes caninas muy diferentes a su experimentada visión de la vida, una vida “de perro”.
¿Pero cómo lo hace? El escritor los hace hablar (ladrar) e interpreta los ladridos del modo en que Esopo lo hizo con todos los animales en sus famosas fábulas.
Creo que en este caso el autor se asemeja a un Esopo moderno, sin deducir una moraleja explícita, pero permitiendo al lector que su imaginación avance por distintos caminos del pensamiento sobre la vida, la muerte, y aquéllas relaciones tan trascendentes como la amistad, el compañerismo, y fundamentalmente la lealtad.
Daniel E. Sadofschi
contasad@gmail.com