Consignas hay demasiadas, algunas todavía expresan fuertes contenidos. Esta es una realidad, compleja de rastrear en nuestro pasado y casi imposible de encontrar en el presente que soportamos.
Para los kirchneristas esto no tenía vigencia, ellos habían sido propulsores de la privatización de YPF y luego gestores de la nacionalización. La clave era el negocio, el resto sólo para el discurso.
Eso es lo terrible, lo derrotado es un pragmatismo sin patria ni bandera, el triunfador cree en los negocios, solamente en ellos. Para los que perdieron, la política pasaba por el cultivo de los odios; para los que gobiernan pasa por los negocios.
Cuidado, los que se fueron eran reyes de los negocios, pero su pasión era destruir al enemigo, de paso se quedaban con las empresas y ahora los restos cantan "somos la gloriosa juventud peronista", ni la dignidad de la historia ajena supieron respetar en su ambición.
Y ahora la estupidez de comprar todo afuera porque resulta más barato, una balanza de pagos insostenible, compramos trabajo ajeno a cambio de deuda propia.
Bolivia recuperó su identidad, Evo Morales lo logró. Nada que ver con Venezuela, poco que ver con nosotros. Eso es la política, instalar el destino colectivo por encima de los negocios individuales.
Y puede arribar por izquierda o por derechas, la idea de nación va más allá de la misma ideología. Aldo Rico es mucho más nacional que Eugenio Zaffaroni, sin duda alguna.
La virtud no está en ser progresista o conservador, ambos puede ser nacionales o vende patrias, esto va más allá de su posición supuestamente "ideológica". China y Rusia fueron nacionales siendo marxistas lo mismo que al convertirse en capitalistas. Antes que nada son nación, en ambos casos con vocación imperial, luego impusieron una manera coyuntural de administrarse.
Los chinos fueron construyendo con claros objetivos, hoy asombran al mundo y nosotros les compramos lo que ayer fabricábamos, vagones y tecnología nuclear. "Ramal que para, ramal que cierra" decía el turco vende patria. Y todavía no fue preso, su imagen es la más clara expresión de la decadencia que engendró.
China asombró al mundo al forjar un capitalismo de Estado que se convirtió en el más exitoso. El Estado más presente generó la economía más eficiente, muchos de nuestros teóricos se quedaron sin razones.
Y una enorme parte de su población se fue integrando a la clase media. Nosotros todavía no sabemos bien si durante el tiempo de los Kirchner avanzamos o retrocedimos, solo está fuera de discusión el atraso y la degradación que generó Menem. El peronismo debe asumir ese grave error. Después de eso no tiene seriedad acusar al gobierno actual.
La entrevista de Macri con Fantino fue difícil de asumir. Una sociedad como la nuestra, con formación intelectual y política del mejor nivel termina en un dialogo sobre el futuro entre dos aficionados al deporte. Desde ya asumo que con Scioli la charla hubiera sido insoportable, pero eso solo no alcanza para consolarse.
La política nacional está lejos de poder abarcar la profundidad del problema social que vivimos. Hablar de las inversiones como único proyecto es tan triste como absurdo. No somos una empresa que necesita atraer capitales, somos una sociedad que exige ser repensada y proyectada como tal.
Hace cuarenta años se inició nuestra decadencia, la concentración de la riqueza engendró la multiplicación de la pobreza. Hubo un tiempo de oligarquía agropecuaria, otro de revolución industrial y en las últimas décadas la riqueza está ligada a las prebendas que distribuye el Estado. Los ciudadanos nos convertimos en sus prisioneros.
Pagamos demasiado, y cuando necesitamos comunicarnos con la empresa recibimos la respuesta patética, "todos nuestros operadores están ocupados".
Se llevan fortunas de ganancias y ni siquiera dan trabajo a los operadores que atiendan la necesidad de los clientes. Nos tratan como lo que somos para ellos, ciudadanos de segunda.
Pasamos un mal rato, terminamos el año con sabor amargo, algunos creían que podían generar una sublevación, tan absurdo como dañino. El gobierno venía de ganar las elecciones y casi construye una derrota parlamentaria.
El desprecio a la política siempre se paga caro. La oposición no existe, amontonada no tiene identidad, no es alternativa. Pero ser mejor que lo peor no alcanza para devolvernos la fe en el futuro.
Necesitamos un rumbo claro y estable que por ahora no tenemos. Hace falta una convocatoria a la unidad nacional. No es lo mismo ganar elecciones que gobernar. Y en el Senado, Cristina lució las virtudes por las que conduce su fuerza al fracaso.
Expresó claramente su autoritarismo poco democrático. Quedo reducida a un pequeño grupo de fanáticos. La democracia, la cordura y el dialogo le pusieron limite a la demencia.
Ahora es el momento de convocar a políticas de estado, a un gran acuerdo nacional. No hacerlo es peligroso, la confrontación entre nosotros es decadencia y ya es tiempo de cerrarla.
Esperemos que el gobierno así lo entienda.