Nada por aquí, nada por allá, la breve conclusión al poner los pies en la arena, tender la lonita frente al mar y dar un sorbo al agua de coco. Esporádicamente algunas personas caminan junto al agua y se van achicando en la línea costera hasta desaparecer. El aire con reminiscencias de sal, el cálido sol del nordeste brasileño hace burla a las horas previas en la Mendoza invernal. Bloqueador, anteojos, nada para leer, todo para contemplar. Luego de esta primera aclimatación al sitio, una aproximación a las piscinas naturales unos 900 metros a la derecha. Estamos en un punto de los 187 km de playas del litoral de Pernambuco.
Por momentos el aire trae el sonido del Club Beach, risas en la piscina, música de ésas de moverse de veras. Algunos tumbados en los camastros bajo las palmeras porque el horario hace que las pieles blancas se resguarden; otros se disponen al almuerzo abundante en frutos de mar y pescados, en verduras frescas, en presentaciones relajadas en el bello restaurante del club, maridado con las sonrisas de los mozos y las promesas de un descanso reparador en esta marca del mapa.
Sheraton Reserva do Paiva se encuentra estratégicamente ubicado en el área que protege la flora autóctona y los manglares. Otras edificaciones lo acompañan bajo estrictas medidas de sustentabilidad en varias hectáreas de verdes amontonados. A la imponente construcción -que tiene un año de vida- la separa del recinto de playa, una novísima carretera –con escaso tránsito - y unos 500 metros, lo necesario como para que un transfer lo cruce desde el alojamiento, si así lo desea. La piscina en la base del hotel es otra forma de pasar las horas deleitándose con el entorno y poniendo a prueba el verdadero concepto de vacaciones. La ubicación no es casual, entre Recife y Porto de Galinhas, el complejo Sheraton con su centro de convenciones, llegó a dar vida a la zona y más, a permitir a los viajeros un rélax 5 estrellas entre dos polos turísticos norteños con la sensación de estar lejos de todo, aunque con los minutos contados hacia lo mejor de Pernambuco. Con la certificación Live en la mira, el green building, resguarda todos los detalles y procesos para una sustentabilidad real, no de marquito de cuadro y eso se celebra en un mundo que vira hacia el respeto por natura.
Luego de una jornada de reacomodamiento físico y mental, los huéspedes desean moverse. A 40 minutos se encuentra Puerto de Gallinas, esa área que desde tiempos de la colonia estaba repleta de haciendas e ingenios de azúcar (en la actualidad se pueden visitar algunos) y la mano de obra esclava era fundamental para la acumulación de riquezas propias y para la corona. Recién en 1850 se prohíbe en Brasil el tráfico de esclavos. Sin embargo, en este rincón del litoral, las aguas protegidas por arrecifes y las bahías encerradas albergaban un puerto de abastecimiento muy preciado. Precisamente esas cualidades geográficas posibilitaron que el comercio de hombres continuara viento en popa. Así cuando llegaban barcos desde África, los vendedores corrían hacia los campos anunciando que ya estaban en el puerto las "galinhas", la carga humana destinada a los ingenios. Con el correr de las décadas este sector de aguas transparentes y piletones cercados por barreras coralinas comenzó a valorarse para la recreación. Así, el triste Puerto de Galinhas, transmutó la negatividad de su denominación a un reducto en que todos son bienvenidos y en el que nadie la pasa mal.
Astilleros para la industria petrolera y el Puerto de Suape se adivinan camino a Galinhas. Al llegar a la villa, el viajero -un millón al año- se encuentra con un ambiente relajado entre hoteles y posadas, calles de tierra hacia las playas más alejadas del centro y un mar que no esconde nada. Las callejuelas de la zona comercial son un encanto, las gallinas -el ave de corral- en simpáticas representaciones pueblan escaparates, adornan carteles y bancos, también cabinas telefónicas, dando un toque lúdico y divertido al sitio en el que es preferible moverse en buggies.
En la playa principal, a escasos metros de la peatonal, hay mucha gente, nadie se atropella, y decenas de jangadas sponsoreadas esperan varadas a metros de la arena. Los jangadeiros realizan todas las ofertas. Cerrado el trato por 20 reales, con ojotas o calzado para proteger los pies, se avanza hacia la embarcación -una especie de velero rudimentario-, esquivando a los otros en una salida divertida, de amenaza de naufragio, en un mar poco profundo y sin olas.
La barra coralina -protegida- se divisa a poco. Con el ardiente sol, en lo único que se piensa es en un chapuzón. El desembarco obliga a estar atentos para no pisar los corales que están vivos, tienen un color rosa nítido, los que pasaron a mejor vida lucen petrificados y es la base por la que transitamos. Pequeñas piletas naturales con pececitos a los que el turista alimenta, y la relevancia de resguardar el portento que genuinamente se da lugar por aquí.
¿Y cuándo nadamos? La embarcación se mueve entonces hacia piscinas más amplias, donde el agua apenas cubre los hombros en las áreas más profundas. Con antiparras o a simple vista, se advierten los cardúmenes que pasan junto al cuerpo, acostumbrados a la invasión humana. Todo estilo de nado permitido para saborear ese mar translúcido que refresca en la calurosa mañana de Galinhas.
En la arena, los carteles de Turismo Accesible llaman la atención. Es un proyecto estatal para permitir a las personas con capacidades diferentes disfrutar de los tours hacia los arrecifes y de nadar bajo condiciones de seguridad. Jangadas adaptadas y personal idóneo facilitan la experiencia de quienes de ninguna otra manera podrían vivir tal aventura. (20 reales paseos, 80, buceo).
Pero nada es eterno. Ahora la promesa son los caballitos de mar, hipocampos, que habitan en el río Maracaípe, ése que al final se ahoga en el océano. Están los incrédulos, los que necesitan ver para creer. Entre manglares sobre agua bastante oscura, terrosa, como para no apreciar el fondo, la barca más rústica que las anteriores, se hace camino. Hay más de 40 especies de estos seres míticos que representan la fidelidad en la pareja. Nuestro guía, con un largo palo, ayuda el desplazamiento. Los árboles de raíces externas compiten por los rayos solares en las orillas y los peces por el alimento en cada tramo. La función comienza cuando el nativo se lanza al agua, pide silencio y, tras algunos minutos, rescata un ejemplar de color anaranjado, lo coloca en un frasco y se presta a todas las fotos. Luego lo regresa al mismo sitio ya que necesitan permanecer en familia.
El almuerzo se sirve a unos kilómetros, en el restaurante Joao frente a una playa casi desértica y tan apetecible como el menú del local. Peixada pernambucana -una delicia caliente de varios tipos de peces en un caldillo sabroso-, 78 Rs, moqueca mixta, 89 Rs, camarón de la casa, 58 Rs. La cosa es volver al agua, la movida surfer en Maracaípe.
De regreso al hotel, ya con el atardecer instalado a pesar de que el reloj marca las 17.30, motiva un salto a la piscina antes de la cena en el Reserva el exclusivo restaurante del Sheraton. El menú degustación demanda atención, deambula por los sabores de la región y del mundo, exponiendo los sentidos. Entonces entre papas bravas y camarones, aparece el carpaccio de pulpo, el foie gras, el carpaccio de ternera y la picaña madurada, entre otras presentaciones que pasean el paladar a su antojo con un vino de Portugal como sutil compañía.
Recife y Olinda
Recife es la capital del Estado de Pernambuco, fundada en 1537, entre 3 grandes ríos- Capibaribe, Beberibe y Tejipió- elevando puentes uniendo islas. Entre la moderna urbanización, de altos rascacielos vidriados, se cuela un magnífico paisaje natural y el costado más antiguo de la urbe con buenos exponentes de 3, 4 y 5 siglos.
Hay que subirse a un catamarán para descubrir tal riqueza desde el agua. Mientras el guía con voz de locutor profesional explica las edificaciones a las que se aproxima, la mente puede volar. Eso sí, si no desea perder la cabeza agáchese cuando se lo indiquen, pues los 5 puentes que se atraviesan en el tour pasan al ras del borde de la embarcación, en una mezcla de locura irresponsable y algo de acción para los que se extraviaron en el horizonte pernambucano.
Ecléctica, de ambiente nordestino y aires capitalinos, Recife cuenta con una bella franja costera en la que lógicamente los arrecifes están a la vista, muy cerca de la arena formando anchos piletones con olas. Todos los días del año, locales y foráneos toman baños allí a pesar de los inquietantes carteles que señalan que es zona de tiburones. ¿Es un chiste? Pues no, la creación del puerto de Suape hizo virar la ruta de los predadores hacia las costas en búsqueda de alimento. No suena bien, pero es cierto, como también es verdad que es posible bañarse y disfrutar. Lo que está prohibido es internarse en las aguas y practicar surf.
Es preciso dedicar una jornada a la cultura de estas ciudades, y a sus prácticas vivas. Irreverente, auténtico, democrático y colorido, el Carnaval de Olinda es una de las expresiones más genuinas del Brasil. Alcanza con llegar a la añeja urbe trepada a 7 cerros, con callejuelas de piedras lustradas y balcones esbeltos, con pórticos de amores adolescentes y grietas entre las edificaciones que llevan al abismo azul, para rubricarlo. Además de caminar sin prisa por cualquier barriada, la Iglesia da Sé y el Monasterio de Sao Bento son dos paradas ineludibles.
En estas calles se respira historia, cultura, alegría, identidad, justamente los ejes sobre los que se apoya la fiesta más esperada, el Carnaval. Se escucha frevo, y quien se atreve, lo baila. Pero sólo podrá comprenderlo quien ingrese al museo que lo tiene como temática. Un espacio interactivo en el que la trayectoria de la música y su danza se patentizan en pisos y paredes, en oídos y cuerpos. Es que no se puede reducir a un estilo sino que se trata de una manifestación cultural que fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por Unesco en 2012. El centro de documentación también alberga talleres y da cuenta de las diversas agrupaciones que participan de la festividad con sus trajes típicos, estandartes y unos paraguas pequeños que, si bien tapan del sol, en sus comienzos eran cuchillos disfrazados con los que se enfrentaban las razas y castas. Ahora forman parte de una danza que fluctúa entre simulación de ataque-defensa, seducción y cortejo, con el desparpajo típico de la sangre que corre en esta zona del nordeste brasileño (pacodofrevo.org.br)
Otro museo que vale la pena conocer, si dispone de tiempo, es el del Semiárido nordestino (sertao), situado en el puerto de Recife. Con 7 salas en las que se narra -en torno a un río que debe seguirse en el piso-, la vida y obra de las personas que viven en esas tierras desérticas muy diferentes a lo que conocemos del país de la abundancia verde.
De regreso al Sheraton, la tranquilidad de palmeras recortadas en el inmenso firmamento, de un mar calmo y un ambiente amigable -25° promedio todo el año- una caipirinha acompaña la contemplación del grupo que supo escuchar los hits de un tal Van Leo, pero ya no importa, mañana será otro día y Pernambuco volverá a sorprender.