Lentamente van apareciendo indicadores que muestran una leve recuperación de la economía, aunque sean porcentajes bastante modestos. Después de dos años recesivos, poder mostrar tres trimestres con recuperación es una muestra que la máquina comenzó a moverse, aunque es notable lo que cuesta salir del barrial de distorsiones acumuladas en los últimos 50 años.
Aunque el dólar estuvo activo casi 10 días, cuando superó la barrera de los 17 pesos, esta semana se ha mantenido bastante tranquilo y seguramente tendrá movimientos propios de mercados especulativos y sin regulación. Así, en este tiempo electoral, cualquier cosa puede ser motivo para una suba o para un descenso.
También debutó el nuevo índice nacional de Precios al Consumidor, que mostró una suba promedio del 1,2%, acumulando en el año 11,8%.
Técnicamente sería posible que el gobierno pudiera cumplir su meta del 17% anual aunque, si llegara a 20%, sería una disminución del 50% respecto del año anterior. También facilitaría estar más cerca de la meta para el año próximo, que es de un 12%.
Al crecimiento que muestran sectores como la construcción, petróleo y automotriz, se le agregan industrias vinculadas a metales y alimentos y bebidas. El indicador de la Unión Industrial Argentina (UIA) mostró un crecimiento del 2,2% promedio y ya van dos meses consecutivos de crecimiento del sector industrial, que venía en franca caída y con un porcentaje aún alto de capacidad ociosa.
Es un comienzo. La inflación aún es alta, pero el dato anualizado, del 21,9% hasta ahora, en el más bajo desde 2009, y esta es una buena referencia para medir la tendencia. El dólar sigue con atraso, pero ha recuperado bastante del terreno perdido y no está tan lejos para muchos sectores, mientras que la recuperación del nivel de actividad también es un dato positivo. En la construcción, por ejemplo, ya se registran 403.000 empleos registrados, cuando el récord es de 480.000. Esto indica que para fin de año o el primer trimestre de 2018 se habrá igualado el mismo.
El problema impositivo
Ya no es una novedad que uno de los más graves problemas que registra Argentina es el nivel de presión impositiva. “Los impuestos nos están asfixiando” dijo en tono dramático esta semana en Córdoba el presidente Macri. Pero más allá de sus afirmaciones, todos saben que el problema es un duro cruce entre Nación, provincias y municipios, que han generado un verdadero enjambre que tiene asfixiada a toda la economía.
Argentina presenta la mayor tasa de presión impositiva de América Latina y es la tercera más alta del mundo medida en función del PBI. Y aun así tenemos 4,2% de déficit nacional, pero si consolidamos también con las provincias estamos llegando a un 8%. Una verdadera locura y un desatino del que ahora es complicado salir.
Para salir del barro, el gobierno eligió una forma gradual. Esto significa que nos estamos moviendo de forma muy lenta pero seguimos en el barro y, posiblemente, sigamos un año más si se sostienen las políticas actuales. Salir de forma violenta dejaría a mucha más gente enterrada y el costo social sería inaceptable.
Hoy se está discutiendo el tema impositivo entre Nación y provincias y éstas deberán hacerlo con los municipios. El problema es quién renuncia a algo primero. Las provincias saben que todos apuntan a ingresos brutos por el efecto distorsivo que genera su acumulación. El efecto ya no es de cascada sino que parece una bola de nieve o de barro, cuyas consecuencias pueden ser muy graves. Pero no pueden prescindir de este impuesto si no es reemplazado por un tributo que les asegure ingresos similares.
A su vez les preocupa que se rebajen impuestos coparticipables, ya que también perderían ingresos por esa vía. La Nación tiene la idea de reemplazar ingresos brutos por una especie de IVA provincial. También se ha pensado en un gravamen que impacte solo en la venta final al consumidor. Pero el problema es salir de un sistema para pasar a otro y los costos de la transición entre un sistema y otro. En las discusiones se habla de “fondos ecualizadores”, una especie de seguro para que las provincias financien el cambio de sistema.
Las provincias a su vez, le piden a la Nación que también saque impuestos distorsivos, y hacen mención del impuesto al cheque (solo se coparticipa el 30%) o Ganancia Mínima presunta. Las empresas quieren empezar a sentir menos presión para poder bajar costos y presionan a los Estados. Las provincias se ven atacadas pero recuerdan que son los que aseguran los servicios básicos para la población, como educación, salud, seguridad y justicia.
Otro tema en discusión es el de las superposiciones de impuestos. Un ejemplo son los que gravan a los inmuebles. En este caso las provincias cobran el impuesto inmobiliario, los municipios las tasas a la propiedad raíz (dibujada como alumbrado, barrido y limpieza), el ABL, aunque la luz ya la pagan los vecinos junto con su factura de consumo energético. Y la Nación cae con e Impuesto al patrimonio (a la riqueza), con lo cual una propiedad es atacada por las tres jurisdicciones.
En el precio de un auto 0 km ya viene incluidos un 40% de impuestos, pero una vez comprado caen bajo las leyes del impuesto Automotor en la provincia y del Patrimonio a nivel nacional. Si le sumamos los impuestos que gravan a los combustibles vemos de qué manera el Estado, en todos sus niveles, se va apropiando no solo de los ingresos, sino de la propiedad de los ciudadanos.
Además, existen impuestos distorsivos que aún no se discuten porque son coparticipables, como son los impuestos internos. Estos gravámenes, de jurisdicción típicamente provincial, nacieron en 1890 en la presidencia de Carlos Pellegrini y fueron convalidados por la Corte Suprema de Justicia de aquel momento, introduciendo la teoría de la “emergencia”, en cuyo nombre se ha venido violando la Constitución en forma sistemática.
Los impuestos internos no se notan porque se pagan a la salida de fábrica y quedan incorporados en los costos. Así, a medida que se avanza en la cadena comercial, estos van creciendo en su incidencia y son igualmente distorsivos.
El camino no será fácil y, seguramente, se discutirá con más profundidad después de las elecciones. Solo hay que saber que no habrá inversiones ni crecerá la economía ni se podrán generar nuevos empleos, si no hay una modificación seria del sistema impositivo.
Queda por ahora esperar qué pasará con los posibles impactos externos. Hay un enfrentamiento claro entre la Donald Trump y la Reserva Federal, que se apresta a volver a subir las tasas y no está dispuesta a seguir relajando la política monetaria. Cualquier movimiento en ese sentido nos puede impactar y hay que estar preparados.