“Para los argentinos comprender a Perón es un prerrequisito para comprenderse a sí mismos. Tiene mucho más de verdad que de hipérbole el refrán que dice que ‘si la Argentina fuera una naranja, Perón sería el jugo’. Pero Perón debe ser aceptado tal como era, la suma total de sus partes, y no como un idealizado epítome del bien o del mal”. “Perón, una biografía”, Joseph Page (1983).
Ya advertía Page en los ‘80 que si no entendíamos a Perón con amplitud, en todo lo bueno y lo malo que tenía y dejó, corremos el riesgo de reiterar la interminable división que se produjo con Rosas. Algo que, lamentablemente, hace varios años atrás estamos volviendo a reproducir como si nada hubiera pasado. Los peronistas rescatando hasta lo peor de Perón y los antiperonistas no viendo nada bueno en Perón. Para colmo casi con los mismos argumentos de 1945/55.
El peronismo ya hace mucho tiempo debió haberse confundido con la historia o devenido un partido más, en vez de seguir pretendiendo expresar a la Argentina toda como un movimiento que se da el lujo de decir que los únicos nacionales y populares son ellos. Supo ser más moderado en los 80 y en los 90 que ahora, cuando debería haber sido al revés.
Page escribió con un deseo de conciliar posiciones que hoy suena ingenuo ante la proliferación de los extremismos de un lado y otro. Page quería entender, éstos suponen haberlo entendido todo. Ambos sin propuestas para una Argentina integrada o con propuestas imposibles de cumplir porque el odio de la otra mitad siempre lo impedirá.
Néstor Kirchner decidió gestar una nueva grieta en un país que hace tiempo no las tenía. El entonces presidente se dio cuenta que era muy fácil cooptar a los intelectuales hablándoles en su idioma aunque luego actuara en cualquier otro. Pero no así al periodismo porque éste tenía en esa época mucho más poder que los intelectuales, sobre todo por lo que hicieron en democracia los periodistas en sus dos primeras décadas denunciando las corrupciones.
Entonces, como dice Silvia Mercado,_Néstor resucitó la vieja teoría del secretario de medios del primer Perón, Raúl Apold, buscando que el único productor de relatos fuera el gobierno y los medios lo acataran o sino serían atacados. Quería, por supuesto, que a él no le investigaran nada.
Esa grieta que aún no podemos cerrar, como toda grieta, provocó reacciones equivalentes por el otro lado.
Así como otra vez se convocó al peronismo sectario haciendo revivir como positivo lo peor de 1946-55 , también renació el antiperonismo clásico. Por ende, hoy el peronismo, al menos en su versión kirchnerista (el resto todavía nadie sabe bien de qué se trata) defiende tan campante lo peor del primer peronismo como el culto a la personalidad, la guerra contra la prensa, el poder concentrado, la propaganda de Estado, la confusión entre lo público y la privado o la división amigo enemigo. Pero por el otro lado nuevamente se reivindica al antiperonismo del 56 y sus remanidas consignas, que aparte de una intolerancia similar a lo que dicen combatir, está comprobado que mientras más se divulgaron más favorecieron como reacción la vigencia del peronismo. Eso de que tenemos un pueblo manipulable y/o de mierda al que no le gusta laburar y por eso quiere la limosna peronista. O que el peronismo es la versión criolla del fascismo. Argumentos impotentes de un antiperonismo generador de peronismo porque sabe cómo criticarlo pero no cómo modificar su excesos o hacer que deje de tener vigencia hegemónica.
Es malo el deseo de tender a encontrar dioses y demonios en una historia maniquea, celestial o diabólica según de que lado se la mire. Tan maniquea que hasta hace entrar en la misma lógica de grieta a los que quieren excluirse del dogmatismo de un lado y del otro. Así, los supuestos terceristas o neutrales se autodenominan “Corea del centro”, un contrasentido porque no hay nada más delirante que ubicarse en el justo medio entre una dictadura perfecta como es Corea del Norte y una democracia imperfecta como es Corea del Sur. Pero la grieta atrapa incluso a los antigrieta. Tan enorme es su influencia. En la Argentina, como diría Sartre, el infierno son los otros.
Lo cierto es que, si dejamos de lado tanta lógica de exclusión y pensamos en términos de integración, la fuerza democratizadora de la Argentina se debe tanto a la república liberal como al democratismo populista radical peronista. El liberalismo de Alberdi, Sarmiento, Roca y Pellegrini entre otros creó el Estado nacional, la educación universal y abrió las puertas del país a la inmigración, además de instalar un grandioso progreso económico. Pero ya a principios del siglo XX, muchos de sus herederos, más conservadores que liberales, se asustaron con la abundancia de extranjeros, por lo que el radicalismo fue el movimiento que los integró de un modo pleno a lo nacional impidiendo que se constituyeran en guetos por nacionalidades o religiones como pasó en otros países. Con respecto a los inmigrantes internos que avanzaban a las grandes ciudades luego de la década del ‘30, los viejos liberales los veían como esos parientes aterradores -que vivían en el piso de abajo del país- con los que el peronismo vino a instalar otra vez la barbarie, al decir de Martínez Estrada en su momento de mayor antiperonismo. Pero fue el peronismo quien integró plenamente a los del subsuelo al país, en lo que fuera la última gran ola de movilidad social, que desapareció en la década del 70 para hasta ahora nunca más volver.
Lo importante es que gracias al liberalismo patricio primero y luego al primer radicalismo y al primer peronismo, este país es y sigue siendo el más consistente de clase media de América Latina. Incluso si un día no quedara un solo argentino de clase media por la crisis económica, igual seguiría siendo el mayor pais de clase media del continente por una cultura ya instalada que no lo tuvo en el siglo XX ninguno de nuestros vecinos. Eso es suficiente para pensar más una historia de integración que una de exclusión donde el peronismo sea calificado como el mal que nos impedió crecer por 75 años.
La lógica de exclusión conduce a decir que con el peronismo estamos en el ghetto de Varsovia según Sebreli, del mismo modo que Zaffaroni sostiene que la prensa crítica es una réplica del partido único de Hitler. Grieta pura y dura.Todos tratando de banalizar la historia comparando nuestras modestas diatribas con los genocidios más grandes de la humanidad, donde el genocida siempre es el otro. Todavía, en plena democracia, seguimos comparando al adversario con la dictadura. Desde Macri basura vós sós la dictadura hasta la infectadura.
El peronismo es una forma de ser de la argentinidad imposible de excluir, que no a todos tiene que gustar y que por lógica genera odios cuando se lo quiere imponer como hegemónico o cuando califica al otro como el enemigo. Pero eso de seguir confundiéndolo con el fascismo es una respuesta similar a la intolerancia peronista. Se trata, en primer lugar, de que todos aceptemos ser una parte y ninguno el todo. Que los moderados de ambos lados de la grieta derroten a sus propios extremistas.