Si nos atenemos a las páginas de autores sanmartinianos y pensamos en quiénes fueron los primeros en biografiar al Libertador de América, seguramente surgirán apellidos como García del Río, Mitre, Gérard, Miller, Sarmiento, Alberdi, etc... y sus páginas serán las que lleguen a nuestra mente. Sin embargo, en un ejemplar del periódico porteño “El Abogado Nacional”, el número 4 del 24 de diciembre de 1818, se anuncia una Biografía Moderna Americana del General Don José Francisco de San Martín. Su editor: Pedro José Agrelo.
De formato periodístico o de diccionario breve, el resumen que hace Agrelo de los acontecimientos de vida de San Martín contiene detalles sabrosos para aquellos que gustamos de las curiosidades y de hurgar en los viejos papeles.
El escrito no contiene fechas exactas ni describe físicamente al Libertador y confunde su hoja de servicios y rangos militares obtenidos. Sin embargo, y aquí lo más valioso a mi entender, narra con asombrosa exactitud algunos hechos atinentes al Combate de San Lorenzo, que requirió años (casi 200) poder llevarlos a conocimiento exhaustivo en análisis posteriores de investigación. Agrelo describe los hechos, sin duda con conocimiento veraz de testigos directos de la acción y, por qué no, de propias palabras de San Martín a quien frecuentó en Buenos Aires en la Sociedad Patriótica.
Aún no había concluido con su organización, y disciplina, cuando se le mandó salir a San Lorenzo a contener el desembarco, y batir en caso preciso, a quinientos hombres de tropa de línea con que acometió aquel punto por el caudaloso río Paraná el gobernador español de Montevideo. Este primer ensayo de los ulteriores servicios que ha hecho a su país este insigne Oficial no dejó menos acreditado su valor, que su instrucción y desvelos en la disciplina de su cuerpo: con solo ciento y cincuenta hombres, y sin esperar a la infantería y a la artillería que debía componer la división, cargó a sable en mano sobre la línea y cañones enemigos a la cabeza de sus granaderos, y los deshizo y precipitó contra las mismas barrancas del río que tenían a las espaldas, del que no se separaban; fueron muy pocos los que lograron reembarcarse, y volver escarmentados con la noticia a Montevideo. Él resultó con el caballo muerto, dislocado el brazo derecho, y una herida de sable en la cabeza, con que hubo de ser él mismo muerto por un soldado enemigo en el acto de haber rodado si no le salva la vida un granadero que se anticipó a quitársela al bajo agresor.
Agrelo nos da la primera versión de la rodada -puesta en duda por muchos investigadores por la inexistencia de documentos oficiales- y no sólo eso, nos habla de que tuvo “dislocado el brazo derecho” lo que se puede probar o bien inferir por la carta que el cura Navarro envía al gobernador de Santa Fe, en la que escribe: “Se halla el expresado coronel dislocado de un brazo y herido...”. No dice Navarro qué brazo ni qué tipo de herida. Agrelo lo sabía.
Estas palabras referidas al combate son de gran valor histórico porque no fueron tomadas en cuenta por los posteriores biógrafos ni historiadores que trataron el tema, quizá por desestimarlas, tal vez por desconocimiento. Traerlas a la luz casi 200 años después de escritas es un deber para todos los que buscamos el conocimiento de la vida del Padre de la Patria.
Agrelo exalta la figura de San Martín, su desinterés, elogia su capacidad organizativa militar en Mendoza y la Campaña a Chile, cruce de los Andes mediante.
Después de los más extraordinarios y laudables esfuerzos para la formación del Ejército que debía abrir esta campaña, él atravesó la famosa cordillera de los Andes por el mes de enero de 1817, derrotó al Ejército Real en la memorable batalla de Chacabuco y entró a Santiago triunfante entre el agradecimiento y las aclamaciones públicas de todos sus habitantes.
Fue proclamado unánimemente Director de aquel Estado; y lo renunció con heroicidad dejando a los naturales toda su libertad para que se constituyesen ellos mismos y gozasen sin recelos la que se les había conquistado; con igual firmeza se negó a admitir grado alguno más que el que tenía por parte del gobierno de Buenos Aires, del que dependía; y su desprendimiento y protestas en este orden le son acaso tanto o más gloriosas que sus triunfos.
El Estado de Chile sigue independiente; el virrey tiembla dentro de las murallas mismas de Lima, y el General San Martín sigue activando lo necesario para concluir esta campaña memorable.
El gobierno le ofrece nuevos grados y premios, él los resiste; en el mismo Chile se le dan unas posesiones de más de sesenta mil pesos de valor; él las ofrece por veinte para pagar a sus soldados y subvenir los gastos de la campaña.
Agrelo cierra su artículo con unas palabras premonitorias: “San Martín no aspira a hacerse conocer sino por sus hechos, y lo conseguirá; ni quiere más premio que la gratitud de su país; él la tiene”.