Durante la segunda mitad del siglo XIX los partidos políticos eran muy diferentes a los actuales. Se trataba de grupos alrededor de algún un “notable” -generalmente un hombre de clase alta- que contrataba a matones para ganar las elecciones. Adolfo Alsina y Bartolomé Mitre -enemigos políticos- emplearon entre otros al famoso Juan Moreira; que actuó así para ambos bandos a lo largo de su vida. Los comicios terminaban de modo sangriento y ganaba quien más violencia había ejercido. Estos matones contaban regularmente con la impunidad que suele dar el poder.
Juan Moreira era un hombre de talla regular, aunque muy corpulento. De tez blanca, nariz delicada y cabello castaño. Usaba una barba larga que a sus 45 años ya pintaba algunas canas. En 1874 la estrella de Moreira se vio finalmente eclipsada por el brillo de su facón. Había regado ya de demasiados cadáveres el suelo bonaerense y se ordenó apresarlo.
A fines de abril de ese año en Lobos, tras buscarlo durante tres meses, una partida policial lo acorraló en el patio de un prostíbulo. Chirino, quien terminó dándole muerte, relató lo sucedió años más tarde:
“En eso, apareció Moreira con un trabuco en cada mano:
-¡Aquí estoy… maulas…! ¿Qué quieren?
-¡Ríndase Moreira a la policía de Buenos Aires…!
A lo que respondió: ¡Aquí no hay más policía que yo…!
Y antes que yo pudiera hacer fuego con mi fusil y el capitán Berton, armado con el de Zamudio, que había salido afuera atraído por un barullo promovido por Andrade que intentaba escapar, descargó sus trabucos y corrió hacia la tapia del fondo.
(…). Yo corrí en momentos en que se prendía a la tapia para saltarla y metiéndole la bayoneta medio de costado, lo clavé contra la pared. Era un hombre tremendo.
Al sentirse herido sacó una pistola del cinto y por encima del hombro hizo fuego, entrándome la bala por el pómulo y dañándome el ojo. Entonces Moreira tomó con la derecha la daga que llevaba desnuda entre los dientes (un facón que medía 85 cm), y me tiró un ‘hachazo’ que me alcanzó en la cabeza y me cortó los cuatro dedos de la mano izquierda con que yo sostenía el fusil. Tuve que largarlo y cayó agonizante.
Yo le pegué como pude… porque no hacía nada más que cumplir con mi deber. Zamudio, que era un paraguayito valiente, me dijo después que la agonía de Moreira no duró ni dos minutos y que el cuerpo tenía un pistoletazo en el costado dado por el comandante Bosch. A mí me votaron entonces una recompensa que recibí solo unos meses. El premio acordado para quien lo aprehendiera al matrero, que era de cuarenta mil pesos… ¡ni lo olí…!”.
Poco se sabe sobre Chirino. Según algunos testimonios era sanjuanino, había participado en la Guerra de la Triple Alianza y murió a los 101 años.
En cuanto a Moreira, sus restos se inhumaron en el cementerio de Lobos, pero trece años más tarde fueron removidos por falta de pago. La exhumación quedó a cargo del Dr. del Mármol.
Los médicos de entonces -basados en la teoría de Cesare Lombroso- creían que existían patrones fisionómicos que caracterizaban a los delincuentes, a los genios, etcétera. Mármol descartó el cuerpo pero se quedó con el cráneo del famoso bandido para estudiarlo. Una vez analizado, se lo obsequió a su colega y amigo Tomás Liberato Perón, abuelo de Juan Domingo Perón.
Doña Dominga Dutey Cirus, recibió el cráneo al fallecer su marido y lo mantuvo durante años expuesto en la sala. El souvenir morboso terminó en manos de Mario Tomás, que en 1895 se convirtió en padre del futuro fundador del Partido Justicialista. Al crecer, el pequeño Juan Domingo halló irresistible aquella calavera y la utilizó repetidamente para asustar a sus vecinas. En cierta oportunidad cayó de sus manos perdiendo dos dientes. La pieza fue donada en 1928 al museo de Luján y actualmente pertenece al Museo “Presidente Juan D. Perón”, de Lobos.