La lucha de las mujeres alrededor del globo emociona e inspira. La Madre Teresa de Calcuta, y su inmenso amor por el prójimo y por los pobres; las cientos de feministas que se enfrentaron a la lucha por los derechos, las santas que todos los días iluminan el calendario anual con sus saberes y ejemplos, las primeras maestras, médicas, activistas, políticas. A las mujeres todo les costó el doble, su presencia y rol social fue como un parto -justamente-, que implicó vidas, luchas, esperas y tanto más; hasta lograrlo todo, o casi todo.
Las mujeres se colocaron (casi) a la misma altura que los hombres. Hoy ellas pueden ser jefas, ellas pueden ganar más, ellas pueden ser hasta Presidente de naciones. Las diferencias se fueron achicando. Y ellas lograron reivindicación y fama. Así cuando se menciona a las “grandes mujeres” sus nombres saltan en cuestión de segundos. Un mérito más que merecido para ellas, y un poco injusto para otras.
¿De qué hablo? De esas ‘pequeñas’ mujeres que se quedaron en la casa, o que tuvieron ‘pequeños’ trabajos, que se enfrentaron a cientos de adversidades, que se quedaron solas, o fueron golpeadas, o maltratadas, o que debieron enfrentar la vida en la pobreza, o la ignorancia y que aún así, aún con todo en contra, salieron adelante. Ellas son grandes mujeres, heroínas ignoradas por todos. Ellas no cambiaron el planeta, cambiaron su hogar; y eso fue para ellas y para todos casi lo mismo.
Mi madre fue y es una de mis heroínas favoritas. Ella dio todo por sus hijos, por su profesión, por su país; aún cuando las cosas no fueron sencillas en la Argentina. Ella es, y fue, una fuente de amor inagotable para mí; pero también para la comunidad en la que vive. Como mi madre, cientos de otras se desloman por sus niños, adolescentes y hasta por los adultos. Ellas también merecen ser heroínas.
Recuerdo la historia de María (preservo su apellido). María empezó a trabajar a los 9 años, cama adentro, con la promesa de que le iban a permitir terminar el primario. Algo que nunca pasó, gracias a los ‘patrones’. Así María se quedó sin saber leer y escribir. Y el reloj corrió las agujas, vino un marido y nada menos que cinco hijos. Luego, el terremoto del ‘77 la dejó en la calle, y se trasladó a una estructura con paredes de plástico. Finalmente, con los años y su trabajo, consiguió una casita. Lo que sorprende de María no son las adversidades sino que ella logró que todos sus hijos estudiaran; más allá de la secundaria.
Una suerte de milagro, si se tienen en cuenta las condiciones que enfrentaba. Ella es otra heroína. Y se pueden sumar cientos, miles, millones más. Dentro de dos días se festejará el Día Internacional de la Mujer. Un buen momento para salir a la calle y saludar a todas esas mujeres que no se rindieron jamás, a esas que viven en la misma cuadra, en el mismo barrio, que trabajan en el quiosco, en la farmacia, en el almacén, en el hospital, en la escuela, en los negocios, en el consultorio y en tantos otros espacios.