Periodistas sin espada

Periodistas sin espada

Censura, leyes mordaza, bloqueo y hackeo de páginas web, corte del acceso a internet, amenazas, atentados, sanciones administrativas y penales, cierre de medios de comunicación o monopolización por parte del Estado, noticias falsas, condena a muerte, homicidios.

El último informe de Reporteros Sin Fronteras (RSF) alerta sobre una situación muy crítica para la libertad de prensa en el mundo. Ya no se centra en los países tercermundistas (que en nada han avanzado). Ahora pone su foco en países del primer mundo que se caracterizaron históricamente por tener buena clasificación y que ahora han descendido del podio. Tal es el caso de Estado Unidos o Reino Unido. Según el informe, “la libertad de prensa nunca había estado tan amenazada”.

No pretendo analizar lo obvio: casos como el de Venezuela, Corea del Norte o Siria donde la libertad ya no existe, mucho menos la prensa.

Pero a esa situación no se llega de la nada. Todo resultado tiene un proceso de gestación silenciosa, de factores que, unidos, contribuyen al desenlace final.

El ataque de la libertad de prensa se gesta dentro de las mismas redacciones. Empecemos por las condiciones laborales de los periodistas. Hace dos años, en un evento que convocaba a comunicadores de Mendoza (Social Media Day), recuerdo que un editor de un medio destacado de la provincia dijo (aunque no con estas palabras exactas): “Sería ideal que nuestros fotógrafos aprendieran a escribir, porque de esa manera una sola persona haría todo”. Esa frase y la convicción de que cualquiera puede hacer periodismo, que con saber escribir basta.

Su consecuencia la denuncia un informe de Fopea: “Los medios comenzaron a utilizar cada vez más mecanismos de contratación a través de la facturación de los trabajadores como si fueran simples proveedores de servicios, pese a que se pudiera demostrar una continuidad y permanencia laboral encubierta”. Pero la informalidad laboral no es el único problema. A ello se suman los sueldos bajos, el descrédito de la profesión, la nula posibilidad de capacitación y perfeccionamiento y la exigencia de ser polifacético. Ya no basta con escribir el artículo; el periodista tiene que saber de fotografía, programación, diseño, edición, filmación y, si quiere sobrevivir: negocios.

Trabajar sin herramientas

¿Qué es el periodismo sin acceso a la información? Es un caballero sin espada. En este último período hemos escuchado a los funcionarios locales hablar mesiánicamente de “Gobierno Abierto” como la gran solución para la sociedad del mañana. Destacan a Mendoza por ser una de las primeras provincias en adherir al “Plan de Modernización del Estado”. Pero también es una de las únicas que no tiene Ley de Acceso a la Información Pública.

En 2016 se presentó un proyecto de ley que implicó un año de trabajo, audiencias y acuerdos entre organizaciones de la sociedad civil y funcionarios. Pero el proyecto no fue presentado con prioridad. Cerró el año y el trabajo se fue a la basura. Estamos en mayo y aún no se ha hecho nada al respecto. El acceso a la información pareciera no ser prioritario para el oficialismo ni para la oposición, pero sí lo son otros proyectos cortoplacistas.

Pretendemos colocar el techo de la casa sin haber construido los cimientos ni las paredes.

A veces resulta difícil comprender que algo tan abstracto como una ley de AIP sea tan fundamental para una democracia sana. Es que no podemos hablar de libertad de prensa sin hablar de libertad de expresión. ¿Quién puede expresarse libremente si no conoce? La libertad de prensa es la libertad de informar, y para ello el Estado tiene la obligación -no el derecho- de abrir los datos de manera completa y veraz. No basta un mero PDF colgado en una web oficial, tampoco un gráfico de torta. Se necesita una rendición de cuentas acorde al mandato otorgado.

¿Cómo fluye esa información? ¿Cómo llega a ser comprensible para el ciudadano común? Ante ese panorama, el periodismo debería cobrar un rol fundamental y transformarse en un medio para el acceso a aquella información que algunos prefieren ocultar. Pero para ello se requiere de periodistas especializados que puedan contextualizar los datos y digerirlos en un artículo comprensible para todos. Porque aquello que no puede ser comprendido tampoco puede ser cuestionado.

Ser parte de los debates públicos, votar con fundamento, exigir una rendición de cuentas por parte de los funcionarios públicos. Si de ello depende la salud de la democracia, me temo entonces que la nuestra tiene un mal diagnóstico, que aún podemos revertir pero que puede llegar a evolucionar en una enfermedad terminal.

Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Diario Los Andes.

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